Poemario contra la Guerra.


¿Y si los palestinos sufren tanto como los judíos? ¿Y si los judíos abren los ojos? A propósito del poemario de Itsos Katzenelson.

Juan Carlos Rois.

1.- Itsoj Katzenelson ¿un poeta universal?

La experiencia de desastre absoluto, de acabamiento, exterminio y asesinato total ha sido narrada una y otra vez y de mil formas a lo largo de nuestra historia. 

Es la historia misma de la lacra de la guerra, de cualquier guerra, y de la violencia implacable contra el otro, ahora vivido como enemigo. También la mayor interpelación al fuste torcido de los humanos. Somos capaces de cualquier exterminio porque hemos sido capaces de provocarlos antes sin reparo. ¿Seremos también capaces de evitarlo y de corregir este “defecto de fábrica” que nos acompaña desde tiempos inmemoriales?

Itsoj Katzenelson fue un docente, dramaturgo e intelectual judío nacido en Bielorrusia y emigrado a Polonia en su infancia.

Si ha pasado a la historia universal es por su testimonio de vida y por un poemario que realizó en el campo de concentración de Vittel (en la Francia del régimen de Vichy), donde lo llevaron los alemanes de la Gestapo tras participar en el levantamiento del gueto de Varsovia.

El poemario, escrito en idish durante su reclusión en Vittel, se ha traducido como Canción del pueblo judío asesinado y al sefardí (o ladino) como “el Kante del puevlo djidyó atemado”. Mantiene un tono dramático y una innegable reminiscencia de la métrica de profetas y sapienciales hebreos, de cuya teología estaba empapado el autor, por otra parte de ideología cercana al sionismo cultural, no necesariamente religioso, de principios del siglo XX.

Katzenelson, antes de ser trasladado desde Vittel a Auschwitz, donde lo asesinaron, logró esconder los pliegos de su poemario en botellas que enterró al lado de un árbol y luego fueron recuperados tras el fin de la guerra.

Sus versos narran la desgracia, la injusticia y el horror de la ocupación alemana y de la aplicación sistemática del odio y el exterminio del pueblo judío durante la vigencia del régimen nazi. Aplicación de la política de guerra hacia una población civil y hacia una identidad los que él mismo fue víctima y testigo: Nos asesinaron a todos en esta tierra, del más grande al más chico/ aquí nos arrancaron, seco y verde, por entero.

Pero, como todo poema, su densidad reveladora pude ir más allá del hecho que lo provocó y de los límites de su época o de su autor, para traspasar también el umbral de nuestra propia y triste realidad cotidiana de hoy y de siempre y aproximarnos de forma inconformista a una dimensión preformativa de la condición humana por realizarse.

Digamos de paso que para que una poética sapiencial como éste adquiera esa dimensión universal ha de ser trasladable a cualquier otra situación en la que se revela similar drama. Y, si me apuran, ha de interpelar por igual, ya sea como denuncia o promesa, a las víctimas y vencidos de cualquiera de ellos y a sus verdugos y la reata de colaboraciones que los sostiene. Es entonces cuando la provocación universal del mensaje poético se ofrece como apertura y perspectiva a quienes carecen de ella y como límite y petición de cuentas a quienes imponen un mal que nos degrada y que amenaza la vida.

La condición humana a la que invita la poesía agresiva no es una especulación, sino una tarea y un compromiso. Dice W. Benjmin, por cierto, otro judío que acabó dramáticamente su vida ante el horror nazi, que lo que se ha perdido en las especulaciones sobre la condición humana puede recuperarse en una sola mirada al hombre desnudo, en la revisión crítica de la sucesión de horrores de la historia y en la revelación que provocan ciertos acontecimientos en los que la misma historia se densifica y esclarece.

Revisión crítica de los hechos y articulación/revelación diacrónica y sincrónica de la historia. Quedémonos con la idea.

2.- Una invitación a la lectura afectiva en ladino.

Por todo ello quiero invitar particularmente a esos judíos que justifican lo que están haciendo los ejércitos del Estado de Israel (con la aquiescencia de gran parte de la población de aquel estado y bajo los mandatos de sus políticos desaprensivos) a que miren este poema que habla del dolor del holocausto sufrido por su pueblo con nuevos ojos. 

Haremos para ello una provocadora traslación mutatis mutandis, desde donde el texto de Katzenelson habla del pueblo djidyo (judío en ladino) hacia el pueblo palestino actual (nos valdría para cualquier otro pueblo), devolviendo a tantas personas despojadas de sus diritos y ke le falta avrigo la humanidad que les niega la propaganda de guerra.  Proponemos un paso emocional por la situación que se vive por la acción militar israelí sobre el que hoy podríamos llamar gueto de Gaza, nuevo gueto de Varsovia.

Lo haremos seleccionando algunas estrofas, que voy a transcribir en ladino para mayor énfasis, porque tal vez este texto pueda llegar a la sensibilidad de alguno de los judíos sefardíes perplejos por la rabiosa actualidad de la guerra, y también por aquello de la otra reminiscencia, la de los sefardíes que fueron expulsados de las Hispanias en otra infausta y sincrónica/ancrónica época, desarraigándoles de los judíos obligados a la conversión que quedaron y de los que, quien sabe en qué grado y diluido modo, seguimos perteneciendo a aquella desgracia o somos herederos con o sin memoria de ella.

También apelamos al judío (y al palestino) interno que todos llevamos dentro.

3.- ¡Abrir los ojos y tener un corazón de carne!

Katzenelson es el hombre que mira la desgracia de su alrededor y que sabe quién es. Yo soy el hombre que miro, que vio.

La primera condición para no perdernos en el mundo de justificaciones de la barbarie que nos rodea y en los estímulos prefabricados con los que, con más herramientas que nunca, nos teledirigen los que fijan la verdad y la mentira, es abrir los ojos, mirar y ver y reconocerse más allá de la nube de explicaciones, relatos y manipulaciones que día a día asaltan nuestra vida y enturbian nuestra visión. 

La lucha por la paz, la lucha contra la desgracia de la guerra o el mismo “caminar erguido” o con la cabeza erguida y el paso firme que predicara otro filósofo judío del siglo XIX, obliga a abrir los ojos para ver y pasar los hechos por el corazón.

Este proceso y esta predisposición supone varios pasos que podemos rastrear en el poema de Katzenelson 

¡Abre los ojos!

Es sabido que para matar impunemente a otras personas y para hacer la guerra, hace falta deshumanizar a los otros, convertirlos en enemigos, convertirlos en bichos raros, en no humanos, en piedras, en ovejas. Así lo expresa el poema: los arrojaban en las carretas como si fueran piedra, como ovejas/ y los golpeaban sin piedad y los despreciaban de modo obsceno.

No hace falta rebuscar mucho en la actuación del ejército de Israel hoy (aunque nos valdría para cualquier otro caso) para comprobar este manipulador proceso de deshumanización y de mentira como táctica de guerra, no sólo para justificar la lucha contra el ejército enemigo, sino la aplicación de políticas de fabricación de comunidades rotas y la muerte de todo un pueblo, ahora convertido en enemigo antagónico y, en lo posible, subhumano, indigno de sobrevivir. 

Hace unos pocos días el portavoz del ejército israelí afirmaba que Israel no está incumpliendo las leyes de guerra (¡terrible contradicción, leyes de guerra, como si la guerra no fuera la negación de las leyes) porque los palestinos no eran seres humanos.

¿Son bichos raros? ¿Es un bicho raro, sin humanidad, aquel contra el que desatamos la furia propia? ¿No son personas con los mismos sufrimientos, fragilidades y esperanzas, los niños palestinos de corta edad que hemos visto acribillar en las pantallas? ¿Son terroristas desfigurados toda la población civil que sufre la guerra, la falta de alimentos y agua, la destrucción de infraestructuras básicas?

Rompe el corazón de piedra

El hombre que mira no se deja obnubilar por la mentira y no ve ovejas ni piedras donde sufren personas, hombres, mujeres, niños y niñas, allegados y sus redes de relaciones, a los que, como dice el poema, maltratan y humillan.

Ve con certeza, a seres humanos tratados como si fueran piedras, como ovejas

Y ve que a estos hombres los golpeaban sin piedad y los despreciaban de modo obsceno

Ver al hombre y a la mujer desvalidos en su condición de semejante, no de bicho raro, y ver su maltrato y humillación es el segundo paso para esclarecer nuestra mirada: es pasar este sufrimiento por el corazón. Es romper nuestro corazón de piedra, pues comprobamos que el otro no es una piedra, sino un doliente que nos interpela.

Ver es además evitar el engaño, lo que exige una vigilancia constante de nuestra propia sensibilidad para disipar las sombras y la mentira. 

Transformar nuestro corazón de piedra en un corazón sensible nos abre a la conciencia de videntes, que toman conciencia de lo que ven: yo soy el hombre que miró, que vio… El hombre que ve que las personas maltratadas no son piedras, ni bultos que se acarrean, sino vida a la que se humilla y mata.

La tradición judía lo sabe, aunque a veces, demasiadas, lo olvida. 

Ezequiel, por ejemplo, profetiza contra el corazón de piedra y promete una vía de liberación que pasa por poseer un corazón de carne y espíritu. 

También el Devarim, uno de los libros de la torá, habla del endurecimiento del corazón y de la ofuscación del espíritu de los que confían en el poder y los ejércitos. 

No hace falta ser especialmente religioso, ni profesar un credo más o menos reglado, para pillar de qué va la película y cómo aplicarse el cuento en los días presentes.

Hoy también podemos preguntarnos si no vemos cómo a los niños de Gaza los acarrean, los golpean sin piedad (tenemos más de 12.000 niños muertos y cientos de miles en peligro de muerte por desnutrición) y los desprecian de modo obsceno. ¿no tenemos un corazón de piedra cuando tal hecho nos conmueve tan poco? ¿no hay que pasar lo que vemos en las imágenes por el corazón para ver la realidad?

El portavoz de UNICEF James Elder (¿otro judío?) en una entrevista a la CNN ayer mismo dijo “No creo que en mis 20 años con Unicef haya visto esta cantidad de niños con heridas de guerra” y también que los niños y niñas gazatíes “Están demacrados, flacos, asustados y muy cansados. Y se están muriendo de hambre, de deshidratación y de enfermedades como diarreas”. Con un corazón de carne viva esto nos ha de remover y clarificar la vista, aunque los dolientes no sean de los nuestros y aunque los terroristas de Hamás cometan los mismos desmanes que nos desgarran y que nos hacen sentir dolor de corazón por nuestras propias víctimas. 

Por conta, un coronel portavoz el ejército Israelí niega la crisis humanitaria de la franja.  ¿No apela todo esto a nuestro corazón de piedra?

¿No hace falta desarraigar nuestro corazón de piedra o pasar por el corazón a estas víctimas civiles de una guerra y de una violencia que se les impone como realidad y como horizonte? No son ganado, ni piedras, ni subhumanos.

¿Reconocer el mal?

Antes de esta estrofa el poeta describe como un hombre vulgar se ha dedicado al martirio de los judíos. Su mirada es el horror y se pregunta el poeta ¿Viste su mirada? Ya nunca va a correr un temblor así por nuestra piel.  El hombre que ve reconoce también la mirada terrible del mal.

La estrofa seleccionada ahora habla del mal que se encarna en cuerpo de persona y se expresa desde “la sed de sangre…la saña verdadera contra los despojados de derechos y contra lo débil y bueno de la tierra. Un mal radical descrito de forma expresiva en otros muchos versos.

No es Hitler, ni Himmler, ni Alfred Rosemberg, las personificaciones del mal nazi para el poeta, quien pisa la dignidad de los desvalidos y ejerce la saña contra el que ha sido despojado de sus derechos y contra todo lo que es bueno en la tierra. Es el hombre normal, un cualquiera, el que lleva adelante el programa designado por otros.

Por cierto, otra pensadora judía, Hanna Arendt, en sus crónicas sobre el juicio al teniente coronel Adolf Eichmann en 1961 en Jerusalén, nos advierte de la terrible banalidad del mal, ante el cual la palabra y el pensamiento se sienten impotentes. No necesita encarnarse en un monstruo, le vale una persona corriente y moliente, con su grotesca estupidez, imbuido en un sistema de administración burocrática de la violencia, haciendo sencillamente el trabajo asignado. Así de compleja es la condición humana, de la que todos participamos, y así nos cerca el mal.

Al hilo de ello me saltan de nuevo los interrogantes, porque me imagino, en este momento, a los palestinos que ven la mirada de los soldados que patrullan y destruyen sus viviendas, o de los colonos que los despojan de cuanto tienen, y pienso que ya nunca va a correr un temblor así por su piel.

O me pregunto si la banalidad del mal no alcanzará también a los que son reclutados para ejecutar su anodino trabajo militar, por quienes, sin preguntarse sobre su responsabilidad personal en la obediencia a tales directrices de administración de violencia, las ejecuta sin preguntarse por la saña contra los despojados de derechos y los débiles y contra lo que es bueno para la tierra, ahora en Gaza.

Tenemos, no obstante, también buenas noticias. Hay quienes se niegan a esta lógica y rechazan ser un nuevo Eichmann. Existe en Israel una red activista de rechazo a la guerra el movimiento Masravot. Ella Keidar, activista, afirma que su lucha no es solo de rechazo a formar parte de una fuerza militar violenta y ocupante, sino a trabajar activamente contra ella, es la esperanza de poder cambiar la realidad de este lugar. Otro objetor, Tal Mitnick, encarcelado por negarse a participar de la actual guerra afirma para justificar su negativa que “tenemos que seguir luchando por un futuro justo”, y llama a la generación más joven de israelíes a alzar su voz por la paz. “Somos el futuro y podemos ser el cambio”.

La protesta contra la guerra también arraiga en Israel. De hecho su magnitud crece, como demuestra el hecho de que el ministro de comunicación Shalomo Karhi, haya tenido que promover normas de emergencia para “arrestar” a personas que ”dañan la moral nacional”.

También el mal de los nuestros

El horror lo embadurna todo. La guerra exaspera la compleja red de interrelaciones de la violencia y del mal y los dota de un carácter sinérgico y desmesurado en el que todos participamos de la misma locura.

El poeta descubre en su mirar clarificador el dominio del mal y su extensión también a los nuestros, a nosotros mismos. Y con ello destruye el mito del antagonismo simplista de buenos y malos, de amigos y enemigos.

No son sólo los alemanes, la personificación del mal en el poemario, su brazo ejecutor. También “judíos renegados o medio renegados, con sus botas lustrosas en los pies y la estrella de David sobre sus gorras, cual si fuera una esvástica en sus cabezas.

¿No nos hemos de preguntar por la esvástica de nuestras cabezas? ¿por nuestra claudicación a la violencia sistémica que hoy predomina y nos envuelve como una segunda piel? ¿por nuestro consentimiento implícito y nuestra falta de resistencia?

Una mirada crítica a los lenguajes que predominan en algunos de los intersticios del poder mundial (y particularmente el que predomina hoy en el discurso oficial de Israel) ¿no nos suena parejo al que organizó la maquinaria nazi en el siglo pasado?¿No aspiran a soluciones finales de significación bien parecida algunas de las medias para regular los conflictos? ¿no se parecen las aspiraciones territoriales y geopolíticas actuales a las del espacio vital de antaño? ¿No se parecen las comunidades rotas y las políticas de guerra contra la población civil a las que ya hemos vivido en otros momentos de la historia?

Nosotros aspiramos a no ser como ellos, a no ser de ellos, a no dejarnos contaminar por su degradada visión del mundo. Por eso hemos de agudizar nuestra mirada, revertirla también a nuestro interior para revelar las sombras que nos atenazan y desarraigar 

Siente vergüenza 

Existe una tarea ante la tragedia de la guerra y de la violencia: enjuiciar lo que se ve. Hace falta saber con criterios de responsabilidad, qué ver, especializar la mirada, ir más allá y despejar la verdad de la mentira.

Según un dicho judío con una mentira se puede ir muy lejos, pero sin esperanzas de volver.

El poeta, preocupado por lo que ve, nos dice que ha de depurarse la mirada. No solo ver el conjunto, sino saber descubrir lo que ocurre y sus protagonismos sin llevarnos a error.

Calificar lo que vemos es el paso previo para ser testigos y para buscar una cierta justicia. 

El poema de Katzenelson nos lo explica a su manera: miré a los agresore y a los agredidos/ y me retorcí las manos de vergüenza/. Oh vergüenza y burla/ a los judíos, mis judíos, con judíos los mataron.

El ese sentimiento de vergüenza y burla el resultado de la visión del horror y de los distintos roles, relaciones y puntos ciegos que lo componen.

El versículo sorprende pues el testigo descubre con su mirar esclarecido a los agresores y a los agredidos, se retuerce las manos por el drama y la vergüenza. 

También por la burla, porque la vista limpia, el paso del drama por el corazón, permite también descubrir cómo “a los judíos con judíos los mataron”, es decir, quien ve con manos limpias también descubre nuestras propias cadenas de complicidades.

4. Ser testigo 

Quien ha mirado con profundidad los hechos, separando el grano de la paja y descubriendo nuestras propias implicaciones y lugar en ellos, dejándose afectar por ellos, puede dar testimonio y contribuir a la acreditación de la verdad.

Acreditar la verdad permite enjuiciarla moral y políticamente, reclamar la factura pendiente de las víctimas y apuntar a la responsabilidad de los agresores y a la sanación social del conjunto humano. 

Todos sabemos del papel central del testigo en el desarrollo del juicio. Quienes además estamos acostumbrados a la escenificación de aquel conocemos la relevancia del testimonio veraz y la posibilidad de introducir testigos falsos que confundan la sentencia.

El testigo sabe separar la apariencia de la realidad. Su testimonio nos ayuda a reflexionar sobre nuestro propio ser y sobre nuestras propias acciones.

El sujeto del poemario de Katzenelson es el hombre que por la ventana mirava, pues estaba presente en el meollo de los hechos y su relato da explicación de los hechos básicos que han de ser enjuiciados: los maullidos de dolor que llegan hasta el suelo y los quejidos mudos, las carretas henchidas de dolor vivo de los llevados a la muerte. El sufrimiento, el sinsentido, la destrucción, el mal de la guerra que rueda desbocada.

Este testigo que ve, dice en otra parte el poeta, nos hace retorcernos de vergüenza, porque ya lleva un ápice de empatía y un posicionamiento de vergüenza por lo sucedido.

El testigo es un peldaño para el cambio común de la conciencia, porque el testigo es también voz de la conciencia y oportunidad de cambio personal y colectivo.

Rememoremos de nuevo a Arendt, autora judía de la que ya hemos hablado, y su énfasis en el valor moral del testigo.

Testigos de la voracidad 

El testimonio da fe de una maquinaria insensible e imparable que quiere más y más, que de forma fría y dura grita ¡Más! Y demanda más, sin parar, sin freno, apilando víctimas en vagones abiertos, bien grandes, en trenes enteros.

La voracidad, la frialdad, la dureza que demanda más y más, nos habla de planificación, de un funcionamiento que se asemeja a una cadena de montaje, un aparato que funciona maquinalmente, de forma mecánica. 

No podemos hablar de improvisación, sino de cálculo, de un siniestro cálculo empeñado en autoalimentar el proceso de eliminación de las víctimas.

Una maquinaria aquella que hoy podemos trasladar a la nueva maquinaria de voracidad que lleva funcionando años, que no improvisa, que exige más y más.

Testimonio de un horror sin límites

La política del exterminio que acompaña a la guerra contra el pueblo judío de entones (o cualquier otro de cualquier tiempo) se describe hasta la hez en el poemario. El horror no tiene límites. 

La actuación de exterminio y deshumanización no conoce freno. Por encima de los principios más empáticos y humanitarios que hemos sido capaces de poner en pie, con esfuerzo y fragilidad, a lo largo de milenios, los verdugos anteponen su poder y su deseo. El fin justifica los medios.

El poeta describe el rostro de las víctimas, la razón de los vencidos: los más desvalidos. Los primeros que asesinaron fueron los niños y los huérfanos abandonados, lo más hermoso que la tierra atesora.

El acabamiento de los niños es el acabamiento del futuro de los pueblos y persigue un fin mas allá de la propia política de odio y maltrato. 

Es el exterminio, la frustración del consuelo. El rebasamiento de todos los límites.

Acudamos a otro autor judío, en este caso a Stanley Milgram, uno ellos padres de los estudios psicológicos sobre obediencia y autoridad, quien nos explica en un artículo publicado en la publicación Nuestra Memoria de abril de 2010, de la Fundación Memoria del Holocausto de Buenos Aires, cómo el exterminio nazi, arquetipo de una política archirrepetida en la historia y aún pendiente de desarraigar de nuestras prácticas políticas, no fue una masacre impulsiva, sino calculada y planificada, que se caracterizó por varios rasgos como; 1) la cantidad de víctimas implicadas, 2) su status de no combatientes, 3) la inclusión de mujeres, niños y ancianos en el martirologio, 4) su naturaleza inocente de acuerdo con cualquier norma aceptada de justicia, 5) la naturaleza prolongada y calculada y 6) el increíble nivel de brutalidad e insensibilidad con que se trató a las víctimas.

Este es precisamente el testimonio que presenta el poemario de Katzenelson.

Cabe repasar en lo que ahora ejecuta el ejército de Israel bajo la batuta de su desalmado gobierno si no estamos ante un exterminio planificado de forma fría que afecta a gran cantidad de víctimas, la inmensa mayoría no combatientes, con inclusión principal de ancianos, mujeres y niños inocentes, bajo un increíble nivel de brutalidad y destrucción. ¿No estamos ante una réplica, tal vez a menor escala, de una política odiosa?

Añadamos que Milgram encuentra, al igual que el poemario, en la predisposición de muchos ciudadanos a obedecer ordenes del poder, la gran trama explicativa, por encima del odio y el sadismo que sólo unos cuantos practican, de las políticas de exterminio contra pueblos inocentes. 

Santificados por el dolor

El testigo apura el trago amargo. Los más desvalidos, los sin poder, criaturas devoradas por el frío, por el hambre y los piojos, los niños (que recordemos anuncian además el futuro de los pueblos) fueron los primeros que desaparecieron.

El testimonio no es solo descriptivo. Descubre la santidad mesiánica y martirial de éstos, santificados por el dolor, porque pagan un alto precio, testimonio a la vez que sigue clamando e interpelando a la condición humana y que exige una reparación no sólo en términos de realización de derechos para las generaciones futuras, sino de saldo de la factura de dolor por parte de los vencedores de la historia y de las estructuras de violencia que cristalizan en forma de sistema complejo de violencia global y rectora.

Otra autora judía, como Katzenelson asesinada en Auschwitz, Etti Hillesum, afirmó que “Si todo este sufrimiento no conlleva ampliar el horizonte, si, además de quitarnos de encima asuntos más insignificantes y secundarios, esto no trajera consigo una humanidad más profunda, entonces todo habrá sido en vano”.

El pensamiento rabínico, digamos de paso, conoce bien esta especie de Jevlei Hamashíaj«: los «dolores premesiánicos» que anticipan los caminos hacia el shalom, hacia la paz, hacia el destierro de la violencia. Sus profetas nos narran las figuras del hijo del hombre, del siervo sufriente y otras que abren la experiencia espiritual judía hacia la especial sensibilidad hacia el dolor y el sacrificio, algo que ahora debemos reclamar cuando el dolor y el sacrificio se causa a los nadie de Gaza. ¿no merecen, cuando están pagando el precio más cruel, ser calificados en la santidad violada por la guerra y en la santificación acrisolada en el sufrimiento inocente? Y si ellos son los santos ¿quiénes son en este caso los demonios, el otro polo bipolar de la relación?

La ausencia de esperanza.

El poeta sabe que es demasiado tarde, que el drama está servido y es ineludible. Que es ineludible y que no hay escapatoria, que totos los pasos están cerrados u clausuradas todas las puertas.

La ausencia de esperanza es parte del testimonio que ofrece el poema.

La esperanza es el motor de la liberación. Nos lo explica, actualizando y politizando la experiencia del pueblo judío, otro autor de origen Judío, Ernst Bloch, quien asumió que la paz era la utopía más urgente y sobre la que se podía construir una nueva sociedad en la que erradicar la explotación, el trabajo alienado, el hambre y la enorme huella de oprobio pendiente de saldar.

5.- La memoria 

El testigo recuerda y con ello actualiza la memoria, alumbra los claroscuros y nos ayuda a buscar salidas donde teníamos puntos ciegos.

La memoria sirve para recordar, para honrar a las víctimas y rememorar. También para traer al presente las sobras del pasado, reconocer los pasos y acciones que llevaron a ellos, la manera de actuar de cada quién, las responsabilidades y omisiones de cada cual y no repetir los horrores.

Acudimos a otro autor de origen judío, Walter Benjamin, quien nos explica el papel que la rememoración puede jugar en iluminar lo inconcluso e impugnar el mundo cristalizado por la apilación de desastres de la historia y por la imposición de los vencedores de la historia.

La memoria es así camino a transitar para desinventar el mundo de la guerra. 

El poeta se acuerda de lo más cruel y despiadado del mundo, lo lleva consigo por toda la eternidad y  por su espanto es que vaya a olvidarse en algún momento.

El deber de recordar y traer la memoria es ineludible para el testigo y debe serlo para los pueblos.

Quiere que todos se acuerden para siempre de la matanza de mi pueblo y de su silenciamiento.

Vivimos en tiempos de inconsciencia y desmemoria, de prefabricación de realidades prêt-a-porter y a gusto del consumidor, preabricadas sobre la mentira y el olvido consciente de nuestro rostro cainita. Las tendencias geopolíticas e las que estamos embarcados  olvidan el rastro de dolor y desastre que han dejado las políticas de dominación y violencia ejercidas en el pasado y se niega a escuchar las memorias de los nadies y las memorias que incomodan.

Por eso rescatar la memoria de sus estereotipos para actualizarla es tan subversiva y tan necesaria si no queremos seguir acelerando ciegamente hacia el precipicio al que nos encaminamos ufanamente.

6.- Cambiar el mundo.

El mal es banal y se aplica sistemáticamente obedeciendo a sus mandados y prácticas. Cualquiera entiende su lógica y de hecho es muy común participar de sus complicidades.

El juicio ético al que nos conduce el testimonio del horror y el exterminio aplicado contra los débiles, demonizados y despersonalizados, no puede pararse en la condena.

Se pregunta Judith Butler, otra autora judía “¿Y si nuestra moral y nuestra política no acabaran con el acto de condena? ¿Y si insistiéramos en preguntarnos qué forma de vida liberaría a la región de una violencia como ésta? ¿Y si, además de condenar los crímenes gratuitos, quisiéramos crear un futuro en el que este tipo de violencia llegara a su fin?” 

El poeta aporta un brillante fogonazo de lucidez que nos abre al cambio. Nosotros sabemos guerrear, sabemos matar… pero sabemos algo que no sabéis. No matarás a tu cercano. No temerás a un pueblo desamparado.

El poeta ofrece una luminosa salida. Desaprender el odio y la violencia, renunciar a estar siempre y siempre blandiendo espadas. 

No ser como ellos. Reconocer en el cercano, en el prójimo, un tú al que no matar.

Por cierto, otro autor judío, Martin Buber, nos habla de la interdependencia yo-tu que nosmos porque somos interrelación, porque somos codeterminados. Negar al otro es negarnos a nosotros mismos.

Importa ahora la tarea de ir más allá de la censura y asumir la tarea conjunta de crear un futuro en el que desterremos el carácter rector y coordinador de la violencia que organiza nuestro mundo.

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Traducción de los versos del texto:

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Foto de portada: Detalle del cuadro «La Guerra» de M. Chagall.

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