Ucrania, otra guerra de poder, otra guerra evitable.


Todas las guerras son evitables y tenemos la obligación moral de impedir la siguiente que, todo apunta, puede ser en Ucrania. Las guerras son evitables porque son un producto humano que, como un edificio o un campo de cultivo, se diseñan, se presupuestan, se publicitan sus virtudes, se escribe sobre sus bondades y,finalmente, se recoge la cosecha geoestratégica y los beneficios del comercio de armas, desechando hablar de los “efectos colaterales” de destrucción, sufrimiento, muerte o exilio, que con tanto esmero se prepararon. 

Las guerras son evitables porque para hacerlas es necesario producir o comprar abundante material sofisticado, que merma las arcas públicas mientras aumentan las colas del hambre. También es necesario formar y entrenar heroicos soldados y convencerlos de que estén dispuestos a dar hasta la última gota de sangre, en un juego de palabras que va de misión salvífica, en tiempo de paz, al realismo trágico de tantos soldados que se desangraron en las guerras, para mayor gloria de sus amos. Además, toda guerra necesita un argumentario que no sólo la justifique sino que la haga necesaria y hasta gloriosa. Y ahí podemos estar usted y yo dispuestas a no tragar y decir ¡NO a la guerra!

Numerosas razones para rechazar la guerra

Son numerosas las razones para rechazar la guerra y no caer en la trampa de la violencia masiva de la que sólo se benefician unos pocos. Enumero algunas de estas razones generales.

– En un conflicto, la guerra es la peor de las soluciones porque agrava el conflicto e impide que otras soluciones que anteriormente eran posibles, sean viables.

– El coste de preparar la guerra es enorme en armamento, adiestramiento de soldados, prácticas militares, etc. Sólo con una buena parte de todo ese dinero invertido en paliar situaciones de injusticia, daría mucho mejores resultados  de paz.

– Las guerras actuales las organizan los complejos militares-industriales con poder de arrastrar a los gobiernos y sacar beneficio de ellas. Sin embargo, los efectos de las mismas los sufren personas inocentes que ni querían la guerra ni pueden huir de ella en muchos casos.

– Las guerras son crímenes contra la humanidad, con la garantía del Estado, que una mente mínimamente sana y sensible no puede tolerar.

-La guerra y la violencia como instrumentos para hacer justicia son un engaño que no se sostiene con un  poco de rigor histórico y un mínimo análisis crítico.

– Las guerras no son un  juego, aunque se juegue a la guerra. En el juego, en el cine y en los argumentarios para preparar la guerra real, se presenta como una lucha entre buenos y malos. Nada más lejos de la realidad. Casi siempre se trata de malos contra malos, con intereses y prácticas inconfesables que nos harían aborrecer la guerra y su preparación si fuéramos conscientes de ello.

La guerra en torno a Ucrania

La guerra, o simulacro de guerra que se está organizando en torno a Ucrania, tiene unas características especiales y viene marcado por el desastre de Afganistán, el desprestigio y muerte anunciada de la OTAN en Europa, y la caída en las encuestas de Biden para las elecciones de medio mandato, así como el orgullo herido de la gran Rusia. Es un conflicto que se aviva tras el dramático fracaso de 20 años de guerra en Afganistán, 20 años que han dejado el país arrasado, sin infraestructuras, sin una elemental economía productiva, donde sólo el cultivo del opio ha crecido exponencialmente. “20 años de guerra y miles de millones invertidos han conseguido que Afganistán sea uno de los países más pobres del planeta, sumido en la hambruna, con millones de migrantes. ¿Recuerdan cuando la ministra de defensa quiso convertir una retirada vergonzosa y desastrosa en en una gesta militar afirmando que nadie quedaría atrás? Pues ahí están, contra las alambradas de la Europa-fortaleza, millones de afganas y afganos que nuestro intervencionismo dejó atrás y a la intemperie humana. Ahí tienen a las mujeres afganas jugándose la vida ante el olvido de occidente. Ahora, el ejército afgano está mucho mejor dotado de material y adiestramiento  gracias a la labor de la OTAN durante 20 años, y una inversión millonaria capaz de hacer de Afganistán un paraíso. ¿Por qué nadie quiere hablar de las consecuencias y los desastres de Afganistán? La “Libertad duradera” duró poco y la “guerra contra el terror” se convirtió para las afganas y afganos en “el terror de la guerra”. Dentro de algunos lustros, ilustres analistas o partícipantes en ella, podrán confesar que fue un error, pero tales confesiones no resucitarán a los muertos, ni levantarán los hogares derruidos, ni harán volver a casa a los exiliados, ni eliminarán de la mente de supervivientes el inmenso dolor causado. Como ni políticos ni militares han hecho públicamente una evaluación de estas  intervenciones bélicas, corremos el riesgo de repetir los mismos errores y apuntarnos, por seguidismo, a guerras que harán del mundo un lugar más inhabitable, más contaminado y más inhumano. 

Nos engañaron con la guerra de Irak. No había armas de destrucción masiva y hoy es un país fracturado y en constante conflicto. Ni la democracia ni la paz ni la justicia llegaron a Irak, pero los señores de la guerra, empresarios de armamento, contratistas, comisionistas, traficantes de armas, clases parásitas y políticos sin escrúpulos hicieron su negocio. Lo mismo sucedió en Libia, donde asesinaron al tirano, dejando un país en guerra, destruido y con buena parte del ejército libio dedicado al terrorismo en el Sahel, para que siga habiendo trabajo. Hoy el mundo es mucho más inseguro después de estas estelares intervenciones de la OTAN, y numerosos pueblos se sienten resentidos, alimentando odios hacia quienes se creen gendarmes del mundo.

 ¿Por qué esta vez hemos de creer que se trata de una guerra justa, por la paz, la libertad, los derechos o la justicia? ¿Por qué ese empeño en anunciar constantemente la inminencia de la invasión buscando el efecto Pigmalión o la profecía autocumplida? No jueguen. Quien es engañado una vez, podemos pensar que es un ingenuo; quien es engañado dos veces, presa fácil; pero quien se deja engañar una y otra vez, es cómplice. 

Para despistados por la propaganda, hay que recordar que ésta no es una guerra ideológica, de modelo de sociedad o de elección entre comunismo y libertad. El comunismo hace mucho que no existe en Rusia. Es una guerra de poder entre potencias, por la hegemonía y los recursos de la zona, con multitud de otros matices. La OTAN, que nació para impedir el avance del comunismo en Europa, dejó de tener sentido como Alianza defensiva con la caída de la URSS. Lejos de disolverse diciendo “misión cumplida”, se ha convertido en una Alianza ofensiva de dominio y control del mundo y los recursos. Un peligroso protagonismo que haríamos bien en denunciar y apartarnos de él, vistas las catástrofes de las que es capaz. Sea cierto o no el acuerdo verbal entre la OTAN y Gorbachov  de que no se extendería hacia el éste, es razonable y habría facilitado la distensión. El argumento de que los países son libres de establecer sus alianzas militares y albergar armas ajenas que supongan una amenaza al adversario se cae por su propio peso cuando lo vemos en espejo. ¿Admitiría EE.UU una hipotética alianza de Rusia, China o Irán con Canadá, Méjico o Cuba y que pusieran misiles balísticos en sus puertas? Recuerden la crisis de los misiles en 1962, también fué entre estados soberanos y, razonablemente, EE.UU no lo consintió. 

Si me he detenido en criticar la posición de la OTAN no es por mis simpatías con Putin ni la política rusa de los últimos años, un régimen autoritario, militarista y poco respetuoso con los derechos humanos, sino por destacar la fragilidad de algunos argumentos que demonizan al adversario y se erigen a sí mismos en defensores  de la paz, y porque nuestra complicidad es con la OTAN. No caigamos en el maniqueísmo de buenos y malos, porque, repito, a los buenos no los veo por ninguna parte. Querer hacernos elegir entre un bando u otro es como pedirnos tomar partido por una de las bandas que atemorizan el barrio. Pocas cosas se parecen tanto entre sí como dos militares de grado de bandos opuestos, y no sólo  por los uniformes y el medallero sobre el pecho, como atletas de la violencia, sino por sus mentes militarizadas y la idolatría a sus símbolos patrios. Ningún argumento podrá disuadir a un militar convencido de la necesidad de la guerra y, a veces, tampoco a un político en horas bajas, que busca en el fragor de los discursos bélicos la popularidad perdida. 

Otro factor que hace de esta posible guerra un conflicto tremendamente peligroso es el hecho de que se trata de un conflicto entre potencias nucleares. Recordamos una vez más que una guerra nuclear, por muy limitada que fuera, supondría una quiebra como humanidad, con consecuencias imprevisibles. Por ello, debemos empeñarnos en fomentar la distensión y la desescalada, evitando bravucones  traslados de tropa y material a la zona.

El papelón de Europa

El conflicto ha puesto de manifiesto, además, el papel de segundón que tiene Europa en la Alianza, con una voz subordinada a los intereses de los EE.UU, y manteniendo el territorio europeo ocupado con 452  bases militares americanas, como si de una colonia se tratara. Convertir a Europa en un escenario de guerra en el que las potencias dirimen sus intereses, no parece una opción aceptable ni inteligente, sobre todo para quienes  tienen que poner los muertos y la devastación. Sería una opción inteligente alejarse de la política militar bronca, desmantelar las bases americanas y tomar una opción de neutralidad militar y de alineamiento decidido con los Derechos Humanos. Esa sí sería una contribución a la paz. 

El conflicto actual de Ucrania se desarrolla sobre un conflicto anterior, a raíz del golpe del Maidan, en el que el nacionalismo ucraniano, abanderado por paramilitares, se hizo con el control. Esta situación provocó la rebelión de la región del Dombás, de habla y costumbres rusas, temerosa de que el nacionalismo ucraniano cercenara sus costumbres, su lengua,sus derechos. La guerra de 2014 dio paso a los acuerdos de Minsk, no siempre respetados, cuya violación forma parte de las acusaciones mutuas. Hay que destacar el peligroso papel que los nacionalismos centralistas suponen para la convivencia en los estados plurinacionales. Es muy fácil romper puentes y muy difícil reconstruirlos. En cualquier caso, ya no estamos en la edad media ni en la moderna, en la que los territorios pertenecían a los reyes y disponían de ellos como de una propiedad. Hoy cada vez cobra más peso el hecho de que los territorios pertenecen en primer lugar a quienes los habitan y que el Estado es gestor y no propietario. Un estado plurinacional no puede ampararse en mayorías democráticas para cercenar Derechos Humanos o arrasar la cultura de sus minorías. Por todo ello, a Ucrania debería enviarle Europa un mensaje inequívoco de que no alimentará el monstruo del nacionalismo y de que facilitará mediadores civiles para reconstruir los puentes rotos y, si no es posible la convivencia en Ucrania del oeste proeuropeo con el este rusófilo, facilitar una separación democrática, pactada y civilizada. Seguir facilitando ayuda militar, asesoramiento y entrenamiento a fuerzas dudosamente democráticas, es un error que puede tener consecuencias fatales.

Para una contribución de España a la paz

En lo que respecta a España serían una buena contribución  a la paz las siguientes medidas a la vista de los acontecimientos:

– Retirada inmediata de tropas y pertrechos de la zona de conflicto. Hacer una evaluación pública de sus apoyos a la OTAN en conflictos como Afganistán, Irak o Libia.

– Facilitar el debate público sobre las llamadas “misiones de paz” que actualmente desarrolla fuera de nuestras fronteras.

-Reabrir el debate sobre la OTAN, ya que no se han cumplido las condiciones del referendum. 

– Cerrar las bases americanas por la pérdida de soberanía que suponen y porque nos exponen innecesariamente como blanco de otras potencias.

– Firmar el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN)

– Facilitar el estatuto de refugiados a los jóvenes ucranianos que se niegan a ser reclutados para la guerra, en cualquiera de sus regiones.

– Iniciar un proceso urgente y rápido de reconversión militar para que los recursos que actualmente se emplean para la guerra sean dedicados al cuidado de las personas y del planeta, poniendo la vida en el centro.

“Para la guerra, NADA. Para la vida, TODO”

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