Derechos Humanos y militarismo, una conciliación imposible.


Donde pisa la bota militar no florecen los derechos humanos. 

Este 10 de diciembre se cumplen 73 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de Naciones Unidas en París. La devastación física y moral que supuso la segunda guerra mundial animó a esta Declaración de Derechos para conjurar que nunca más nos viéramos abocadas a repetir un escenario de guerra semejante. 

Ciertamente, la Declaración tiene un marcado carácter occidental para ser considerada universal.También es cierto que se centra en derechos humanos individuales, sin recoger los derechos colectivos ni la creciente tendencia a reconocer también los derechos de la tierra. A pesar de todo ello, los Derechos Humanos siguen siendo una barrera contra la barbarie y el desprecio por la vida, un indicador de la salud democrática y de las posibilidades de vivir una vida digna.

Nacieron como respuesta a la guerra y siguen siendo las guerras los escenarios donde las violaciones de los Derechos Humanos son generalizadas, ocultadas por los aparatos del poder y quedando casi siempre impunes. Podríamos resumirlo diciendo que las guerras son violaciones  masivas de Derechos Humanos, con la garantía del Estado. Atreverse a denunciar semejantes atropellos supone, en ocasiones, poner en peligro la propia vida o la libertad. No olvidemos a Julián  Assange, demonizado, perseguido, encarcelado y destrozado por revelar atrocidades acreditadas del ejército americano. La verdad no cotiza en bolsa.

Los golpes de estado militares suponen siempre una pérdida de vidas, derechos y libertades para la población civil. La exaltación de los valores patrióticos y la creación de un enemigo interno y externo que quiere destruir lo más sagrado son el argumento irrefutable que da vía libre para acabar con quienes se resisten y reclaman ejercer sus derechos. No hace falta dar muchos detalles sobre lo que supone una dictadura. Recordemos, por cercanía, la última dictadura militar en España, de la que todavía estamos exhumando los cuerpos de quienes fueron fieles a la democracia, esperando un reconocimiento, el esclarecimiento de la verdad y un descanso digno. Recordemos también dictaduras que nos son culturalmente más cercanas como las de Argentina o Chile, tras los respectivos golpes militares contra la democracia y su serie de atrocidades. 

Prácticamente todos los países de América Latina han tenido en el último siglo uno o varios golpes militares con sus respectivas dictaduras que han doblegado la voluntad popular y violado sus derechos. La mayoría de las veces los han dado con el visto bueno de los Estados Unidos, cuando no con su apoyo explícito. Más recientes tenemos los golpes militares en Sudán y Myanmar. Los ciudadanos han tenido que improvisar una resistencia civil para responder a la imposición militar y a los abusos de quienes se declaran ser sus defensores. 

Haríamos bien las personas defensoras de los Derechos Humanos en no delegar en una institución tan poco democrática como el ejército la defensa de nuestros derechos y nuestra seguridad humana. Haríamos bien, mientras se nos consienta cierta libertad, en organizar formas de resistencia civil pacífica para defender nuestros derechos y defendernos de un eventual golpe militar o autoritario. Haríamos bien en crear redes de solidaridad con quienes están sufriendo la brutalidad militar y dar voz a quienes son silenciadas, pues la palabra, la solidaridad, la verdad y la justicia son las enemigas más temidas por los dictadores. Haríamos bien en resistirnos, en “democracias consolidadas”, a la militarización de las mentes, los territorios, los presupuestos y las economías.

Sin llegar a una militarización extrema como la guerra o las dictaduras, estamos asistiendo a un rebrote del militarismo en democracias consideradas maduras. Reflexionemos sobre personajes como Bolsonaro que teóricamente han llegado al poder democráticamente, con alguna ayudita de jueces corruptos, la iglesia evangélica, los militares y sucios algoritmos de redes sociales. La presencia de militares en su gobierno ha dado un giro autoritario a la política brasileña, violando derechos fundamentales, especialmente de los indígenas, ha invertido en escuelas militares, ha alentado la proliferación de paramilitares y facilitado la explotación ilegal de la Amazonía.

Desgraciadamente no es el único; el nacionalismo y autoritarismo de Trum le llevaron a separar a madres de sus hijos de corta edad, como si de criminales se tratara. La mentira, los bulos, la patria y la bandera como reclamo, el elogio de la violencia,…se han convertido en herramientas muy peligrosas para hacer política, una política que sólo nos puede llevar a la defensa de privilegios de unos frente a los Derechos Humanos, los derechos de todas.

Con otra historia y contexto, Colombia es otro paradigma de militarismo donde el gobierno y su ejército, paramilitares y guerrilla compiten por el sometimiento de la población. Cada año mueren cientos de personas defensoras de los Derechos Humanos y de la tierra. Toda la población sufre serias limitaciones de sus derechos fundamentales, como hemos podido comprobar en los últimos meses.

Tampoco está exenta del virus del militarismo la vieja Europa. Tras la devastación de las dos guerras mundiales del siglo pasado, comprendió que la cooperación económica era más práctica que la competición para la guerra. La Unión Europea ha gozado de un largo periodo de “paz”. Cierto que no ha renunciado a la guerra, pero son ya guerras para el expolio y el dominio, lejos del propio territorio. No olvidemos el intervencionismo, especialmente de Francia y España, sobre países como Afganistán, Siria, Irak, Libia y sobre todo en África Subsahariana.

Los fanatismos racistas, nacionalistas, autoritarios y populistas que llevaron a la segunda guerra mundial vuelven a estar de moda. Europa se ha convertido en una fortaleza que niega asilo y refugio a las personas migrantes que huyen de las guerras que organiza y de los países que expolia con ventajosos convenios comerciales. Los Derechos Humanos se ahogan cada día en el mediterráneo o en la ruta canaria porque las fronteras se han militarizado. El odio al migrante, al pobre, al diferente, al que es poco patriota o poco devoto cosecha votos en abundancia y es un discurso fácil para la creación del enemigo, culpable de los males que nos aquejan. Una vez creado el enemigo es muy fácil justificar su destrucción.

En países de la UE como Polonia  y Hungría ya comienzan a tener apariencia legal algunas violaciones de derechos humanos. Partidos de corte autoritario y xenófobo cobran cada vez más poder. La barrera contra la barbarie se resquebraja.

En España tenemos un partido que da mítines en los cuarteles, se apoya en una organización policial que se manifiesta contra los derechos y las libertades que cercena la ley mordaza, ha metido  a militares en el Congreso y aspira de nuevo a hacer de España “una, grande y libre”. Para cualquier problema siempre tiene una solución militar, sea el conflicto con Cataluña o la llegada de migrantes en patera. Es preocupante el aumento del poder militar en España: Convenios con universidades, creciente protagonismo intrusivo y blanqueador de la UME, asociación de periodistas propagandistas del ejército, protagonismo en la gestión de la pandemia matando virus a cañonazos, unidades didácticas para el adoctrinamiento en la escuela,…No menos preocupante es la militarización de la economía, con una potente industria militar y un entramado político-militar-industrial con grandes puertas giratorias, que detrae recursos públicos que deberían emplearse para una economía de utilidad humana. Hay un aumento del gasto militar muy por encima del de sanidad o educación. Este disparate hace que necesidades sanitarias sean prestadas por militares. Mantener este ingente gasto militar desprotege necesidades sociales. Para combatir el descontento que generarán estas políticas será necesario un mayor control de la población con medidas securitizadoras y represivas.

En definitiva, nos encontramos ante dos modelos opuestos de entender el mundo, las relaciones humanas, la resolución de los conflictos y la relación con la naturaleza. Por una parte, tenemos un modelo que podemos llamar militarista, autoritario, acostumbrado a “solucionar” los conflictos con la violencia y la guerra. Es un modelo amante de la uniformidad, poco respetuoso con la pluralidad y la diversidad. Jerárquico, tiene la obediencia como máxima que exime de toda responsabilidad, y entiende el cumplimiento de la ley como un dogma. Tiene como fetiche a la patria, a la que debemos subordinar nuestras vidas, esfuerzos y emociones, representada por una bandera. Por su tendencia a la dualidad, divide el mundo entre nacionales y extranjeros, patriotas y enemigos de la patria, buenos y malos, con distintos derechos según el grupo al que pertenezcas. Su visión de la naturaleza y de la mujer tiende a ser instrumental y, en ambos casos, objeto de conquista. Por ello, también podemos definir este modelo como un modelo patriarcal. 

Frente a este paradigma hay un modelo respetuoso con los derechos humanos que apuesta por el diálogo, la escucha, la presión noviolenta en la solución de los conflictos. Un modelo que valora más la colaboración, la solidaridad y la empatía que la competitividad. Entiende las normas y las leyes como herramientas de convivencia que hay que cambiar e incluso desobedecer cuando son injustas o mantienen privilegios. Es un modelo que ve la diversidad como un valor y no como una amenaza. Cree realmente en la igualdad de derechos, con una conciencia de ciudadanía mundial. Crítico con el sistema patriarcal, da especial relevancia a los cuidados necesarios para la vida humana y la salud del planeta.

No basta con denunciar la violación de los derechos humanos allí donde es escandalosa. No basta con ser buenas personas y horrorizarse de las consecuencias de las guerras. Tenemos que hacer imposibles las guerras, desmantelar las estructuras, los intereses y las mentalidades que las hacen posibles. Todas tenemos derecho a vivir en paz, en justicia y en armonía con la naturaleza. Defender los derechos humanos hoy nos lleva inevitablemente a situarnos frente al militarismo en todas sus versiones.