El diálogo salva vidas, ayuda a restaurar la convivencia y propicia la escucha a las víctimas, tarea imprescindible para una justicia restaurativa.
Publicamos hoy una página desconocida de nuestra historia, el intento de poner en contacto a víctimas de ETA con víctimas de las Fuerzas de Orden Público que, a finales de los años 70, hicieron Gonzalo Arias y Esteban Zabaleta. Nos lo ha contado Esteban, que acompañó en esta tarea a Gonzalo. El intento no llegó lejos pero no por ello dejó de tener sentido. Si esta y otras iniciativas hubieran sido apoyadas podríamos habernos ahorrado muchos años de sufrimiento, muchas vidas rotas y mucha crispación política. En esta ocasión se pidió ayuda a algunas organizaciones que no estuvieron a la altura de las necesidades. Los acuerdos de paz no llegan caídos del cielo, es necesario propiciarlos contra viento y marea, crear un clima favorable, conscientes de que la violencia deja profundas huellas no sólo entre quienes sufren la violencia sino también entre quienes la practican. Poder mostrar esas huellas es un derecho que tienen todas las víctimas. Restablecer relaciones de escucha, de confianza, de apoyo mutuo, de justicia es el camino que nos alejará de la violencia. Ahondar trincheras, fomentar el odio y la venganza son el camino que nos llevará a una espiral de violencias.
Se cumplen 25 años de los acuerdos de Viernes Santo en Irlanda del Norte, que rebajaron notablemente la tensión y la violencia de un conflicto con 30 años de historia. Antes de ello hubo muchas persona que se implicaron en gestos de reconciliación, de reconocimiento mutuo, de compartir dolor; encuentros entre víctimas y victimarios, haciendo posible el diálogo. Hoy, 25 años después sigue quedando mucho por hacer y reconstruir.
Vemos con esperanza las negociaciones entre las guerrillas y el gobierno de Colombia, tras un ejemplar trabajo de la Comisión de la Verdad. Es de destacar el trabajo de base que se viene realizando en las comunidades y especialmente de las mujeres, implicadas en la pacificación. Nos duele especialmente el empecinamiento del gobierno español en alimentar la guerra en Ucrania, sin ninguna propuesta creíble y constructiva de paz, sin propiciar un alto el fuego que ponga fin a la perdida de miles de vidas. Nos duele el odio indiscriminado contra todo lo ruso, tanto relato parcial y maniqueo faltando a la verdad, tanta épica de la victoria que condena a la muerte, la destrucción y la pobreza a las comunidades ucranianas. Esperamos que más pronto que tarde se abran vías de diálogo o la ciudadanía se levante contra sus políticos pirómanos para decir ¡basta ya!
Sobre los impulsores de esta historia hemos de reseñar que Gonzalo Arias, nació en Valladolid en 1926. En 1956 se traslada a París donde trabaja traductor de la UNESCO. Allí toma contacto con las corrientes noviolentas francesas y se interesa por figuras como Gandhi y Luther King, considerándose desde entonces como aprendiz de noviolento. En 1968 publica su novela-programa «Los Encartelados», la intenta poner en práctica saliendo encartelado por la calle Princesa de Madrid, reclamando elecciones libres a la jefatura del Estado, en plena dictadura. Fue inmediatamente detenido y encarcelado. En 1971 participó en la Marcha de Ginebra a Valencia, donde iba a ser juzgado Pepe Beunza, primer objetor de conciencia político en España. Dos de sus obras publicadas en 1973 influyeron notablemente en el incipiente movimiento noviolento: «La no-violencia: ¿tentación o reto?» y «El proyecto político de la no-violencia». Preocupado por el tratamiento político que se daba a Gibraltar, se traslada a vivir a La Línea, saltando en varias ocasiones la verja como señal de protesta y de desobediencia, allí escribe «Gibraltareños y gibraltarófagos» y «Operación anti verja». Tras el golpe de estado de Tejero escribe «El antigolpe», un primer esbozo de resistencia civil a un golpe militar que más adelante profundizará.
Esteban Zabaleta, formó parte del primer grupo de objetores que en el barrio de Can Serra (Barcelona) realizaron un servicio civil como alternativa al servicio militar. Encarcelado, como sus compañeros, en el castillo militar de Figueres, salió por la amnistía de 1976. Vuelve a Madrid para iniciar un servicio civil en el barrio de Tetuán y extender la objeción de conciencia al servicio militar. Agradecemos su colaboración en este artículo que nos devuelve un fragmento de nuestra memoria. (Nota de Alternativas Noviolentas).
Esteban Zabaleta
A finales de los años 70, algunos de los objetores que vivíamos en Madrid, tuvimos la suerte de conocer personalmente a un hombre que, desde el año 1968, se había propuesto llevar a la práctica algunas de las ideas que habían animado la lucha política de dos líderes indiscutibles, como fueron Mohandas Gandhi y Martin Luther King. Al leer la vida y obra de estos profetas de la No-Violencia, él mismo afirma que quedó profundamente impresionado. Y, a partir de entonces, decidió emprender, también él, una serie de actividades pacíficas orientadas a lograr algunos de los derechos más elementales en una Sociedad que se iba modernizando, si bien con muchas dificultades, debido, en gran parte, al carácter autocrático del régimen. Con este ánimo inició su lucha particular en 1968, encartelándose, -llevando una pancarta a la espalda y otra en la parte delantera- en las que pedía públicamente elecciones libres como primer paso para instaurar la democracia. Pudo recorrer unos 100m por la calle Princesa de Madrid. Fue detenido y puesto en prisión como autor de un delito contra les leyes fundamentales, además de ser castigado con una multa de 10.000 pesetas.
En los 70 protagonizó otros actos reivindicativos. Los más conocidos, seguramente fueron las repetidas visitas a Gibraltar, incluyendo las saltas de la verja fronteriza para reclamar la humanización de la política de hostigamiento hacia las familias gibraltareñas.
Es bien sabido que por entonces ya había un grupo nacionalista vasco (ETA) organización armada que luchaba contra el régimen, y que tenía cierta aceptación social, que la iría perdiendo al aprobarse la Constitución y el Estatuto de Autonomía del País Vasco, y se reduciría mucho más con motivo del asesinato de Miguel Angel Blanco, el 13 de julio de 1997.
La primera víctima causada por ETA se produjo el 7 de julio de 1968. Pero la actividad armada de ETA se intensificó de manera muy ostensible a partir de la ejecución de Txiki y Otaegi el 27 de septiembre de 1975.
En 1976: los atentados de ETA causaron 17 muertes,
En 1977: 11,
En 1978: 64,
En 1979: 84,
En 1980: 93,
La primera muerte de un miembro de ETA en enfrentamientos con las fuerzas del orden público (FOP) se produjo también en 1968.
En el 75 fueron ejecutados Txiki y Otaegi después de un sumarísimo consejo de guerra, además de 10 miembros más en enfrentamientos con las FOP
En el 76, 3,
En el 77, 2,
En el 78, 9,
En el 79, 7. Este año entró en acción el Batallón Vasco Español que realizó diversos atentados mortales contra sospechosos de pertenecer a ETA.
En 1980, 7.
Conforme pasaban los meses, las muertes se iban sucediendo con más frecuencia, de manera que el ambiente se iba enrareciendo de manera cada vez más preocupante e intolerable para las fuerzas armadas, para los gobernantes, para los partidos políticos, para los empresarios y para ciudadanos que podían ser extorsionados con o sin aviso previo. Lo vasco comenzaba a producir una reacción adversa cada vez más visible en el resto de España, sobre todo en los lugares de donde eran originarias las víctimas uniformadas. Por otra parte, las víctimas de las torturas por parte de la guardia civil y la policía nacional en el país vasco aumentaban de forma alarmante. Más de la mitad de ellas, por lo que se sabe, sin que tuvieran ninguna afiliación política. Y varias de ellas, con resultado de muerte o desaparición. Toda persona uniformada comenzaba a ser vista como enemiga por la mayor parte de la población vasca.
En estas circunstancias, nuestro admirado Gonzalo Arias tuvo la brillante idea, porque así era, de crear un espacio de encuentro entre familiares de víctimas de un lado y de otro. Pero como no estaba seguro que un foro así pudiera ser entendido en aquel preciso momento, creyó que primero convenía hacer un pequeño sondeo para valorar las posibilidades de implementación que pudiera tener un proyecto tan ambicioso y tan arriesgado.
Desde el Movimiento de la No-Violencia, donde no había nadie afectado directamente por el terrorismo de un lado o del otro, la opinión era totalmente favorable a probar el desafío. Y es aquí donde entro yo en escena sin que lo hubiera buscado.
Gonzalo, creo que muy acertadamente, consideraba que la presentación en Euskadi de una propuesta de estas características por parte de una persona de Madrid podría ser facilitada si la realizaba conjuntamente con una persona del país y que pudiera dirigirse a las familias en su propio idioma, si fuera conveniente, que, sin duda, lo era. Me hizo un resumido esbozo de su idea y yo acepté acompañarlo, con total confianza, sin pensármelo dos veces.
Gonzalo ya se había preocupado de realizar una pequeña muestra de direcciones de unas pocas familias de víctimas de ambos lados como posibles destinatarias de nuestra visita.
Salimos de Madrid a media tarde. En la primera familia, en un pueblo cerca de Madrid, la única persona que pudimos ver, y por pocos minutos, fue la madre de un guardia civil asesinado por ETA. Presentar un proyecto así a una madre que se encuentra viviendo el dolor por la muerte de su hijo que había sido objeto de un violento atentado mientras realizaba su trabajo, es un asunto muy delicado y, hasta cierto punto, también bastante violento y muy intrusivo. Y, como era de esperar, la frialdad con la que fuimos recibidos tenia una justificación evidente. Como todas las familias españolas, también ésta había sido educada en un ambiente de ideas cristianas, y desde esta perspectiva no negaba que la propuesta que le hacíamos podía tener un sentido, pero el estado emocional en el que se encontraba, no le permitía comprometerse a nada.
Después de darle el pésame y expresarle nuestro agradecimiento más sincero por habernos atendido, nos despedimos para dirigirnos seguidamente a Euskadi. Antes de llegar, y dado que el coche de Gonzalo disponía del suficiente espacio para que pudiéramos dormir manteniendo abierta la puerta trasera, nos detuvimos a pernoctar en un párking. La segunda visita, a media mañana del día siguiente, la realizamos en una pequeña población de la costa donde vivía la familia de una de las víctimas causada en un enfrentamiento con las FOP.
Fuimos recibidos por los padres dentro de una atmósfera que delataba un largo sufrimiento y una honda resignación. Pudimos explicar relajadamente el esbozo del proyecto y el objeto de la visita que era el de sondear la viabilidad del mismo. Nos mostraron su disposición franca a participar, si finalmente dicho proyecto pudiera ponerse en práctica, porque ellos mismos constataban en su propio vecindario que la convivencia social se iba crispando hasta límites angustiosos. Esta visita nos produjo un cierto optimismo sobre la utilidad del proyecto y con esta ánimo continuamos nuestro itinerario.
Siguiendo el plan prefijado, el siguiente encuentro lo realizamos en Donosti, también con familiares de una víctima que había sido miembro de ETA y muerto en un enfrentamiento con las FOP. Fuimos recibidos correctamente por la abuela y la madre, en un ambiente relajado, teñido también de una severa tristeza pero solidarizándose y defendiendo decididamente la lucha en la cual había participado su hijo y nieto. Sí que, en principio, les parecía positiva la idea de poder participar en encuentros de familiares de ambos lados, pero siempre que se les permitiera mantener sus propias ideas. Desde esta posición, su escepticismo tomaba un relieve evidente en el contexto social del momento, donde se respiraba y se sufría un enfrentamiento ideológico creciente. Pero esa era la realidad en la cual podría intervenir, eventualmente, el proyecto de Gonzalo Arias para suavizar posiciones cerradas y encontradas.
El paso siguiente, y último, fue volver a Castilla y contactar con familiares de un policía víctima de ETA. En este caso, la negación a recibirnos fue taxativa, con denuncia incluida. Cuando llegamos al domicilio de Gonzalo, ya nos esperaban dos uniformados. Al mostrales nuestros carnets, pronto pudieron identificar a Gonzalo como activista no-violento, pero respecto a mí, una persona con apellidos claramente vascos y que alguna vez había pasado ya por comisaría, aunque sin ningún cargo, Gonzalo tuvo que ponerse muy firme intentando demostrar que el único responsable del proyecto y de las visitas que habíamos hecho era exclusivamente él. Y que mi colaboración se limitaba a acompañarlo por mi conocimiento de Euskadi y del euskera.
Si se analiza esta experiencia desde la mirada del 2022, creo que se ve claramente que aquel era uno de los momentos menos oportunos en nuestra historia reciente para semejante intento.
Primero, porque los atentados y muertos, tanto de un lado como del otro, eran demasiado recientes y el dolor causado en los familiares era tan intenso que la tarea de poner una distancia racional como premisa y condición para un encuentro sincero y constructivo, se hacía prácticamente imposible.
Segundo, porque el conflicto entre la organización ETA y las Instituciones democráticas recién estrenadas se encontraba en una etapa de recrudecimiento y de creciente crispación.
Tercero, porque nadie era capaz de vislumbrar de qué manera incruenta podría avanzarse hacia un entendimiento constructivo.
Y cuarto, porque faltaba cualquier atisbo de voluntad para intentarlo por parte de quienes disponían del poder para hacerlo.
Aún habían de pasar unos 30 años más para que ETA, el 20 de octubre del 23011 anunciara el abandono de la lucha armada. Es a partir de este día cuando el proyecto de Gonzalo Arias podría comenzar a desplegar toda su eficacia. Porque, a día de hoy, una de las vergüenzas más sangrantes del descaro de los partidos de las derechas españolas es la instrumentalización perversa, despiadada e inhumana que están haciendo del dolor de las víctimas. Y las únicas personas que podrían poner fin a esta mercantilización inmoral, serían las propias víctimas.