Una reflexión para el debate a partir de la crítica de Jesus Eduard Alonso.
Juan Carlos Rois
Saludo el artículo publicado por Jesús Eduard Alonso en este mismo medio el pasado 22 de octubre y días antes, en valencià, en su página personal y en el blog del Grup Antimilitarista Tortuga, en el que hace una enmienda cariñosa a mis planteamientos sobre los distintos enfoques, bifurcaciones y consecuencias de todo ello, de los pacifismos diversos que planean sobre el escenario de esa articulación/desarticulación a la que denominamos, tal vez con un exceso de optimismo, movimiento pacifista.
CONTENIDO (21 páginas)-Articulaciones pacifistas y movimiento pacifista. 4 -¿Es la diversidad una lacra? 5 -Desconexiones del pacifismo 6 -Vías de tensión, encuentro y desencuentro de los pacifismos. 7 -¿Dicotomías que cavan trincheras? 9 -Puntos en común de los pacifismos oficiales y no oficiales. 12 – ¿Cuáles son los puntos de encuentro para un debate sobre las agendas de paz pertinentes al momento actual? 17 -Mimbres para un pacifismo noviolento con identidad fuerte.19
Previamente yo había escrito un artículo de los diferentes pacifismos en mayo de 2023 en el blog de Alternativas Noviolentas y que aconsejo leer para entender el sentido de este texto (https://alternativasnoviolentas.org/2023/05/24/pacifismos-y-luchas-por-la-paz-aclarando-el-panorama/).
Además de elogiar mi trabajo sobre gasto militar y otros aspectos que vengo publicando en diversos medios, señala que, frente a mi empeño en destacar las diferencias entre los distintos pacifismos, prefería él tender puentes y buscar conexiones, fijarse más en lo que nos une que en lo que nos separa, y me otorga una velada tendencia al purismo y a la división, a cavar pequeñas trincheras entre nosotros (acentuando nuestras debilidades) en vez de echar lazos a un espectro amplio de cómplices poniendo el acento en lo que nos une respecto a los derechos humanos, la resolución no violenta de los conflictos, negociación, movilizaciones, primacía del poder civil sobre el militar y especialmente control de la industria armamentística y sus tentáculos.
Aunque llueve sobre mojado, pues desde un cierto posicionamiento de algunos de los enfoques pacifistas más academicistas y pragmáticos se nos viene atribuyendo a algun@s pacifistas similar tacha ad hominem de purismo, radicalidad y divisionismo, no es mal consejo el de J.E. Lo agradezco y me lo aplicaré. Coincido en convertirlo en un principio de acción transformadora: buscar lo que nos une por encima de lo que nos separa como práctica dialógica con la sociedad a la que nos dirigimos, de relación con los oponentes a los que enfrentamos, de encuentro con las otras realidades pacifistas diferentes y de crecimiento de una visión alternativa del mundo al que aspiramos.
Gandhi mismo, y no le vamos a discutir la autoridad en la materia, hizo de este principio, junto con el de desobediencia, uno de los ejes inspiradores de su búsqueda de la verdad y una máxima de negociación y acción política. Una llamada a la cooperación y a la oportunidad para el encuentro por encima de la demonización y anulación del otro de al menos el mismo valor político que la firmeza de las posiciones y convicciones y la no cooperación como instrumentos de lucha noviolenta.
De modo que reconozco que, como insinúa J.E., nos conviene en conjunto preguntarnos también si en la mirada sobre la singularidad y diversidad (y a veces hasta antagonismo de planteamientos) de las distintas propuestas de paz y de algunas organizaciones/personas que laten en nuestra sociedad y en sus articulaciones “pacifistas”, contribuimos los que señalamos las divergencias y ramificaciones o quienes así nos lo reprochan, a cavar trincheras y dividir nuestros frágiles y siempre provisionales “encuentros” o ayudamos, más bien, a identificar parte de las orillas desde donde iniciar la labor de pontonería metafórica de conectar caminos y tender puentes. A decir verdad, y por si ello puede quitar gravedad al asunto, más bien mi impresión es que ni lo uno ni lo otro, dado lo irrelevante de nuestras posiciones mutuas, como puede verse por el número de entradas en los blogs donde opinamos.
Merece la pena entonces preguntarnos sobre nuestras singularidades, diferencias intersecciones y todo aquello que puede llevarnos mejor a multiplicar sinergias, a lo que dedicaré preferentemente esta reflexión. Permítaseme en primer lugar presentar el árbol panorámico de bifurcaciones que, en mi opinión, refleja los distintos enfoques de los pacifismos que pululan en nuestro horizonte.
Ni que decir tiene que el cuadro en sí puede ser rotulado de otras muchas maneras, designado con otros términos y completado con otros contenidos y referencias alternativas que en mi corta visión se han podido quedar fuera.
Juzgue el respetable si el cuadro contribuye al divisionismo que se me reprocha o plantea más bien un pluralismo y una diversificación suficientemente complejos y ricos como para encontrar, a nada que pongamos empeño, puntos de acción, agendas de lucha y perspectivas estratégicas (más allá de conformarnos con el “no a la guerra” vaporoso) con los que invitar a la sociedad a la acción, a la movilización y a arrebatar cambios sociales que no vamos a conseguir ni por arte de magia, ni por lo razonable de nuestros postulados, ni por una especie de ley irresistible de triunfo de la transformación.
Tal vez el sesgo de confirmación que todos sufrimos me juegue una mala pasada, pero -a mi juicio- plantear tal mapa tampoco contribuyen a separar lo que -por desgracia nuestra- ni está unido ni está separado, sino desconectado y ajeno.
A pesar de todo, es la suma, resta, multiplicación, división, callejones sin salida y puntos ciegos adoptados en algún momento y en alguna encrucijada, potencialidades latentes y vías inexploradas, con el sinfín de conexiones y fluctuaciones de este bosque “pro-paz”, con sus redes de tupidas ramificaciones y enlaces oscilantes incluidos, lo que nos constituye en un sentido laso en el movimiento pacifista difuso que somos y la semilla del árbol frondoso que podemos llegar a ser.
Articulaciones pacifistas y movimiento pacifista.
Esta amalgama únicamente en un sentido muy genérico puede considerarse un movimiento. Algunas de las organizaciones que participan de algún modo en la trama de la paz ni siquiera sienten tal identificación, ni su enfoque pretende movilizaciones sociales. O su acercamiento a la paz como tema lo es como un mero objeto de estudio, de observación o de elucubración. Sin embargo, dentro o fuera, unos y otros nos nutrimos en un impulso de hacer de la paz algo más y mejor que una palabra o un ideal inalcanzable. Y si miramos de forma benévola el flujo de energías, ideas, voluntades, acciones y deseos que ponemos en circulación, aparece una especie de ecosistema pacifista que, con todos los matices, sí podemos considerar como un movimiento operativo, aunque en horas bajas. En todo caso los movimientos se caracterizan por movilizar, por apelar a la sociedad y a sus valores para provocar cambios y en eso se diferencian de otro tipo de realidades, visiones y organizaciones que no cuentan con ese propósito,
Por tanto, aunque no podemos entendernos un movimiento “organización”, ni encuadrado bajo moldes clásicos, ni pensar que persigue una estrategia coordinada y estructurada de acción y lucha, ni nutrido de cuadros, expertos, liderazgos y jerarquías al uso, ni actualmente somos muy ocurrentes en ofrecer prácticas de vinculación atractivas a la sociedad, ni podemos sentirnos satisfechos de la pedagogía con que nos aplicamos a dialogar ella o con “los poderes” e instituciones, ni felices de lanzar ciclos de movilización que obliguen a cambios sustanciales; aunque somos (también) estas pobrezas, digo, nuestra informalidad, plasticidad, diversidad de metodologías, recursos y modelos organizativos, alianzas frágiles y cambiantes, espontaneidad y, en cierto modo, anonimato y falta de “representantes” identificables y estructuras férreas, vuelve nuestro pacifismo menos sujetable, predecible y encuadrable y, por eso mismo, más dispuesto a la variación táctica y abierto a la novedad, lo que nos dota de más capaz de seguir desarrollándonos sin ataduras, cánones y encuadramientos y de innovar desde el sentir de la calle.
La visión de conjunto que propongo quiere servir al objetivo de saber dónde estamos, lo que puede ser útil para identificar puntos de apoyo desde los que entablar la necesaria ingeniería pontonera para conseguir mejores confluencias, intersecciones y sinergias hasta donde sea posible. También para mostrar que la diferencia insalvable no es dramática para la lucha por la paz y no cava otras trincheras que las que ya había abiertas o las que los intereses de significación o sobrerrepresentación de algunas organizaciones y expresiones del pacifismo puedan tener en ello. También volveré sobre ello.
Conviene advertir que los desencuentros personales y hasta grupales que desazonan a J.E. tal vez sean penosos y a veces hasta traumáticos al nivel de relación interna entre grupos o personas concernidos, pero nada más. En muy poco y no provocan, a mi juicio, la división de las fortalezas que pudiera tener un movimiento pacifista tan laxo y reticular, que, en todo caso, sería la suma, y a veces sinergia, de sus actuaciones y decisiones concretas y particulares, Y hasta en ocasiones la resta de nuestras divergencias y fragilidades, pues muy a nuestro pesar, no se acaba el mundo por nuestras propias torpezas y meteduras de pata y tampoco somos tan importantes como para bloquear ritmos más corales.
Con lo dicho, y como la réplica me lo permite, acepto y me tomo en persona, con propósito de la enmienda y dolor de los pecados, la crítica de divisionismo y purismo que me imputa J.E. Vigilaré mi contribución a la confusión. Pero me reafirmaré en la pertinencia de señalar también nuestras divergencias, intersecciones, desencuentros y desenfoques, con la discreción y cariño que me sea posible, porque lo considero un punto de partida sólido para profundizar el debate y, sin que yo sepa gran cosa de puentes, trincheras, minas e ingenierías, presumo que un suelo sólido y no idílico, por duro o agreste que se nos muestre, es condición necesaria para fijar cimientos y fábricas de los deseables aparejos que nos han de unir -si es que la unidad o la uniformidad deba ser hoy lo que haga florecer- por encima de nuestras particularidades y fragilidades y en el ideal de una paz más enriquecida en sus contenidos y más ingeniosa en sus propuestas de transformación.
Así, diré que no existe un “único pacifismo” que de forma a un movimiento pacifista organizado y con una estrategia común o incluso compartida, sino un variado, diversificado y atomizado plantel de “pacifismos” en convivencia y con miradas analíticas, estratégicas, metodológicas y prácticas diferentes y a veces opuestas e irreconciliables.
Una diversidad que, para colmo, no se sabe a sí misma tan diversa, no se reconoce en su diversidad, no se preocupa por aprender de su complejidad, ni dialoga entre sí; que actúa a salto de mata, al son que marcan las agendas mediáticas que otros deciden. Por ello contamos con dificultades para generar debates pertinentes sobre objetivos, posibilidades de mutuo fortalecimiento y, llegado el caso, florecimiento de algo que pueda parecerse a un “movimiento en movimiento”, capaz de activar ciclos de movilización significativos, de hacer prosperar los ideales de paz más allá de su vaporoso contenido actual o de obligar a cambios destituyentes/instituyentes del paradigma dominación-violencia vigente y el simultaneo crecimiento de otro de paz (aunque imperfecta) lejano de la lógica de violencia rectora que organiza todo el sistema mundo de guerra permanente, injusticia global y amenaza de la propia vida y al planeta.
¿Es la diversidad una lacra?
La diversidad no es una lacra, sino una realidad palpable y, si se me apura, una oportunidad que podemos (o no) aprovechar para el fortalecimiento mutuo y para el diálogo sincrético con la sociedad “diversa” a la que queremos movilizar y con la que esperamos participar en el cambio de las mentalidades que tod@s nosotr@s deseamos y soñamos.
Por eso el miedo a la división por mostrar la diferencia, a pesar de todos los sambenitos al uso tan característicos de las críticas admonitorias y los lugares comunes con que se condena tal tipo de mostraciones, no es sino mero miedo, un fantasma tan fantasmagórico que de puro humo no es nada.
Si aprendemos del movimiento feminista o del ecologista, movimientos que, a diferencia del pacifismo, han logrado -a pesar de lo que está cayendo- una articulación significativa, sus diversidades, y hasta el antagonismo de planteamientos, no han hecho sino fortalecerlos socialmente y permitir clarificaciones, singularidades y profundizaciones que la uniformidad y el consenso per se no solo no permitiría, sino que minorizaría o invisibilizaría.
Debates sobre sus diferentes enfoques no provocan el divisionismo, ni restan fuerzas, por más que a veces el ardor de la pugna haya creado conflictos (no todos resueltos) entre organizaciones en liza. Tampoco ha impedido la expansión de las propuestas o de las prácticas feministas o ecologistas en la sociedad. Al contrario, ha contribuido a enriquecer la visión general y a descubrir en la complejidad de sus enfoques y preocupaciones, la diversidad de sus propósitos y deseos y, en suma, una fortaleza para el crecimiento de sus muy plurales y diversificadas apuestas y el encuentro y movilizaciones (para eso están los movimientos) de las personas y las sociedades, con su caudal de energías y potencialidades, aspiraciones y deseos, fragilidades y fortalezas, cuerpos y vidas.
Desconexiones del pacifismo
En el pacifismo no vivimos, es evidente, la realidad de estos movimientos y no podemos compararnos con ellos ni en su grado de articulación ni en la profundidad de los debates o en sus líneas de acción y diálogo con la sociedad. Tampoco en los afectos y esperanzas que movilizan ni en los deseos y empoderamientos que los empuja. Tampoco con un pasado nuestro, que queda en nuestra memoria, más rico y dinamizador que el presente.
Existen entre nosotros diversos (y a veces encontrados) enfoques.
Así ocurre, por ejemplo, entre un pacifismo que podríamos decir más académico e idealista y otro más de a pie de calle -tal vez ahora testimonial y residual- y de práctica activista. Utopía Contagiosa aborda esta divergencia en el libro “Política noviolenta y lucha social” (publicado por Libros en Acción, y con descarga libre en https://www.utopiacontagiosa.com/wp-content/uploads/2023/02/Libro_Politica_Noviolenta.pdf), y lo designa como “teoría sin práctica” y “práctica sin teoría”, entendido el desencuentro como un dramático desinterés mutuo o, más bien, una preocupación por temas y prioridades no compartidas y no coincidentes, del que afirma que éste desencuentro nos perjudica mutuamente, dificultando la potencialidad una reflexión de la práctica y una práctica que alimente y estimule la teoría.
Otro desencuentro encontramos entre enfoques centrados en la contención de los conflictos y la comprensión de la paz en negativo y “prêt-à-porter” (como ausencia de guerra y mantenimiento de un statu quo basado en el derecho internacional) frente a quienes buscan una realización de la paz “positiva” en lo estructural, más holística y global.
Del mismo modo hay cortocircuitos entre los pacifismos que ponen el acento en la impugnación global y la construcción de una alternativa, con las que lo ponen en la institucionalización de estructuras y normas de paz, o en la aspiración -al menos tan buenista como las más utópicas- de una paz gradual y reformista.
Podríamos decir que el grado de posibilismo o utopismo de los objetivos y agendas marca otro punto de desencuentros entre enfoques del pacifismo. Un admirado e imprescindible autor y pacifista, por ejemplo, explica en un muy interesante libro publicado hace cerca de un año que el pacifismo debe desmilitarizarse y abandonar la militarización como tema dominante o monográfico (¿lo es o lo ha sido en realidad?) y “abandonar el antimilitarismo y la resistencia a la guerra como eje central, pues el militarismo y la guerra son consecuencia de unas políticas y estructuras específicas, que son las que hay que tratar en primer instancia”. También critica abiertamente la perspectiva utópica de ciertos pacifismos, que evidentemente no comparte, y plantea una agenda de paz, por otra parte bastante sugerente para el debate, para la que el pacifismo “debe rehuir, por tanto, las falsa promesas, las metas incumplibles o los objetivos utópicos” porque “hay que indicar también los pasos a seguir para alcanzarlo, de forma muy realista y posibilista, aunque ambiciosamente y sin reparos”.
A esta perspectiva, en mi opinión un poquito injusta, yo respondería -asumiendo y negando a la vez- que es precisamente el enfoque antimilitarista y noviolento de la lucha por la paz (introduzco este segundo y a veces indistinguible rasgo del enfoque antimilitarista español), con su visión transversal y sistémica de los multidimensionales problemas globales, con sus conexiones altermundistas y su activismo compartido con otras luchas, con su caudal emocional y su potente activación de deseos, acuerpamientos y esperanzas incluido, con su experiencia en una acción política que desborda la agenda de la lucha contra el ejército y se prodiga en otras expresiones de las violencias concretas y de la violencia rectora, con su sintonía e identificación con las propuestas y valores ecologistas, feministas, de solidaridad entre pueblos o de conquista de derechos civiles y sociales postergados, el que enfoque globalizador y transversal y como un actor imprescindible para llevar adelante la mayoría de los ejes que aborda Fisas en su propuesta de agenda de paz, y que por eso, en vez de descentrar la inspiración antimilitarista del movimiento por la paz, hay que profundizarla en su impugnación ambiciosa de la violencia rectora y de la extensión de la dominación-violencia, de resistencia e intervención directa contra ella y sus causas y como el gran argumentario de organización social y abordaje de los conflictos.
Seguro que un debate sobre el carácter amplio (ambición por la desmilitarización social y construcción de un paradigma antagónico al o restringido del enfoque de la defensa y seguridad militarista, tal como propongo en el libro de descarga gratuita “Manual para entender el militarismo y luchar por la desmilitarización, que puede descargarse desde el enlace https://alternativasnoviolentas.org/wp-content/uploads/2021/07/Manual-para-entender-el-militarismo.pdf) o estrecho (sumisión de lo militar al poder civil) del antimilitarismo nos puede ayudar a alcanzar puntos en común que ahora parecen difíciles de conciliar.
En este enjambre de enfoques y perspectivas no faltan tampoco organizaciones de cierta potencia que, queriéndolo o no, consciente o inconscientemente, sobrerrepresentan “al pacifismo” y ofrecen una pretendida visión uniformadora de los problemas y las respuestas pacifistas, como si sus planteamientos propios fueran compartidos por la pluralidad de “pacifismos”, lo que implica también apagar o minorizar enfoques diversos que desconocen, no comparten o, simplemente, les parecen de menor enjundia u obvian.
Coincido con Fisas, ya que le he citado antes, en la reivindicación de la ambición y en la falta de ingenuidad y candidez de la lucha por la paz. La agenda pacifista no puede ser un proyecto reformista, como dice el aludido, de simple resiliencia o cambios menores, porque buscamos cambios de gran calado, cambios de paradigma y alteraciones de interpretación y de acción globales. Por eso cada vez que abordamos un aspecto concreto de la agenda de paz me gusta preguntarme si eso es todo lo que podemos dar de nosotros, todo lo que podemos hacer o decir al respecto y creo que es una buena pregunta metodológica.
Si, entonces, la diversidad no es una lacra, el problema es más bien cómo gestionarla para que multiplique los efectos de tantas energías en juego.
Vías de tensión, encuentro y desencuentro de los pacifismos.
Esta idea de que existen diversos posicionamientos pacifistas, y no un pacifismo uniforme no es una ocurrencia que me haya dado por soltar a raíz de las debilidades que la respuesta a las guerras mediáticas y a los otros conflictos armados de mayor o menor intensidad de nuestra actualidad nos ha traído (unos 50 en la actualidad según las diversas listas de clasificación al alcance de cualquiera, de los que desconocemos la mayoría).
La propia academia que nos observa cual objeto de estudio lo ha identificado hace tiempo. En nuestro entorno merece la pena la tesis doctoral de Aitor Díaz Anabitarte “La teoría política del pensamiento pacifista: debate teorético y posicionamiento axiológico” del año 2015 que refleja y compendia una parte importante de estas bifurcaciones.
Encontramos líneas de convergencia evidentes entre los distintos pacifismos.
A la mayoría de los que podríamos llamar pacifismos alternativistas, por ejemplo, les cuesta muy poco esfuerzo acompañar agendas posibilistas en las que participan otros pacifismos en temas como, por ejemplo, el control y comercio de armas (menos armas es mejor que más armas, a pesar de luchar contra la propia lógica de la fabricación de armas en sí y de revertir estos esfuerzos hacia bienes socialmente útiles y justos); menos gasto militar (mejor que igual o más, a pesar del cuestionamiento que plantean de la economía de guerra cada vez más importante y el papel del gasto en la construcción del enemigo militar frente a las necesidades de seguridad human), desarme (acuerdos de este tipo son mejores que no tenerlos, a pesar de su muy cuestionable eficacia y de apostar más por la desmilitarización y la construcción de una alternativa global y paradigmática y de procesos para alcanzarla) diplomacia preventiva (a pesar de preferir la construcción de paz estructural), lucha contra guerras concretas (a pesar de su impugnación de la propia lógica de la guerra y la violencia y de su propuesta por la resistencia y desobediencia social como medios para hacer viable su desinvención), impacto medioambiental de la guerra y de los conflictos, resistencias civiles y un largo etcétera del repertorio más o menos reformista.
No es infrecuente la adhesión a campañas y propuestas de menor ambición a pesar de querer aprovechar para profundizar en los desarrollos más ambiciosos de una paz alternativa. Aquí hay oportunidades para el cruce de caminos y la apertura de campo y en el debate aportamos desarrollos del ideal de paz enriquecidos con una perspectiva de transformación que preconiza la doble vía de quitar poder al constructo militarista y sus ramificaciones económicas, sociales, culturales, medioambientales, etc. (todo el posible en cada momento) y simultáneamente (no después) dotarnos de alternativas y transferencias hacia la seguridad humana (resistencias, prácticas de contraste, metodologías de acción, espacios liberados, metodologías de enfrentamiento a la violencia alternativos, propuestas concretas instituyentes de la paz con contenidos, etc.) con la idea de participar de un proceso destituyente/instituyente del paradigma vigente.
Sin embargo, la respuesta posibilista no siempre está dispuesta a dialogar sobre estas expectativas. Daría la impresión de que el sectarismo y la falta de voluntad de tender puentes no cae siempre ni preferentemente de la orilla del pacifismo “alternativista”.
Al igual que el ecologismo social, por ejemplo, abomina de un atajo “ecológico” de uso de las nucleares para luchar contra el calentamiento global y propone una estrategia de decrecimiento como alternativa, o rechaza el paradigma de la “gestión de la sostenibilidad” de la agenda progresista y propone una agenda de ruptura con el capitalismo y de simbioética para habitar el planeta, el pacifismo que aspira a una paz con contenidos no puede hacer suya una estrategia caduca, por ejemplo, de desarme y paz internacional, que no implique la transformación radical de violencia rectora, ni pretende alcanzar un ejército no ofensivo o la sumisión del poder militar al poder civil, ni, por irnos a campos menos “militaristas”, puede asumir un sistema de respuesta a la conflictividad social punitivista, securitizador, carcelario y de control, ni se conforma con afirmar que la paz en un conflicto sea únicamente el armisticio que acaba con el ruido de los cañones, si no va acompañado de reformas estructurales y culturales que construyan una paz más allá de parar la guerra y que Reconstruya, Reconcilie, Resuelva e inteRelacione la paz en las dimensiones directa, estructural, cultural y sinérgica, Y por los mismos debe afirmar la necesidad de procesos de desmilitarización global y transversal y de transarme, sin aceptar atajos ni vueltas de tuerca que acaben reforzando el paradigma clásico de defensa, seguridad y vigencia de la violencia. Tampoco aceptará una economía de la depredación o la explotación, ni podrá asumir la desidia frente al patriarcado o la persistencia de otros vínculos que hacen operativas las violencias directa, estructural, cultural y sinérgicas en nuestra sociedad, pues lo contrario a la paz no es la guerra, sino la violencia rectora y su operatividad social.
A cualquiera con dos dedos de frente le parecería evidente, por ejemplo, una línea de división de difícil reencuentro entre la idea de paz más vigente en el orden mundial (preparar la guerra, legitimar la guerra) y otra idea de paz diferente, basada en la construcción de la justicia o el abordaje de los graves problemas para el cuidado de la vida que supone nuestro sistema capitalista antropocéntrico y su idea rectora de dominación-violencia.
Y puestos a hablar de ideas de paz de difícil intersección, y para ejemplificar el alcance de las divergencias, la ministra de defensa, y con ella un coro de acólitos con un evidente predicamento fáctico y mediático, se proclama más pacifista que los pacifistas buenistas y criticones que estamos al otro lado y predica, cual nueva consagración del ejército a otra nueva quintaesencia, que el ejército español tiene vocación pacifista y es más pacifista que los pacifistas de boquilla.
Es evidente que siempre habrá algo esencial que nos une a pacifistas ministeriales y pacifistas de otro signo, pero no veo yo mucho recorrido a la idea de articularnos para una movilización pacifista con arreglo a los intereses que defiende esta visión guerrerista y militarizada de los conflictos y de la propia idea de paz.
Los partidos del arco parlamentario también comparten una cierta apuesta por la paz mediante la preparación de la guerra y aprueban habitualmente sin mayores debates ni miramientos el aumento del gasto militar, o por ejemplo la transferencia de armas a Ucrania para que consiga la paz mediante la guerra, el apoyo con una mano a Israel y con otra a Palestina, o miran para otro lado ante la venta de armas a troche y moche o ante la injerencia militar de la OTAN y la UE (y con ello del ejército español) en múltiples conflictos. ¿Con qué acogida y en qué grado buscamos puntos de encuentro para no mostrar divisiones cada vez que alguno de ellos, con más o menos sinceridad, se quieren adherir a las luchas por la paz que, con más o menos esfuerzo, somos capaces de promover?
Del mismo modo, otras tradiciones políticas aprovechan la impugnación incondicional de la guerra de la mayoría de los enfoques pacifistas para acusarnos de ambiguos o de cortina de humo del poder y del statu quo y proponen su solución militar para resolver conflictos y guerras, y acusar al pacifismo de un enredo liberal, como no se cansa de repetir el enfadado Slavoj Žižek en sus prédicas periódicas o, más de andar por casa, el reciente artículo publicado en Tortuga (9 de octubre) por Juanlu González, en un aplastante desconocimiento de la realidad de los pacifismos, de la eficacia de sus metodologías de lucha y de sus potencialidades de ir más allá del paradigma corsé en que se mueve nuestra sociedad y los particulares análisis simplistas de tales críticos. ¿También con estos tenemos que tender puentes? Porque, en definitiva, esa idea negativa de la paz es compartida por amplias capas de la sociedad y constituye un cierto consenso paradigmático de culto a la violencia con un amplio apoyo social por activa o por pasiva.
¿Dicotomías que cavan trincheras?
Aunque el artículo que provoca la crítica de J.E. utiliza un modelo dicotómico de visualización de los pacifismos, en realidad no plantea una dicotomía de buenos y malos, como se me reprocha, sino bifurcaciones de los distintos pacifismos a partir de diferentes criterios que los caracterizan, como pueden ser las diferentes ideas de paz (paz negativa o positiva), sus diferentes escenarios de acción e interlocutores (más centrado en lo institucional o en lo no institucional), el alcance que quieran dar a sus propuestas, las metodologías de trabajo, el modelo de organización, etcétera.
La imagen que ofrece este modo de mirar los pacifismos aparece más bien como un conjunto de árboles de múltiples ramificaciones y no como un cuadro dicotómico donde posicionarnos a favor o en contra de alguien o de algo, como intentaré explicar ahora.
Por eso mi esquema pretende servir más bien para organizar criterios de debate y orientación con que situarnos en la complejidad del panorama existente y no para ofrecer trincheras desde las que identificarnos unos frente a los otros.
Fijándonos en los enfoques de las ideas de paz que un@s y otr@s manejamos, ciertamente de forma algo imprecisa y tácita, podemos encontrar un primer árbol sobre el que verter nuestras preocupaciones de tender puentes:
Es de ver que los enfoques de las diversas ideas de paz que motivan las diferentes luchas pacifistas y los objetivos que persiguen los grupos que las desarrollan, con su mayor o menor sintonía con los principios del realismo político o de las aspiraciones de transformación, incidirán de forma decisiva en las agendas de acción, modelos de organización y posibilidades de articulación, suma de sinergias, …, de los grupos.
Buscar puntos en común entre unas y otras apuestas es una oportunidad, pero también debemos ser conscientes de que el divergente enfoque y alcance de la idea de paz que mantengamos unos y otros puede dificultar en ocasiones conciliar intereses entre visiones de la paz, y pretensiones de lograrla, antagónicas. Al menos no se me ocurre de qué modo podemos alcanzar acuerdos de movilización entre quienes apuestan por una lectura militar de la paz y quienes apuestan por una lectura antimilitarista y de desmilitarización como camino para lograrla, a no ser que los primeros, apuesten de forma oportunista y manipuladora por apoyar una cierta movilización pacifista con la boca pequeña y los segundos acepten el oportunismo como animal de compañía.
¿Tendríamos motivos para rechazarlos de la movilización por su apuesta por la paz armada? ¿Supone divisionismo y debilidad de los pacifismos el desencuentro entre estas visiones entre sí tan alejadas? ¿Nos aleja de la sensibilidad de la gente? ¿Se pueden establecer compromisos compartidos al respecto? Se me ocurre que es un campo minado a explorar que tal vez hay que transitar sin recelo, pero, sobre todo, sin ingenuidad, por más que sea preferible buscar lo que nos une (en este caso tan inoperante para una articulación pacifista) más que lo que nos separa.
¿Sería entonces necesario, en otro ejemplo, reducirnos a un mínimo común que nos permita, al menos, movilizarnos ante cada guerra concreta y a punta de titulares de prensa y puesta en el foco mediático, como hasta ahora, sin buscar un crecimiento mayor de los ideales de paz? ¿O solo cuando la guerra en ciernes no sea de las que promueve nuestro bloque de preferencias e intereses? ¿O avanzamos en la idea de una paz fría en aras a la unidad de acción con quienes entienden la paz como la prolongación des statu quo?
¿Le apostamos a un pacifismo de acción oportunista que actúa reactivamente y cada vez que se hacen sonar los tambores de guerra en conflictos lejanos/cercanos y que descansa durante el resto del ciclo de preparación (el antes de la guerra) y de conclusión de esta (el después), sin actuar en el aquí y en el allí y “allí” que forman parte de su proceso y desarrollo?
¿Preferimos guardar silencio y no divergir la diferencia ante unos pacifismos que no enfocan los grandes problemas globales de la violencia rectora en sus múltiples dimensiones y que se conforma con ser antiguerra?
¿Queremos reconvertirnos a un pacifismo especializado en las técnicas de prevención, resolución y transformación de conflictos a desarrollar por expertos capacitados para ello, o que sirva a las tareas humanitarias durante el conflicto o en el postconflicto, pero que no interpela a la movilización social para el cambio de las condiciones estructurales “aquí” y “allí” o que se desentiende de las otras luchas sociales y culturales y de la violencia rectora que soportan el estado de desorden global e injusticia planetaria?
¿Nos identificamos con un pacifismo elitista e idealista que elucubra sobre las derivadas de la paz perpetua de Kant, las teorías de la justicia de Rawls, el encuentro interreligioso en la edad media, o el sexo de los ángeles, pero incapaz de conectar y de proponer prácticas de acción conectadas con los deseos, los sueños, las esperanzas, las necesidades y frustraciones, pongamos por caso, de la gente de carne y hueso de nuestro inseguro mundo y de hacer creíble el “camino” para la paz en las vidas concretas de la gente de a pie?
¿Un movimiento pacifista de tan baja intensidad y tan poco crédito ¿es todo lo que podemos dar de nosotros?
Porque ese tipo de pacifismo revoltijo, de criterios confusos y de paz vaporosa, que es capaz de decir no a la guerra cada vez que aparece un conflicto mediático que nos obliga a hacernos cuerpo visible en la calle, pero no de avanzar, juntos o separados, coordinados o descoordinados, en una agenda de paz con contenidos, ya lo tememos y si todos actuamos como si fuera una balsa de seda por no señalar divergencias, lo seguiremos teniendo envuelto en su papel de celofán, con los resultados de todos conocidos y la credibilidad social que suscita.
La diversidad de enfoques de la idea de paz, con su activismo sordo y discreto del día a día, y a pesar de nuestras fragilidades, permite, si miramos con luces largas, pensar en debates que alimenten nuestras propias comprensiones de la idea de paz y fortalezcan una mayor profundización de la misma.
Debates que hasta ahora no compartimos y que merece la pena desarrollar, como por ejemplo la contribución a la guerra desde aquí y la identificación de los objetivos para “cortocircuitarla” también aquí tanto el antes de la guerra, como en el durante de la misma; o la propia idea de desarme/ versus desmilitarización y transarme como reivindicación de nuestra propuesta de paz; o el recorrido de las dinámicas destituyentes del paradigma de guerra y de su preparación y (simultáneamente) de ensayo de prácticas de resistencia y crecimiento de alternativas de defensa popular noviolenta; o la concreción de idea de seguridad humana como horizonte y paradigma de una nueva defensa y de una transformación del paradigma de convivencia humana; o la imbricación de las luchas sociales por alcanzar un nuevo planeta mediante la defesa social; o la construcción de agendas institucionales de paz estructural y cultural; o el empoderamiento social como tarea prioritaria para provocar cambios; o las metodologías de resistencia noviolenta como seña de identidad; o el recorrido de propuestas actuales de lucha contra el gasto militar (si se trata de su mera reducción o la aspiración es otra), de crítica de la industria de defensa, venta de armas, reducción de tropas, etc. (si se enfoca a su mera reducción para hacerla más eficaz o menos mortífera o tiene otro contenido); o la solidaridad y el apoyo con las personas desplazadas o desertoras de las guerras y su papel para activar la lucha por la paz; o las redes de apoyo a los grupos de resistentes a las guerras en zonas de conflicto; o las intervenciones militares en el exterior, las alianzas militares, el papel del mundo del trabajo en las industrias militares; o la identificación y coordinación con otros movimientos sociales de alcance global y un largo etcétera que hoy no ocupan la agenda de preocupaciones compartidas ni motiva propuestas de movilización que nos identifiquen como movimiento pacifista y con capacidad de conseguir cambios.
A pesar de un balance de claroscuros, hoy en día me parece muy elocuente cómo el encuentro de las sensibilidades por la paz del feminismo y del ecologismo han nutrido en gran parte el acervo común del pacifismo transformador, ampliando su perspectiva y su visión, o como se abre paso, aunque tortuoso, una recuperación sin parangón de la memoria de un pacifismo que, con flujos y reflujos, ha sido capaz en ocasiones de nuestra historia de provocar ciclos de movilización y empoderamiento de la sociedad en los valores de paz.
Con más dificultad, pero sin dejar de dar pasos en ello, empieza a abrirse el panorama aspiracional, tanto destituyente y disruptivo como instituyente y transaccional, de la noviolencia como herramienta de lucha social por el cambio y, de su mano, la aspiración a romper con el paradigma dominación-violencia y a construir procesos y prácticas de defensa social desde el enfoque de la seguridad humana.
El desvelamiento del carácter rector de la violencia y de su articulación como sistema complejo de interacción de la violencia directa, estructural y cultural, puede fructificar en un enfoque de las luchas sociales contra las violencias de toda índole y en una profundización de la agenda contra la violencia como parte esencial de la resistencia, deserción y búsqueda de alternativas de contraste y de vida felicitante.
La confluencia y coordinación de luchas sociales y el encuentro de tradiciones, visiones, deseos y sueños de distintas articulaciones que aspiran a la alternativa puede dar lugar a la puesta en marcha de una alternativa global de defensa noviolenta que supere y elimine el modelo de guerra y violencia vigente.
Estos enfoques se van abriendo paso en muchos grupos de acción de los que yo he denominado “de base” u horizontales, pero, para desesperación de quienes apostamos por el pacifismo alternativo, no gozan de legitimidad en las preocupaciones de ciertos sectores del pacifismo “oficial” y serio, que los considera quiméricos y poco realistas. También aquí se necesita un puente a trazar que, curiosamente, encuentra no pocas resistencias.
Puntos en común de los pacifismos oficiales y no oficiales.
Afirmaba Utopía Contagiosa en el libro que hemos dejado citado que una línea de diferenciación entre los pacifismos españoles vigentes en la primera década del siglo XXI era la que tenía que ver entre una visión oficial de la paz y una visión no oficial de la misma.
Pacifismo oficial
La idea de paz oficial vendría representada, a grandes rasgos, por una gran parte de la llamada paz negativa, cuyo recorrido puede dar lugar a propuestas que se limitan a:
- Una apuesta por la construcción de una paz jurídica, a su vez subdivisible en:
- Una apuesta por la regulación de la guerra, tendente a humanizarla, ya sea mediante normas que establezcan cuándo se tiene derecho a desencadenarla o normas que regulen los usos en estas.
- Una apuesta por la diplomacia preventiva, tendente a encontrar soluciones que eviten la misma o a presionar a las potencias enfrentadas, mediante mecanismos de presión política, para que no la desencadenen o la desescalen.
- La regulación de mecanismos de control militar y de legitimación de tropas militares para la interposición y la imposición de la paz
Un derecho de tratados que regule aspectos como el desarme, la desmilitarización de zonas, el comercio de armas, las armas nucleares, etcétera y que busque consolidar el no uso de la guerra.
- Una apuesta por la negociación y resolución de conflictos
- Una apuesta política por políticas de desarme, el control de armas y de su producción y la búsqueda de relaciones pacíficas entre los pueblos.
Estos enfoques oficiales son promovidos desde instancias oficiales, ya sea estatales o internacionales, se valen de expertos de distintas competencias y disciplinas y no forman en general ni promueven el fortalecimiento de los movimientos por la paz, algo ajeno a su perspectiva y objetivos.
Paz negativa y organizaciones pacifistas no oficiales.
Sin embargo, también existen articulaciones “pacifistas” no oficiales de un importante acento basado en la paz negativa por parte de elementos u organizaciones de la sociedad civil que no necesariamente aspiran a construir otro contenido de la idea de paz que la ausencia d guerra.
El árbol de la paz negativa, desde esta perspectiva, puede verse con nuevas ramificaciones.
El mapa resultante muestra múltiples bifurcaciones y puntos fijos que bien pueden servir para el diálogo compartido y para el enriquecimiento de las articulaciones a favor de la paz.
Aunque resulte mucho más difícil la articulación de una agenda pacifista con la versión oficial de la paz en negativo y con su propuesta de mantenimiento del statu quo, lo cierto es que sí existe un cierto peso de las versiones no oficiales de investigación por la paz centradas en el análisis de conflictos, la mediación y resolución alternativa de estos, el desarme, etc. que son tenidos en cuenta a su manera por la versión militarista de la paz. Y también, por su contenido técnico y aprovechable, por la versión no oficial, alternativa y no alternativa, de la paz.
Las propias formulaciones de las doctrinas militares se nutren ahora, seguramente con un interés más propagandístico que otra cosa, de conceptos como los de seguridad humana, ayuda humanitaria, resolución pacífica de conflictos y otros. Incluso en determinados momentos y ejércitos se han estudiado las propuestas noviolentas de defensa social y resistencia civil como un posible complemento, recurso y opción de la estrategia global de defensa y no deja de ser llamativo el enorme esfuerzo que destinan los ejércitos y sus aparatos propagandísticos a encontrar explicaciones legitimadoras de su acción y deslegitimadoras de las apuestas más pacifistas y antimilitaristas.
Por otra parte, la intervención “humanitaria” de organizaciones sociales y pacifistas en conflictos ha marcado otro punto más de deslegitimación de la guerra y de contacto, muchas veces bastante conflictivo, entre la visión oficial y militarista de la guerra y la apuesta por la paz de la sociedad civil. Organizaciones como Open Arms y otras similares llevan a cabo una acción ciertamente pacifista centrada en parar la guerra y sus efectos y desenmascaran socialmente y con eficacia el juego de intereses que perpetúa el sistema de dominación-violencia vigente.
También la acción de objetor@s, desertor@s de las guerras, insumis@s, redes de madres y otros que luchan por parar la guerra o por ejercer un cierto derecho de fuga de sus desmanes ofrecen un elocuente camino, no siempre acompañado debidamente en las sociedades expectantes y no beligerantes, de verdadera apuesta por la paz y sus contenidos.
Este último es un enfoque de resistencia a la guerra que encuentro especialmente relevante para la construcción efectiva de sociedades de paz y la coordinación con grupos de resistentes a la guerra y antimilitaristas, en sentido amplio, que en el estado español siguen siendo muy relevantes, permite tender un evidente puente entre los enfoques de paz negativa y paz positiva.
Por desgracia, nuestras capacidades de acoger, apoyar, proteger y reivindicar a los y las resistentes a las guerras de lugares en conflicto y a las personas anónimas que “desertan” de las mismas o son desplazadas, ya sea como estrategia de guerra o porque ejercen el sano y doloroso derecho de fuga de la misma, es tirando a muy baja y para nada forma parte de las agendas de movilización de nuestras organizaciones pacifistas. Sin embargo, podríamos nutrirnos, tanto en empatía como en sensibilidad, del encuentro directo con esta realidad. Promover redes de apoyo y acogida, redes de intercambio, visibilización y reivindicación ¿puede ser otro punto de encuentro que nos une en la pretensión de fortalecer un movimiento pacifista que afecte y llame a la sensibilidad de nuestra sociedad y provoque cambios?
Pacifismo no oficial y paz positiva
Por lo que respecta a las articulaciones pacifistas que militan, con distinto grado de intensidad, en una idea de paz más allá de la ausencia de guerra, su diversidad de enfoques y su pluralismo es mayor y aborda, dada la transversalidad de la paz, la mayoría de las dimensiones sociales, políticas y culturales. También sus metodologías y modelos organizativos, desde los más formales y estructurados a los más informales, horizontales y espontáneos, son muy plurales. Su grado de coordinación, afinidad o desconexión varían en función de múltiples circunstancias, como su antigüedad, recursos, tradición de pertenencia, edad y dedicación de sus activismos, etcétera.
¿Puede ser esta variedad un elemento que facilite o dificulte esa búsqueda de los puntos que nos unen por encima de la puesta de manifiesto de los que nos separan? En mi opinión las potencialidades de que ello ocurra están sobre el tapete, pero también existen factores obvios para que las dificultades para gestionar toda la diversidad de forma sinérgica también aparecen como evidentes.
En todo caso, el árbol que se nos ofrece es, al igual que los anteriores, frondoso, de copa ancha y potencialmente muy capaz de dar frutos sabrosos.
Existen múltiples puntos de encuentro entre enfoques plurales. De hecho, se comparten trabajos y se intercomunican experiencias y conocimientos frecuentemente entre unos y otros. Los puntos de contacto y las intersecciones permiten diálogos aún inéditos.
A decir verdad, también existen intereses no compartidos y hasta discrepancias de mayor y menor intensidad y ruido, pues no cabe duda de que no todas las organizaciones interpretan la realidad del mismo modo, ni persiguen los mismos intereses.
La coexistencia de distintos grupos, con diferentes perspectivas y distintos objetivos ha dado en el pasado lugar a una amplia gama de actuaciones, actividades y capilaridades con la sociedad, que van desde las campañas (algunas de las cuales coexistieron juntas en algunos momentos) de lucha contra las alianzas militares, las movilizaciones contra las bases militares, de lucha contra el gasto militar y, asociada a esta, de objeción fiscal, de lucha contra la conscripción, de objeción de conciencia e insumisión, de objeción laboral a la investigación con fines militares y a las industrias militares, de solidaridad internacional y cooperación, de apoyo noviolento en conflictos internacionales, de índole y educación para la paz , contra los juguetes sexistas, bélicos y sofisticados, de lucha contra la militarización de los territorios y de lucha ecologista, de mujeres por la paz y antimilitaristas y contra el patriarcado, contra las armas nucleares, contra la experimentación y aplicaciones NBQR, contra el material de doble uso, contra las guerras concretas, de promoción de valores pacifistas y noviolentos en otros pueblos, de educación por la paz, de declaración de pueblos y territorios desmilitarizados o de municipios por la paz, de intervención, mediación o transformación de conflictos, de acompañamiento noviolento, de brigadas internacionales de paz, de desarme, de desmilitarización, de transarme, encuentros y reflexiones variados de temáticas diversificadas, alcanzando incluso planteamientos de defensa popular noviolenta, de sensibilización por la paz o en aspecto sectoriales y específicos, así como actuaciones conjuntas y coordinadas con las agendas de los movimientos ecologista, pacifista altermundista, anticapitalista, trabajos de lobby con organizaciones e instituciones de todo tipo y un largo etcétera que da cuenta de la diversidad y de la transversalidad de las actuaciones y que nos permite afirmar que el campo potencial para desarrollar campañas y agendas de lucha amplias, diversificadas y pertinentes es enorme. Y también los puentes que se pueden tender, las líneas estratégicas que hay que discutir y coordinar y las posibilidades de ampliar la idea de paz, ya sea en común o no, y de hacerla cercana, simpática y asumible para capas sociales preocupadas por los rumbos que toma el mundo.
Los enfoques temáticos de unos y otros grupos en particular y de sus concretos modos de acción y activismos pueden dar lugar a análisis de la realidad y propuestas de trabajo más o menos especializados y no necesariamente coincidentes entre sí. Incluso a veces enfrentados.
No siempre coincidimos sobre el alcance de la idea de paz, la profundidad de las exigencias de cambio, las propuestas y medidas que reclamamos o el talante transaccional o disruptivo, instituyente o destituyente de nuestras aspiraciones y luchas. E incluso pude ser que la falta de sintonía, ya sea ideológica, personal o de otro tipo de intereses, entre organizaciones o personas, impida trabajos compartidos que podrían tener lugar, o genere otros niveles de incomunicación o competencia que también podríamos transformar para mejor. Pero, como ya he dicho antes, afecta a un nivel muy bajo de la interrelación de la energía del movimiento por la paz y no creo, con toda sinceridad, que le reste o sume nada a la tendencia general de trabajo del movimiento.
Prácticas, enfoques y organizaciones “pacifistas”.
Complejidad tras complejidad, se nos ha ido completando un pequeño bosque de bifurcaciones, intersecciones, cohabitaciones y sombras que tal vez nos permita identificar potencialidades de sinergias y oportunidad de debates y diálogos más estructurados y clarificadores. ¿lo duda alguien? ¿Tenemos voluntad de afrfontarlo?
Ahora toca poner la vista a un tercer árbol de la propuesta de mi artículo de mayo de 2023, en el que hablábamos de los diversos pacifismos malcomunicados y pedíamos el doble esfuerzo de ser ingenuos, como las palomas, y astutos como las serpientes (perdónese la cita evangélica) a la hora de interrelacionarnos en ese espectro espectral que quiere ser un movimiento pacifista con capacidad de desencadenar ciclos de movilización y prácticas alternativas y que hoy por hoy es poco más que una suma testimonial de voluntades, un encomiable esfuerzo por parte de pequeñas organizaciones y restos de lo que un día fue un movimiento en toda regla y capaz de ofrecer propuestas más audaces a nuestra sociedad, más una amalgama de organizaciones variopintas de todo pelambre ideológico y organizativo, a los que sumar el gran caudal aspiracional de paz de nuestra sociedad y el trabajo inespecífico y aleccionador de grupos que no se predican a sí mismos, o no es su principal prédica, como pacifistas, ya sean de índole feminista, ecologista, altermundista y de cualquier otro signo, pero que actúan por la paz con igual legitimidad y a veces con muy elocuente ejemplo.
Los modos de inclusión y participación en los pacifismos son variados, tanto como lo son los estilos y modelos de organizaciones.
Aunque es una simplificación, encontramos grupos de activismo horizontal, grupos de afinidades, grupos de especialistas, grupos de liberados, grupos de voluntariado, coordinadoras ad hoc o de más largo trayecto con sus propias dinámicas, militancias cuasi religiosas, simpatizantes y colaborador@s y casi cualquier modalidad imaginable de implicación.
También nos define y diferencia el repertorio de recursos a disposición de los grupos, su estructura interna más formal o informal, los grados de jerarquías y de interrelación, el modelo de adopción de decisiones y de resolución de conflictos internos, así como nuestro estilo de trabajo, dedicación, metodologías, destinatarios, alianzas, etcétera.
Es también evidente que modelos organizacionales diferentes y enfoques de trabajo distinto, junto con la perspectiva de paz y el sector concreto de trabajo configura estilos que también son diferenciados y que pueden tener entre sí mayor o menor afinidad y mejor o peor comunicación, sin que reconocer esta idiosincrasia sea, a mi entender, una manera de cavar trincheras y sí más bien una constatación de la complejidad de la diversidad que podemos querer (o no) gestionar con la finalidad de establecer agendas de trabajo o propuestas estratégicas más o menos compartidas.
Recurro a un nuevo ejemplo, en este caso para ofrecer un mapa teórico de los plurales enfoques y trabajos posibles en un campo diferente, como puede ser la intervención en conflictos violentos.
Usaremos al respecto varios parámetros para establecer un mapa de posibles enfoques de actuación, según nuestra acción sea más transaccional o transformacional, nuestro enfoque de trabajo más comunitario o más de expertos o profesionales y según nuestra propuesta sea más institucional o más social.
La Conjunción en un mapa de estos tres tipos de coordenadas dará lugar a diferentes enfoques y agendas de actuación, como vemos en la siguiente representación gráfica.
Como se ve, diversidad de enfoques y activismos en función del modelo de paz que se comparte, del enfoque de trabajo del grupo y su repertorio de competencias, habilidades y herramientas de acción que componen un mapa variado y diferenciado, e incluso divergente, de actuación en conflictos, con las posibilidades de encuentro/desencuentro de organizaciones y con un amplio y no fácil recorrido para encontrar lo que nos une y potenciarlo y para trabajar separadamente en lo que nos separa.
¿cuáles son los puntos de encuentro para un debate sobre las agendas de paz pertinentes al momento actual?
¿Cuál son, entonces, las líneas de debate que debemos propiciar para el florecimiento de un pacifismo audaz, movilizador y con ambición de construir una paz ms plena de contenidos y más referida a los grandes retos de nuestro mundo?
¿Tiene sentido, incluso, plantearnos un fortalecimiento de un pacifismo reconocible socialmente como movimiento promotor de movilización y prácticas pro-paz y capaz de establecer líneas estratégicas que permitan la convivencia de su diversidad y mecanismos que faciliten la gestión de sus encuentros y diferencias para crear sinergias? ¿Podemos coordinar estas luchas por encima del oportunismo que nos brindan acontecimientos en los que los medios ponen el foco, como cada nueva guerra que interese al poder visibiizar?
Tenemos, incluso, que hacer cierta catarsis por nuestro no estar a la altura en el pasado o en el presente ante situaciones en las no tuvimos la respuesta debida ( y pongo como ejemplo el silencio pacifista ante las luchas noviolentas masacradas en Siria y otros países árabes, o en la falta de apoyo a los movimientos de resistentes a la guerra de los distintos países en conflicto, o la invisibilidad de nuestra movilización ante las otras guerras no mediáticas que llevan años y decenios sucediéndose con la complicidad de los estados o la equivocación de seguir pidiendo el desarme y no avanzando en la desmilitarización como propuesta de fondo de la lucha antiguerra, o la pobre respuesta al punitivismo y la burrorepresión imperante o los silencios nada inocentes ante la demonización de la desobediencia civil, una de nuestras señas de identidad, o el marcado refuerzo militarista a la vez que se reduce el esfuerzo y la ambición de la lucha climática decidido desde las élites europeas)?
Tenemos un largo recorrido y una nueva oportunidad de debatir y acordar. Nos lo recordaba J.E y lo sabemos tod@s.
Mimbres para un pacifismo noviolento con identidad fuerte.
Confieso que mi preocupación más acuciante es en estos momentos es pensar cómo promover un pacifismo de inspiración noviolento que sea capaz de visibilizarse y actuar en nuestra sociedad de forma transversal y global, no centrado exclusivamente en la agenda antiguerra y con fuerte implicación inconformista/insurgente en todos los escenarios de las violencias interrelacionadas.
Es probable que la asociación que generalmente se realiza entre noviolencia y pacifismo venga dada por la aspiración global y utópica de supresión de la guerra y de sus instrumentos y el ansia de paz común a tantas tradiciones filosóficas, religiosas, políticas y éticas. También lo es porque un amplísimo sector del pacifismo (no todo) es noviolento en sus aspiraciones y metodologías.
Es común que desde instancias oficiales o de poder, que se arrogan el derecho a designar lo que es paz y lo que es guerra, lo que es violencia y lo que no lo es, se rechace la acción directa noviolenta desencadenada por pacifistas radicales, por ejemplo, mediante el bloqueo o el boicot ejercido contra una base o una instalación militar, o los escraches de señalamiento a señores de la guerra, porque les parezca una actuación violenta, mientras reivindican la aportación de tanques, como ahora ocurre con los aliados de la OTAN; en una guerra como la de Ucrania porque lo consideren un paso para lograr la paz y un compromiso pacifista.
¿Cómo caracterizaríamos al pacifismo noviolento, entonces? Propongo varios elementos de su singularidad:
- a) La noviolencia puede inspirar muchas propuestas del pacifismo y ofrecer tanto un amplio repertorio de acción para su reivindicación y progresiva e imperfecta construcción, como un marco de reflexión, análisis, interpretación y propuestas para el desarrollo de políticas pacifistas tanto antibelicistas como de profundización en la idea de paz positiva.
- b) Pero caben pacifismos que no son noviolentos, dado que la noviolencia no abarca ni es compatible con todos los pacifismos, particularmente los que asumen como aceptable el marco de la violencia rectora o el protagonismo de la violencia para la construcción de los cambios sociales.
De hecho, una gran parte del pacifismo basado en la paz negativa y de fines eclécticos, compatibles con el mantenimiento del militarismo y con diversos grados de ejércitos y fuerzas armadas, pacifismos que pretenden simplemente regular la guerra a la que consideran inevitable, ni es noviolento ni participa de una visión noviolenta.
- c) En la medida en que la noviolencia preconiza una práctica de cambio y una metodología para promoverlo, el acercamiento del pacifismo a la noviolencia, o viceversa, será más o menos intenso en función del papel que en los pacifismos tenga la acción noviolenta (no solo las ideas, los valores, los estudios) y el protagonismo del común, tanto con sus movilizaciones como en la exploración de prácticas de vida alternativas.
- d) La asociación pacifismo/noviolencia no es una equivalencia por tanto absoluta. Sólo ciertos pacifismos son noviolentos y sólo lo son en mayor o menor grado en función de la profundización mayor o menor que en el mismo se haga de las metodologías y propuestas noviolentas.
- e) Las aportaciones, en mi criterio, más fructíferas que puede hacer la noviolencia al pacifismo vienen de la mano de
- i) su aspiración y potencialidad de lucha radical e incondicional contra todas las violencias,
- ii) de apuesta por participar de la construcción de un paradigma alternativo de comprensión y organización/regulación de la sociedad desde parámetros reguladores antagónicos a la violencia/dominación y de
- iii) coparticipación en esta visión de largo alcance y en esta metodología de lucha con otros movimientos sociales y corrientes de lucha por el cambio radical y global, como son el ecologismo radical, el feminismo, el antimilitarismo, el altermundismo y diversas luchas sociales de enfoque insurgente y transformador.
- IV) El compromiso de acción comprometida en diversas esferas y escenarios donde la violencia, en sus dimensiones no sólo personal, sino también estructural, cultural y sinérgica operan.
- V) La capacidad de amplificar la estrecha agenda del pacifismo actual.
- f) Los campos donde con más ahínco ha logrado intrincarse pacifismo y noviolencia han sido:
- I. Las luchas de los resistentes a las guerras y del antimilitaºrismo radical en pro de la desmilitarización
- II. Las apuestas por la intervención alternativa en conflictos
- III. Las múltiples experiencias de desobediencias civiles para conquistar objetivos políticos y de justicia y de resistencia civil
- IV. Las propuestas de defensas alternativas a la defensa militar
- V. El ejercicio de defensas sociales en diversos ámbitos sociales y políticos
- VI. La disputa cultural por valores, prácticas y metodologías noviolentas y desobedientes.
- VII. El compromiso inclusivo en otros movimientos de enfoque altermundista.
La perspectiva noviolenta de lucha por la paz nos llevaría, a establecer agendas de trabajo, objetivos y contenidos de la lucha por la paz, desde la noviolencia, que abarcarán aspectos inespecíficos de lucha contra las violencias y de transformación estructural, que habitualmente no forman parte de las reivindicaciones antibelicistas y pacifistas de protesta contra la guerra y a descartar algunas apuestas que consolidan las principales lógicas guerreras, como la existencia de ejércitos permanentes preparados para el ejercicio de la guerra, las políticas de paz jurídica basada en la consagración de un statu quo injusto y generador de conflictos, la acumulación de armamento, la investigación y venta del mismo y un largo etcétera. al que más adelante nos referiremos.
Divergente o convergente con otros pacifismos y con enfoques de paz no necesariamente de vocación activista, me parece que este es el legado que, tras luchas en las que el pacifismo español se ha involucrado hasta la fecha, mejor puede ofrecer a la sociedad y a sus aspiraciones de futuro.
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