Conscientes de que el debate es necesario y nos enriquece, publicamos este artículo de Jesús Eduard Alonso, como respuesta a «Pacifismos y luchas por la paz. Aclarando panorama» ,artículo de Juan Carlos Rois, subido en este blog de Alternativas Noviolentas el 24 de mayo de 2023.
Jesús Eduard Alonso
Juan Carlos Rois Alonso es actualmente uno de los puntales del pacifismo y la noviolencia en España. Muchos (aunque menos de los que convendría) conocen sus análisis constantes de los gastos militares y créditos que aprueba el consejo de ministros cada viernes. Una cuestión a la que pocos, paradójicamente, dedican atención. Millones y millones de euros que pasan, sin discusión y como si nada, a engrosar los gastos del estado en proporciones cada vez más cargantes y significativas. Como en todo el mundo, sí, como en buena parte del mundo.
Juan Carlos participa en muchas plataformas de colectivos antimilitaristas como Tortuga, de Elche, o Alternativas no violentas. En esta última web publicaba el artículo “Pacifismos y luchas por la paz. Aclarando el panorama” en el trataba de lo que enuncia: de discernir qué tipo de planteamientos diferentes existen bajo la cobertura del pacifismo y del antimilitarismo. A tal efecto distingue entre dos grandes itinerarios de los pacifismos, que a su vez, acogerán en su seno múltiples bifurcaciones y ramificaciones.
El primer género lucharía contra la guerra desde una idea de paz negativa o ausencia de guerra. El segundo implicaría una construcción de la paz en positivo. Como decía el maestro Mahatma Gandhi: la paz es el camino.
Si bien reconozco que quizás simplifique demasiado (para entendernos), Juan Carlos plantea, en definitiva, una dicotomía entre un pacifismo más militante, ‘puro’, alternativo, antiestatal y asociado a los movimientos sociales frente a otro más apegado a las instituciones y las leyes, más posibilista y que incluso, en algún caso, podría concebir la existencia de un ejército ‘pacificador’. En sus mismas palabras:
A mí personalmente me sigue llamando la atención la facilidad con la que aceptamos propuestas de “desarme” para nada transformacionales, campañas de reducción de armas o gastos militares que no ponen el acento en la desmilitarización y la aspiración de construir una paz más allá del realismo y el pragmatismo político, bellos discursos filosóficos inocuos sobre la paz o apuestas por las paces que son meros armisticios y no incorporan transformaciones estructurales, culturales, directas y sinérgicas de calado. No es que no rasquen, como dice Galeano, es que rascan donde no pica.
Creo que Juan Carlos hace bien en introducir o detectar matices, que siempre los hay, por supuesto, entre diferentes formas de ejercer, practicar y concebir el pacifismo. Y en poner el dedo en la llarga. De hecho, venimos de tradiciones diferentes que pueden beber en la filosofía liberal de Kant y su ‘paz perpetua’, en la abundante literatura antibelicista, en las tradiciones obreristas antimilitaristas y libertarias o en los preceptos religiosos de los cuáqueros y ciertos rasgos del cristianismo. Además, es bien cierto que ante un conflicto bélico, como nuestra guerra civil de 1936, el movimiento se descuartiza o sufre en sus cimientos.
Sin embargo, a mí me gustaría más poner el acento en lo que compartimos más que en lo que puede promover purismos y, en consecuencia, alguna competencia inadecuada sobre quien es más auténtico e incontaminado por el poder.
A mi ver, creo, deberíamos unificar y concentrar los esfuerzos de todos los pacifistas precisamente para poder atraer a buena parte de la sociedad que rechaza la violencia como forma de resolución de los conflictos y que, desde posicionamientos democráticos, quiere combatir el neofascismo militarista, violento y falaz que hoy gana terreno día a día de una forma más que preocupante. La música hitleriana de los años 1930 suena cada vez con más fuerza y sus seguidores no van con matices de ningún tipo en relación a los que pueden considerarse contrarios. La ‘depuración’ de los adversarios y el señalamiento es su terrible especialidad.
Además, en el fondo, creo que nos falta atacar y tratar un problema fundamental que es como el elefante en la habitación que no acabamos de ver o no queremos enfrentar: no es otra cosa que el mismo estado y su asociación existencial con la guerra y los ejércitos; y, a la vez (y aquí cogeos fuerte), con la pacificación social. Trato de explicarme.
Muchos conocen (y si no, vale la pena leerlo) el libro de Randolph Bourne “La guerra es la salud del estado”, un lúcido ensayo escrito para 1917 cuando EEUU se planteaba entrar en la primera Gran Guerra. Pero el tema no acaba ahí. Si seguimos las investigaciones de muchos historiadores o del propio Michel Foucault nos daremos cuenta fácilmente de cómo la guerra en el marco feudal está en el origen de los estados contemporáneos como Francia y España. Unos estados que nacen con la fuerza armada como eje vertebrador (y gasto principal) y que sólo más tarde y más adelante se complementarán, reforzarán y justificarán con un aparato burocrático-fiscal y un corpus legal.
Sin embargo, pardójicamente, las democracias contemporáneas han planteado, de forma paralela a la concentración de la violencia en manos del estado, una posibilidad de control y domesticación de los «señores de la guerra”, las mafias, los carteles (poca broma con su poder actual) o las redes caciquiles y delincuenciales de sicarios y matones. Paralelamente, se iba abriendo una puerta a la primacía del poder civil emanado de la soberanía popular frente a la dictadura de los espadones. Aquí podríamos tener en cuenta aportaciones como las de Norbert Elias o Steven Pinker.
Habría mucha tela que cortar y muchas cuestiones a discutir o matizar en este sentido pero dónde quiero ir a parar es a que no podemos menospreciar la existencia de un estado bifrontal que tiene un enorme potencial de control policial sobre nuestras vidas pero al que exigimos desde la izquierda, todos los días, una potenciación del sector público y de los servicios que presta frente a la alternativa del capitalismo salvaje puro y duro.
Creo, al fin y al cabo, que antes que cavar pequeñas trincheras entre nosotros (acentuando nuestras debilidades), deberíamos echar lazos a un espectro amplio de cómplices poniendo el acento en las cosas que nos unen: respecto a los derechos humanos, resolución no violenta de los conflictos, negociación, movilizaciones, primacía del poder civil sobre el militar y, especialmente, control de la industria armamentística y sus tentáculos.
Las investigaciones que realizan centros como el ICIP o el Centro Delàs de Estudios por la Paz, por ejemplo, a pesar de que cuentan con fondos del sector público, no pueden ser menospreciadas como fuente de información y alimento para las movilizaciones antimilitaristas . Es el caso evidente de los informes y campañas sobre la ‘Banca armada’, movidas por Delàs, Setem y otras organizaciones. Hoy mismo, esta labor previa está sirviendo de apoyo y fundamento para las movilizaciones contra el comercio de armas, el genocidio de Gaza y el abuso de poder del estado de Israel.
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