Juan Carlos Rois
Escribo apresurado, sin ordenar las ideas, de urgencia.
Este es el artículo que desearía no escribir.
Se ha desencadenado, una vez más, otra guerra.
Esta, más bien, ha escalado, porque lo que, con renglones torcidos, nos venían diciendo los medios, es que ya estaba activa, con mucha menor intensidad e implicación, desde 2014.
Dos ejércitos a muerte enfrentados, mientras que una gran parte de la población civil, tanto la prorrusa como la ucraniana, intenta huir de la devastación y el peligro.
Una lógica de aniquilación del otro para imponer los propios criterios.
Y probablemente una salida en falso, porque el conflicto final no va a resolverse sino a someterse hasta que repunte de nuevo.
Me imagino el terror, la tristeza, el miedo, la incertidumbre, la fragilidad, la lucha por la pura supervivencia de la gente del común, mientras que los que fabrican las guerras, a uno y otro lado, lanzan sus mensajes provocadores, sus mentiras destinadas a la despersonalización del enemigo, sus andanadas de odio y su codicia de poder y dominación.
Yo también huiría. Huiría de los decretos de movilización y militarización de la sociedad. Huiría de la locura y de creer que al otro lado sólo hay asesinos dispuestos a aniquilar a los míos, y no otras personas iguales y con los mismos temores y necesidades. Huiría del patriotismo. Huiría de envilecerme en la barbarie de la guerra.
Yo desertaría de la guerra, como han desertado de las guerras siempre millones y millones de personas.
Desde aquí, con la cabeza fría, pienso que también ayudaría a desertar de la guerra a cuanta más gente mejor, desde familias amenazadas a jóvenes llamados a filas. Tal vez sobre el terreno desertar de la guerra no fuera tan fácil o tal vez la presión no me dejara atreverme a animar abiertamente a abandonar la guerra.
Desertar de la guerra.
Pero estoy aquí. Donde la guerra me afecta porque vivimos en una sociedad global de intereses enlazados, pero no me alcanza y aquí sí puedo animar a desertar de la guerra. Como hicieron en la terrible guerra de España miles y miles de familias que salieron por donde pudieron. Como hicieron miles y miles de jóvenes llamados, por un bando y el otro, a incorporarse a los sucesivos llamamientos militares a los que no se incorporaron. Como hicieron miles y miles de soldados que dejaron las armas y el juego de la guerra. Como hicieron los objetores que pagaron su precio en sangre por negarse a empuñar un fusil.
También ahora hay que llamar a desertar de la guerra y a parar la guerra. Lo podemos hacer en nuestros medios y con las redes de las que cada cual participa. Tal vez sea poca cosa. Ya lo pide el movimiento pacifista de Ucrania y podemos ser altavoz de su reclamación.
Podemos exigir a nuestro gobierno que apoye la deserción de la guerra y que articule medios para hacer viable esta. Que apoye la deserción de las personas y familias que huyen de ella y la de las personas llamadas a enrolarse en los ejércitos que desertan de tal locura. Necesitan protección internacional y necesitan acogida y apoyo.
Y hay que acoger a los que huyen de la guerra y a quienes lo han perdido todo. También lo podemos hacer. Habrá cientos de miles de refugiados y desplazados a los que podemos brindar nuestra acogida.
Apoyar las redes de cuidados y la solidaridad allí
Pienso que, si estuviera allí, tal vez me prestaría a cuidar a los demás y a reconstruir, en la medida de lo posible, la convivencia rota por la guerra, como han hecho miles de personas en otras guerras. Tal vez, sobre el terreno, no me atrevería a unirme con otros, a intentar participar de redes de colaboración y ayuda, …
Pero estoy aquí y sé, porque es una constante en todas las guerras, de millares de personas del común que se ayudan en la guerra y que montan cuanto tienen en sus manos para cuidar de los demás.
Tal vez aquí, a resguardo de la violencia de la guerra, es muy fácil decirlo, pero creo que es nuestro deber ayudar a esas redes de gente que ahora en la zona en conflicto se dedica a cuidar de los demás, porque son quienes, cuando todo acabe, servirán de pegamento para la urgencia del día después: desaprender la guerra y el odio. reconstruir la convivencia y reconocer a los perdedores y víctimas y ayudar a construir estructuras hacia la paz.
En Ucrania hay un pujante movimiento pacifista. Un movimiento que se ha pronunciado durante la escalada del conflicto por la desmilitarización de este y que ahora en medio de la contienda, sigue trabajando por la paz desde la zona. No estaría de más tener con ellos el intercambio necesario y difundir sus propuestas. Darle voz y protagonismo y solidaridad.
En España hay una comunidad de ucranianos y ucranianas de más de 100.000 personas. Gente con vínculos en la zona en guerra y que pueden ayudar a consolidar redes de apoyo a las víctimas de ésta. Hay que montar solidaridad con quienes se ocupan de los cuidados en las poblaciones avasalladas por la guerra y la movilización de los ucranianos en España puede ser un recurso esencial para lograrlo.
Contamos con casi 100.000 rusos que, al igual, pueden establecer lazos para acabar con la locura de la guerra y mostrar a sus conocidos en Rusia la cara que la publicidad no les deja conocer de esta locura.
Luchar contra las guerras aquí.
La guerra se prepara también aquí. Rusia la ha ido planificando sistemáticamente. Rusia tiene un régimen militarista agresivo e inmoral que consume los recursos del país que bien podrían utilizarse para el bienestar de una población que no goza de derechos básicos. Pero occidente, por su parte, alimentó el militarismo ucraniano por razones que tienen muy poco que ver con la simpatía por el pueblo ucraniano y sí más bien por el interés expansionista de la OTAN. Estados Unidos le ha ofrecido apoyo militar por más de 2.000 millones de euros desde 2014. Otros países también han aportado armas y ayuda militar por cifras descomunales para armar el ejército ucraniano. Muy pocos países europeos se han desmarcado de esta preparación de la guerra que finalmente se ha desatado.
Hay que parar la guerra, establecer puentes de diálogo para ello. Usar la diplomacia y la presión internacional.
No podemos conformarnos con el papel de nuestros gobiernos y su aspiración a restablecer el statu quo previo a la guerra, como si eso trajera paz y no cronificación de un conflicto en el que occidente también es corresponsable.
Traer la paz implica también desmilitarizar el conflicto y desmilitarizar las relaciones internacionales.
La OTAN es parte del problema, como lo es el armamentismo del que formamos parte, la enorme inversión en armas y tecnología militar y la venta de armas. Como lo son los propios ejércitos.
No podemos conformarnos con soluciones tan estrechas como las políticas de desarme, en realidad acuerdos entre militarismos para reducir sus arsenales, pero asegurándose de fuerza militar sobrada para agredir al vecino. Más que desarmar necesitamos desmilitarizar, tanto los aparatos de seguridad como las conciencias y el pacifismo debe cambiar su lucha desde el desarme hacia la desmilitarización si quiere que la paz sea algo más que una panoplia con al que se atizan los gobiernos y los poderes.
Y aquí, entre nosotros, está todo por hacer en materia de desmilitarización, empezando por el gigantismo de nuestro propio ejército, por la desmesura de nuestro gasto militar, por las mentalidades de la sociedad, por el agresivo discurso nacionalista con el que nos atizamos unos a otros y por las industrias vinculadas a lo militar.
Tal vez ahora no tenemos fuerza para imponer la paz y parar la guerra cuando dos estados han decidido llevar adelante ésta. No me refiero a fuerza militar, porque la fuerza militar no para las guerras, sino que las alimenta y cuando acaban, las prepara de nuevo en un círculo infernal de violencia.
Movilización. No a la guerra
Nos toca también elevar la conciencia pacifista y noviolenta. Debemos movilizar a la sociedad de nuevo contra la guerra y contra su preparación. Contra la guerra allí, y contra nuestra participación aquí.
Debemos ir más allá del lema. La agenda deberá llenarse de más y más hondos contenidos.
No a la guerra es no a los ejércitos. Es no a participar de la guerra. Es no a la preparación en la guerra. Es no a las operaciones militares en el exterior. Es no al gasto militar. Es no a la industria militar. Es no a las alianzas militares. Es no a la utilización de campos de entrenamiento, como Bardenas, para entrenar la guerra. Es no a la venta de armas. Es no al papel de control de fronteras. Es no a la retórica militar. Es no al cultivo de valores militares. Es no al machismo, a la sumisión, a la obediencia ciega, al autoritarismo, al culto a la violencia…
Es sí a la deserción y la insumisión. Es sí al apoyo y acogida a los refugiados y desplazados. Es sí a los cuidados. Es sí a las redes de solidaridad. Es sí a la lucha noviolenta en la zona. Es sí al apoyo al movimiento pacifista ruso y ucraniano. Es sí a la desmilitarización social. Es sí en el boicot de los intereses guerreristas de bancos, de industrias, de productos o del tipo que sea. Es sí a la seguridad humana. Es sí a las luchas noviolentas que tantos grupos, aquí y en otros sitios, vienen desencadenando. Es sí al compromiso militante antimilitarista.
Hay que desaprender la guerra. Aquí también, porque somos parte del sistema de guerra y porque en ello nos va el futuro.
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