Las lecciones de Myanmar


La necesidad del entrenamiento para una defensa civil noviolenta

El 1 de febrero, el ejército de Myanmar (antigua Birmania) puso fin, con un golpe de Estado, a un breve periodo de democracia tutelada. No le gustaron los resultados de las últimas elecciones en las que la Liga Nacional por la Democracia (LND) de Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz, logró la victoria con más del 80%.

La acusación de fraude fue la excusa. En realidad el ejército llevaba gobernando Myanmar desde 1988 con sucesivos intentos de lavarse democráticamente la cara. Así, en 1990, la Junta Militar pierde las elecciones ante la LND, pero ignora los resultados y arresta a sus líderes. Tras las masivas protestas dirigidas por los monjes budistas en 2007, los propios militares redactan y aprueban una Constitución en la que se reservan cargos y representación parlamentaria al margen de los cauces democráticos.

Las elecciones de 2010, a las que no pudo presentarse la Liga Nacional, las gana el partido de la Junta Militar. En 2015, el partido del ejercito pierde las elecciones ante el LND y Aung San Suu Kyi gobierna, aunque tutelada por el ejército. En noviembre de 2020 el LND vuelve a ganar las elecciones de forma rotunda, pero el 1 de febrero, día en que se convoca la constitución del parlamento, los militares dan el golpe de estado, arrestando a los líderes del LND.

Un potente movimiento de desobediencia civil ha hecho frente pacíficamente al golpe militar con numerosas e ingeniosas formas de protesta, desde la huelga y el boicot a los negocios militares hasta caceroladas, bloqueos creativos de carreteras (parándose a recoger cebollas o granos de arroz casualmente caídos) o implantación de símbolos difícilmente reprimibles, como la mano abierta uniendo pulgar y meñique, o el color rojo en la ropa. La respuesta del ejército ha sido una represión brutal, con más de 750 muertos por armas de fuego y más de 3.000 encarcelados.

Soldados que no han podido resistir el tener que disparar contra su gente, han desertado, teniendo que huir y dejando a sus familias expuestas a la represión militar.

La oposición a la Junta Militar, dando un paso más en la desobediencia civil, ha organizado en la clandestinidad un gobierno de Unidad Nacional, que incluye a líderes de las distintas minorías étnicas.

La SEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) pide al líder de la junta el fin de la violencia y que se abra al diálogo, pero no reclama la liberación de los prisioneros ni da voz al gobierno de Unidad Nacional.

Todo ello nos da pie a algunas reflexiones que no debemos echar en saco roto:

  • Los pueblos de Myanmar han sido agredidos por su propio ejército, por el ejército que pagan entre todos para sentirse seguros y vivir en paz. El atacante es el defensor. El atacado es el que financia al atacante.
  • Los golpes de estado militares no sólo son un grave atentado a la democracia y la convivencia, sino un ataque total a los derechos humanos más elementales, que quedan suspendidos en la práctica mientras hablan la represión y las armas. Todo avance del militarismo supone un retroceso en el ejercicio de los derechos y las libertades.
  • Es urgente aprender y entrenarse en técnicas de resistencia civil noviolenta para defenderse incluso de quienes se erigen en defensores, para no tener que improvisar, como ha sucedido en Myanmar. La democracia, los derechos humanos y las libertades han de defenderse cada día, preparándose para ello. Animamos a sindicatos, asociaciones, partidos y agrupaciones diversas a organizar las resistencias desde la noviolencia, la adhesión a la verdad y la búsqueda del bien común. Todo ello servirá para poner en valor y defender mejor nuestros derechos, no sólo de las agresiones militares sino también de las de otros posibles poderes.
  • El “modus operandi” del ejército de Myanmar no ha sido muy distinto del de otros ejércitos en los frecuentes golpes de estado y debemos de estar alerta a los primeros síntomas:
    • Deslegitimar gobiernos democráticos.
    • Acusar de complot, de traición o de ser enemigos de la patria a líderes o colectivos.
    • Crear malestar, confusión, crispación y desórdenes.
    • Presentarse como salvadores, dando un golpe de estado y asumiendo todo el poder.
    • Suspender derechos y libertades y controlar la información y las comunicaciones.
    • Hacer una represión selectiva de dirigentes.
    • Criminalizar y reprimir toda protesta sin ninguna consideración, disparando si lo consideran oportuno para aplastar la disidencia.
    • Presentarse como adalides de la Paz, con la misión de salvar a la Patria, restaurar el Orden e imponer la Ley.
    • Establecer un régimen que asegure de nuevo sus intereses y los de la clase dominante.

Es imprescindible abrir un debate en la sociedad civil que nos permita evaluar quién es realmente el enemigo, qué queremos defender y de quién, no sea que al final resulte que el enemigo lo tengamos en casa y le estemos alimentando. Nuestros mejores deseos para el pueblo de Myanmar, verdaderas víctimas, como todos los pueblos, de las aventuras autoritarias de sus militares.