Reflexiones sobre integrar la defensa noviolenta en el Ministerio de Defensa


1.-  El camino del transarme

En el libro Política noviolenta y lucha social, el Colectivo Utopía Contagiosa definía el transarme como uno de los conceptos principales de su propuesta:

El abordaje positivo de los conflictos lleva a asumir que es necesario un cambio

cultural en la sociedad y en los actores políticos para abandonar el enfoque

violento sin quedarse en el vacío.  Propondremos un concepto general como

nuevo paradigma de referencia (paradigma de cooperación-violencia) y un concepto

metodológico (transarme)

A su vez, se recurría a T. Ebert para definir el transarme:

Ebert definió el transarme como la posibilidad de combinar los métodos de la defensa militar con la defensa civil durante un período de transición hacia el desmantelamiento del componente militar.

Es decir, el transarme nació como un concepto que intenta superar la idea de desarme para conseguir una transición desde los medios exclusivamente violentos de la defensa actual hasta los medios noviolentos de defensa.

¿Cómo nos imaginamos ese periodo de transición desde la actualidad violenta y militarizada hasta la defensa noviolenta?  Esta debería ser una de las preguntas motor del pacifismo actual y responder a ella uno de sus principales debates y objetivos.

Sin embargo, son pocas las reflexiones sobre transarme que se publican en las últimas décadas (y no sólo en el Estado Español).  En este artículo queremos reanudar el debate e ir concretando alguno de los aspectos principales que definirían el transarme.

2.-  Tres escenarios posibles para desarrollar la defensa noviolenta

Primer escenario.  Como es obvio, nos imaginamos una defensa noviolenta con un componente popular protagonista, de carácter civil y noviolento, es decir,  conjeturamos un primer escenario, más clásico y teñido del análisis militarista, en el que la defensa noviolenta lucha contra determinadas injusticias como una ocupación militar, un golpe de estado, un gobierno dictatorial, etc.  En este escenario, hay muchos ejemplos de resistencias civiles victoriosas (también de derrotas) en las que la defensa noviolenta toma forma de resistencia civil.  Desgraciadamente, este escenario es bastante habitual en el mundo.  Aunque, quizá en el Estado Español no sea el más probable y actual.  ¿Tiene sentido un abordaje institucional en este escenario de defensa?  Evidentemente, sí. 

Si no hay ninguna labor de oposición desde las instituciones a la invasión, el golpe de estado o los dictadores, lo que ocurre es que la administración se presta al colaboracionismo con el invasor, con el golpista o con el dictador.

En este caso, ¿qué preferimos, que la institución colaboracionista sea un problema o convertir una institución en desobediente, parcial o totalmente, en un problema para el agresor?  La respuesta es innegable:  es muy útil tener planes para que las instituciones se conviertan en un problema lo más grave posible contra el ofensor.  Por lo tanto, en los casos clásicos planteados desde la visión militarista, es necesario preparar métodos de defensa noviolenta en las instituciones.

Por lo tanto, sería muy útil que existiese un componente de defensa noviolenta en las instituciones, y mejor si está coordinado con la defensa noviolenta de la sociedad.  Crear y hacer funcionar instituciones paralelas, poder boicotear desde las instituciones las prácticas del adversario, obtener informaciones que sean convenientemente filtradas a la resistencia noviolenta, hacer participar al funcionariado de todas las instituciones estatales, de las comunidades autónomas y de los ayuntamientos en la lucha contra la injusticia, serían actuaciones que enriquecerían la resistencia noviolenta.

Segundo escenario.  También podemos imaginar un segundo escenario, más innovador y transgresor (nos saca radicalmente del estrecho análisis de los ejércitos y el militarismo) en el que la defensa noviolenta lucha por el desarrollo de los derechos humanos, políticos, sociales, culturales y ecológicos.  Este sería un segundo tipo grupo de muchísimos ejemplos de resistencias civiles, también con incontables partidas ganadas.  Las ongs (en distinto grado de eficacia y de coherencia) son un ejemplo cotidiano.

Este escenario siempre está de moda, nunca pasa de actualidad, siempre es necesario, desgraciadamente.  Siempre ha sido y es necesario mejorar los derechos y hacer que se asuman para mejorar la vida de la Humanidad y el medio terráqueo.  Este es el escenario que nos hace proclamar desde hace décadas que la defensa noviolenta no es una mera entelequia, una ilusión de los pacifistas que no tienen los pies en la tierra, sino todo lo contrario:  es una praxis verdadera y coherente de la defensa noviolenta, de la defensa por métodos noviolentos de lo que realmente importa a la sociedad y de lo que nos hace avanzar.

¿Se podría plantear en este segundo escenario un papel relevante para las instituciones?  Sí.  “Conquistar las instituciones”, lograr que colaboren, que se interesen, incluso que se impliquen en la lucha por los derechos es y será, siempre, un gran logro.  Hará avanzar más a las ongs que luchan por los derechos y éstas se fortalecerán al ir logrando objetivos.

Tercer escenario.  Pero, además, existe un tercer escenario que normalmente se nos escapa como cuando los árboles no nos dejan ver el bosque.  Este escenario es muy radical, pero a la vez ceñido a la realidad, porque acepta una parte del análisis militarista:  la defensa ejercida en el actual escenario internacional. 

¿Qué ocurre cuando no se da el primer escenario?  Es decir, ¿es necesaria la defensa noviolenta cuando hay paz desde el punto de vista militar?  Este, por ejemplo, es el escenario actual en el Estado Español y muy habitual en los países de Europa:  no nos han invadido, no nos gobierna ningún dictador (aparentemente, al menos), no se ha producido ningún golpe de Estado.  Y a pesar de ser el escenario más frecuente es el menos analizado y tenido en cuenta.  El militarismo y su visión estrecha de las relaciones internacionales nos ha condicionado tanto que no nos dejan ver una alternativa aplicable a la realidad actual en el panorama internacional.

Volviendo a la pregunta de si es necesaria la defensa noviolenta cuando no se da el primer escenario (invasión, golpe, dictador) y sin referirnos al segundo (lucha por los derechos).  La respuesta es, obviamente, sí.  Es necesaria la defensa noviolenta para poder realizar verdaderas políticas de paz en épocas de “paz militar”.  Es necesaria para rebajar las amenazas militares que ejercemos sobre otros países, para reducir el nivel de violencia y militarización de las relaciones internacionales, pero también y hablando en positivo, para generar políticas de confianza, de cooperación, de entendimiento internacional, de solidaridad, en definitiva.

Nuestra política internacional actual no es, ni mucho menos, neutra ni pacífica.  Realmente es intervencionista, militarista y violenta.  En muchos estados del globo se nos ve, y no sin razones, como copartícipes de políticas imperialistas, colonialistas, militaristas y generadores de violencia directa, estructural y cultural.  Esta es una parte innegable de la realidad internacional.  ¿La vamos a asumir, nos vamos a quedar quietos, no vamos a idear y gestionar una alternativa noviolenta?

Y somos conscientes o, al menos sospechamos, que nuestra política internacional se puede gestionar de otra forma muy distinta:  promoviendo la cooperación, el codesarrollo, el respeto al medio ambiente, la solidaridad, etc. 

Por un lado, se pueden dar respuestas y proponer actuaciones desde la sociedad civil:  lo hacen muchas ongs en su trabajo cotidiano.  Pero, desgraciadamente, su escala se queda pequeña ante la inmensidad mundial.

Sin embargo, por otro lado, también se puede colaborar desde las instituciones y sería imprescindible y urgente que se implicasen desarrollando políticas noviolentas para la acción internacional del Estado en nuestra realidad internacional.  Abandonar las organizaciones internacionales militarizadas, el comercio de armas, el colonialismo económico y cultural, el etnocentrismo, la depredación de recursos ajenos, el derroche económico, etc., serían una cara de la moneda.  La otra cara, las políticas que deberían ir aparejadas para logar un verdadero y fructífero transarme serían crear organizaciones internacionales de cooperación, promover campañas de codesarrollo a cambio de desarme, promover zonas desmilitarizadas, promover un tratamiento cooperativo y solidario de los conflictos internacionales, acabar con la pobreza, conseguir los objetivos de desarrollo sostenible a nivel mundial, pero también lograr otros progresos estructurales como acabar con los paraísos fiscales, con el comercio de seres humanos, etc.

En conclusión.  En los tres escenarios en los que se puede (y debe) desarrollarse la defensa noviolenta son necesarias políticas en y desde las instituciones.

3.-  ¿Por qué, entonces, no se avanza en planificar y luchar para que las instituciones desarrollen políticas de defensa noviolenta?

Por la desconfianza, lógica, en el Estado

Es común, desde el pacifismo más luchador, desconfiar del Estado, en general, y del Ministerio de Defensa, en particular.  Su esencia es militarista, violenta, opresora, elitista, productora y comerciante de armas, exportador de conflictos violentos, intervencionistas, insolidaria, elitista, jerárquica, machista, etc.

Todas estas características (y podríamos llenar varias líneas más) le sitúan dentro del paradigma de dominación-violencia, en su mismo cogollo y le hacen merecedor de nuestra desconfianza más profunda.

El Estado y el Ministerio de Defensa representan la cruz de las políticas que deseamos, incluso a pesar de sus campañas, que son meros maquillajes, de introducción de la mujer en los ejércitos, de planes para venderse ecológicos mediante un menor consumo energético o con municiones menos contaminantes, por ejemplo.

La desconfianza es lógica y acertada. Y debe guiar las propuestas que hagamos.  Entonces, ¿para qué proponer, idear y trabajar por la integración de la defensa noviolenta en el Ministerio de Defensa?

Porque el objetivo final sería que la sociedad civil y las instituciones trabajen en la misma dirección y con las mismas metodologías.  Llegar a dicho objetivo necesita que la sociedad civil reivindique políticas concretas del Estado en políticas de defensa, al igual que lo hace en políticas de educación, sanidad, vivienda, etc.

Y porque el Estado está ahí para usarlo.  Que el Ministerio de Defensa actual sea esencial en el paradigma de dominación-violencia no implica que debamos renunciar a su cambio y a que progresivamente comience a desarrollar políticas noviolentas.  La renuncia a que el Estado desarrolle políticas noviolentas coherentes de defensa sólo lleva a la inacción de la sociedad civil en dicho tema y a políticas estatales de espaldas a la sociedad y a la noviolencia.

Por el desconocimiento del Estado que nos lleva a no implicarnos en su mejora

Que la sociedad se encuentre de espaldas a las políticas de defensa del Estado por la desconfianza hacia él hace que no desarrollemos nuestra capacidad propositiva.  Por ejemplo, ¿qué partido político actual puede ofrecer alternativas serias, razonadas y estructuradas a cualquier política del Ministerio de Defensa?  Ninguno.  Y así, ¿cómo vamos a avanzar?

Pero el desapego, el desconocimiento de la política de defensa del Estado nos lleva a no tener una capacidad propositiva basada en la realidad actual para poder analizar sus fallos y proponer políticas alternativas.  Si no somos capaces de partir del conocimiento de la realidad imposibilitamos cualquier vía de mejora, al no saber cuál es el punto de partida del camino que queremos transitar.

A la vez, va siendo hora de que nuestra capacidad crítica se desarrolle, además de desde el punto de vista ético en el que la razón asiste a la noviolencia, desde el punto de vista práctico dando alternativas parciales y globales a los aspectos concretos que opinamos han de cambiar.

Sin capacidad crítica ni propositiva, sólo nos queda la ética. La ética es la base de todos nuestros discursos y de nuestra coherencia. Pero no es suficiente: hay que concretar propuestas políticas, metodologías de acción y, también, propuestas para transformar nuestras instituciones de defensa.