En los últimos meses hemos visto acciones disruptivas de grupos como Extinction Rebellion, Futuro Vegetal o Rebelión Científica, que han causado cierta alarma en autoridades y medios de comunicación, y que bien merecen una reflexión. En primer lugar hay que señalar que son acciones que llaman la atención sobre el deterioro progresivo e irreparable de las condiciones de vida en el planeta por la crisis climática, que buscan desacelerar el ritmo, paliar en lo posible los daños, atender a las poblaciones más expuestas y organizar desde abajo la necesaria transición. La crisis climática es un hecho del que la ciencia viene alertando desde hace décadas sin que los gobiernos tomen realmente medidas eficaces para reducir drásticamente las emisiones de CO2. Algunas consecuencias ya las estamos padeciendo: frecuentes olas de calor, incendios devastadores, fenómenos meteorológicos extremos, pérdida de biodiversidad, sequías, migraciones, pobreza, conflictos… Pegarse en un museo al marco de un cuadro muy conocido, manchar de rojo o negro la fachada de edificios conocidos, como el congreso, o cortar una autovía, han sido algunas de las acciones que han llamado la atención de la opinión pública y han recibido a menudo severas críticas por las formas, sin a penas aludir al fondo y finalidad de las acciones, exigiendo otras formas de protesta menos disruptivas, como si no se vinieran realizando desde hace años, con escaso éxito a la hora de que los gobiernos tomen medidas eficaces.
No es de extrañar que la juventud más concienciada se indigne ante la inacción política y se rebele contra quienes hipotecan su futuro. Lo mismo podemos decir de científicos o cualquier persona consciente que no se resigne a seguir el juego a un sistema que avanza hacia el colapso. Sorprende que quienes se alarman por los hipotéticos daños del marco que enmarca al cuadro, no vean ningún peligro por el daño irreversible que se está haciendo al planeta y que está costando ya la vida a miles de personas cada año.
Hay que señalar que las activistas pertenecen a grupos que conscientemente han optado por la acción directa y la desobediencia civil como estrategias de acción noviolenta. Así, Extinction Rebellion Spain se define como “movimiento social que, a través de la desobediencia civil masiva, noviolenta y sostenida en el tiempo, presiona a la clase política para actuar ante el colapso climático y la crisis existencial que viene. ¡Únete a la rebelión!”. Comparten, por tanto, importantes señas de identidad con lo que define históricamente a las acciones noviolentas:
- Buscan un fin noble.
- Se orientan a obtener beneficios para el común y no privilegios particulares.
- No causan daño a las personas.
- Son acciones planificadas concienzudamente.
- Dan la cara y no rehuyen las consecuencias de sus actos.
- Practican la desobediencia civil y la hacen pública.
- Llaman a tomar parte de la protesta a toda la población.
- Actúan conforme a su conciencia.
También, como en casi todas las campañas noviolentas, sus acciones no gustan al orden establecido y a las “personas de bien”, que no dudan en hacerles responsables del problema, y no, parte de la solución. Cuando los mandatarios de occidente llegan a hacer sus negocios con India, es un paso obligado rendir un fingido homenaje a la figura de Gandhi. Hay que señalar que ni los actuales dirigentes ni los políticos de su época le tuvieron el menor aprecio; mucho menos la prensa inglesa, que se burló de su figura y, lejos de reconocer la brutalidad de la dominación colonial inglesa, le acusaban a él de los problemas que generaban sus campañas de no-cooperación y desobediencia civil. Tampoco gustó a la dictadura argentina ni a sus dirigentes la protesta pacífica de las Madres de la Plaza de Mayo reclamando «memoria, verdad, justicia ¡ Ahora y siempre¡» para las víctimas de la dictadura, así como la búsqueda de sus nietos robados. La prensa y los políticos americanos del momento tampoco vieron con buenos ojos la negativa de Rosa Park a ceder su asiento en el autobús a un blanco, pues rompía el “orden establecido” que segregaba a blancos y negros, consagrando los privilegios de los primeros y abriendo un conflicto que consideraban “innecesario” quienes gozaban del privilegio a sentarse.
Cuando el 1% más rico del mundo contamina el doble que el 50% más pobre de la población mundial, sin que los gobiernos tomen medidas, acciones como la ocupación de aeropuertos para jets privados son acciones necesarias, con una indudable lógica de justicia social y climática. El 1% no tiene ningún derecho a contaminar un planeta único que es de todos los seres que lo habitan. Desprestigiar por cualquier medio a quienes se les enfrentan desde la noviolencia es el primer y persistente empeño del poder y sus acólitos. Desgraciadamente no hemos de esperar flores, piropos y homenajes de las mayorías para quienes abandonan la comodidad de una vida tranquila, exponen sus cuerpos, arriesgan su libertad y acaban siendo consideradas delincuentes. Al intento de desprestigio le seguirá el de la severa represión, con sanciones administrativas, burorrepresión, control y privación de libertad. De hecho, 15 activistas de Rebelión Científica se arriesgan a años de condena por deslucir la fachada del Congreso de los Diputados en Madrid con zumo de remolacha, que desaparece sencillamente con un chorro de agua. Es más fácil condenar al mensajero que poner el remedio. Jorge Riechmann, uno de ellos, señalaba que, “Cuando criminaliza la protesta no violenta, una sociedad se daña a sí misma. Y por partida doble, si es una sociedad democrática”.
Del 21 al 24 de abril, coincidiendo con la celebración del Día de la Tierra, tuvo lugar en Londres THE BIG ONE, con la participación de más de 200 organizaciones y unas 100.000 personas en las calles, con charlas, artistas callejeros, debates, música, cultura, actividades infantiles, etc. Pedían al gobierno inglés que detenga la búsqueda de nuevos combustibles fósiles y establezca asambleas ciudadanas de emergencia para decidir cómo lograr el fin de la era de los combustibles fósiles. A pesar del escaso interés que tuvo para la prensa y Tv., nada detendrá a millones de personas que ya en todo el planeta se resisten a la “muerte colectiva” que provocaría la pasividad política. Es posible que no siempre se acierte con las acciones y que incluso haya que reconocer errores; pero no se puede, por ello, pretender parar una lucha tan justa como necesaria. La inteligencia colectiva sabrá encontrar los mejores métodos.
Como ya vienen alertando desde hace tiempo voces ecologistas y de otros ámbitos, todavía minoritarios, de la política, si nos somos capaces de organizar desde abajo ese tránsito imprescindible, se organizará desde arriba, con políticas impuestas, autoritarias, militarizadas y al servicio de las élites. Los ejércitos, lejos de darnos seguridad y defendernos de la amenaza global que supone la crisis climática y del sistema, son parte importantísima del problema: son grandes generadores de contaminación; son el sostén de de la violencia estructural del sistema y sus políticas depredadoras; despilfarran recursos imprescindibles para hacer frente a los problemas ya urgentes de seguridad humana en amplias zonas del planeta. La lucha por un planeta habitable para todas está también íntimamente ligada a la lucha por un planeta desmilitarizado.
¡Planeta vivo, planeta desmilitarizado!