Los Antiguerreros del Chaco y la apelación a la construcción de la Paz.

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Juan Carlos Rois.

En estas fechas tan significativas para nuestra cultura occidental, preñadas de deseos de paz y fraternidad, traemos a colación una experiencia -fallida por desgracia, pero bien elocuente en cuanto al anuncio de los horizontes de paz con contenidos hacia los que peregrinamos y a la forma de aproximarnos a ellos- que nos permita pasar de la paz vaporosa y facilona que se predica al compromiso de construir una paz estructural, cultural y rectora de la sociedad humana con nuestras propias manos. Me refiero a la experiencia antiguerrera que promovieron las grandes formaciones comunistas y anarquistas de Paraguay y Bolivia como respuesta al exacerbado nacionalismo y al alistamiento de la población para alimentar la guerra del Chaco.

Galeano, no siempre la fuente histórica más rigurosa, nos enmarca dicha guerra como una disputa entre Standard Oil Company y Royal Dutch Shell por el posible petróleo de ese gran “desierto gris, habitado de espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente”. Una guerra jugada por intereses elocuentes y con dos pueblos hermanos descalzos, usados como carne de cañón de los intereses capitalistas internacionales y de sus respectivas élites nacionales.

La guerra del Chaco duró desde septiembre de 1932 a junio de 1935 y militarmente pretendía el control del chaco boreal, la zona que se encuentra al norte del río Pilcomayo del gran desierto que une/separa a Paraguay de Bolivia; una parte de tierra de nadie desde tiempos de la colonia española, hacia la que paraguayos y bolivianos esgrimían, casi desde sus respectivas independencias, distintos títulos legitimadores de su pretensión de soberanía y de soli, ya sea el estado posesorio previo a la independencia, ya la demarcación de los virreinatos y otros supuestos títulos, y que en realidad nunca consiguieron, se entiende que antes de pactar el armisticio posterior a la guerra del Chaco, llegar a un acuerdo de demarcación pacífico entre ambos estados.

Desde el inicio de la confrontación bélica, y con un intenso apoyo de las grandes centrales obreras y de los partidos comunistas de Paraguay y Bolivia, apareció la desafección a la guerra de la gente de a pie y la deserción, sobre todo en el mundo campesino y, a continuación, la organización de la experiencia de oposición política a la guerra, que fueron los comités antiguerreros de campesinos y proletarios, apoyados por organizaciones anarquistas y comunistas de Paraguay primero y, más tarde, de Bolivia, y por las centrales de trabajadores de ambos bandos.

A la propuesta antiguerrera se apuntó también el partido comunista de Paraguay y la Internacional Comunista de la III Internacional, Komintern, que la aprobó como una lucha insurgente para desencadenar una revolución popular. Aunque pueda parecer extraño, dado el estereotipo al uso, en los comités antiguerreros
colaboraron tanto grupos comunistas estalinistas, como trotskistas y anarquistas. Entre los antiguerreros paraguayos encontramos casos de renombre, como el de Marcos Zeida, posteriormente, en la clandestinidad, se entiende, uno de los cargos relevantes de la Confederación de Trabajadores del Paraguay. En el frente boliviano, a otros dirigentes como Mendoza Mamani y José María Ortiz.

Los antiguerreros promovieron, durante su existencia, diversidad de actos contra la guerra, entre otros, difusión de información contraria al enrolamiento, boicots al envío de armas al frente, propaganda en el frente, montoneras de campesinos que se resistían al reclutamiento (en Paraguay se tienen datadas en los departamentos de Caazapá, Itapúa y Guairá),deserciones de soldados tras su convalecencia y llamados a la deserción en general. La lucha antiguerrera promovió también la infiltración en el frente para concienciar del verdadero interés de la guerra, reivindicar la toma de tierras en manos de hacendados, contra
los fletes, arriendos y políticas burguesas y promover la deserción y el levantamiento insurreccional. Incluso hubo coordinación de la lucha antiguerrera de un lado y el otro del frente.

Los partidos comunistas quisieron desarrollar como línea principal de la lucha antiguerrera la insurrección contra el poder y el sueño de volver las armas contra el capital, mientras que las corrientes anarquistas buscaban principalmente la movilización contra la guerra y la deserción y el boicot a su desarrollo.
En la parte boliviana, la Federación Obrera del Trabajo (central de inspiración anarquista), que en 1930 había aprobado ya en su congreso y en un clima prebélico hacer un llamado a la clase trabajadora para que se negara a concurrir al servicio militar y para hacer campaña contra la guerra, tuvo también un papel destacado en la lucha antiguerrera. La FOT de Oruro, en Bolivia, tuvo gran parte del protagonismo antiguerrero del lado boliviano.

La realidad es que gran parte de la propaganda antiguerrera en el frente fue cortocircuitada por los servicios de inteligencia de uno y otro país, y los antiguerreros infiltrados para concienciar y desafectar a la tropa, duramente represaliados y silenciados. Yo mismo, junto con otro miembro de Utopía Contagiosa, tuvimos ocasión de entrevistarnos con un líder anarquista que participó de la experiencia antiguerrera en la primera estancia que hicimos en Paraguay para apoyar su lucha antimilitarista, hace ya la tira de años. El pobre hombre estaba cargado de años y bastante perjudicado, amén de sordo como una tapia, pero
nos pudo contar la experiencia de infiltración en las filas paraguayas, el trabajo para conseguir el abandono de las armas y la deserción masiva, la posterior represión y confinamiento en penales militares del propio Chaco, donde no tenían casi ni agua para beber, así como otras
luchas posteriores, incluida la fallida toma de Encarnación y otros pueblos, en un intento de acabar con el estado burgués. Lamentablemente las notas que luego tomé deben andar en el desbarajuste de papeles desordenados de mi archivo y no quisiera mezclar realidad con mi propia fantasía.

Por desgracia, la experiencia antiguerrera de la guerra del Chaco no ha pasado con el honor que merece a la historia oficial y hoy es una gran desconocida tanto en la construcción de los movimientos sociales paraguayos, como en la historia de la propia guerra del Chaco, donde, sin embargo, abundan los relatos sobre el desarrollo de la guerra, las batallas, los héroes (algunos de ellos dan nombres a calles, al menos puedo dar fe de que así ocurre en Paraguay) y toda la épica tóxica que inflama los discursos militaristas. Hasta donde yo sé, en el lado paraguayo podemos encontrar una leve referencia a los antiguerreros en un texto de F. Gaona “Introducción a la historia gremial y social del Paraguay, Tomo II”, Asunción, 1987, págs. 147-156, y en un buen estudio de la revista Avances del Cesor, de la Universidad de Rosario, en Argentina, de 2020 (núm. 22, págs. 105 a 125, con el nombre “El primer partido comunista de Paraguay. La internacional Comunista y la guerra del Chaco” de Charles Quevedo y Lorena Soler), así como en la bibliografía que maneja dicho artículo. Algún dato más bien deslavazado y suelto podemos seguir en internet, pero ahí se acaba, si no estoy en un error, toda referencia y toda memoria de aquel acontecimiento.

Por parte del lado boliviano, he encontrado alguna referencia, en realidad muy pobre, en un artículo de Juan Luis Hernández, del año 2018, «La guerra del Chaco (1932-1935)»; revista Ni Calco Ni Copia. Revista del Taller de Problemas de América Latina número 8 (páginas 11-30) y otro artículo de Ivana Margarucci titulado “Anarquistas en Oruro (Bolivia). Trincheras de lucha contra la crisis y la guerra, 1930-1932” y publicado en la revista de Medellín Historelo.rev.hist.reg.local  (vol.12 no.24) de May/agosto de 2020. También en otro artículo de Pablo Stefanoni, titulado “Guerra a la guerra: comunismo, antiimperialismo y reformismo
universitario durante la contienda del Chaco” en la Revista Boliviana de Investigación, Volumen 11, número 1, de agosto de 2014, páginas 14 a 49.

Tampoco en el movimiento antimilitarista se tiene mucha constancia de este antecedente de resistencia desobediente contra la guerra. Conozco un artículo de
Utopía Contagiosa en Papeles para la Paz (nº 56, año 1995, pág. 95) y alguna referencia que en otras ocasiones he hecho yo mismo en algún blog antimilitarista. Aunque ahora estoy algo desconectado del antimilitarismo y pacifismo paraguayo, creo no errar si digo que tampoco allí, como nos ocurre aquí con el antimilitarismo anterior a los años 70 del siglo XX, se ha recuperado esta memoria de forma suficiente, creativa y relevante para el actual compromiso por la paz del antimilitarismo paraguayo.

A pesar de su evidente fracaso, creo que la experiencia antiguerrera deja un poso específico en Paraguay y Bolivia:
1) Aunque es indudable que la actual expresión del antimilitarismo organizado paraguayo no ha tenido, al menos hasta donde yo sé, este referente en su proceso identitario es altamente significativo que sea Paraguay donde de forma más temprana y con una mayor radicalidad arraigó la propuesta desobediente de la objeción a los ejércitos y de movilización contra el reclutamiento en América Latina. Esta especie de recuerdo dormido, pero que, como el dedo en la arcilla, deja huella en el común, junto con la experiencia de la dictadura militar de Stroessner y del peso de un militarismo que antes del Chaco ya había llevado a un desastre demográfico del pueblo paraguayo en la Guerra de la Triple Alianza, y que, desde la dictadura de Stroessner secuestraba a la juventud para enrolarla en un ejército corporativo y reaccionario, hacen entender una parte no menor del desarrollo del actual pacifismo, tal vez desmemoriado, de Paraguay.

Conozco menos el caso boliviano, y por lo que leo en la página web de la Red Antimilitarista de América Latina (https://ramalc.org/) daría la impresión de que en la actualidad pintan bastos para el antimilitarismo boliviano, pero quiero suponer, tal vez sea ingenuidad, que la movilización antiguerrera algo ha tenido que influir en la experiencia de movilización y en las aspiraciones de los movimientos populares bolivianos. La experiencia antiguerrera, aunque necesitada aún de recuperación y actualización, no puede ser ajena a la conciencia social respecto de la guerra y los ejércitos de los pueblos boliviano y paraguayo y, tal vez, está llamada a germinar.

Ello es así en general. Concretamente, en el caso español no se puede entender la dimensión radical del antimilitarismo actual, frente a la expresión y movilización en otros pueblos donde no se parte de similar situación, sin comprender que llueve sobre mojado, que, aunque silenciado y reprimido, ha existido un precedente que ha dejado huella en la conciencia común. En el caso de España, por ilustrar esta afirmación, los ciclos de movilización antimilitarista de los años 70 del siglo XX en primer lugar, de la insumisión durante los años 80 hasta la derrota de la mili y de la evolución posterior del antimilitarismo, nacieron prácticamente “ex novo”, sin conexión ni memoria de la lucha antimilitarista y antiguerra de José Brocca, Amparo Poch o las protestas contra la guerra en plena guerra civil, o de la labor pedagógica antimilitarista de la Escuela Moderna, de las negativas al reclutamiento ante la guerra de Marruecos, las luchas contra las quintas y otras expresiones anteriores; pero sin embargo, para que adquiriera la fuerza y dimensión que llegó a tener nuestra nueva expresión antimilitarista hay que tener en cuenta la huella del militarismo en nuestra historia y, más aún, la huella silenciada de experiencia de lucha desde abajo contra ella. Tal vez empezamos sin memoria, pero no de cero en la conciencia colectiva.

2) El referente antiguerrero es también una experiencia ejemplar de cómo actúan los pueblos, o al menos la parte de ellos más consciente de la importancia de la paz y de lo perjudicial que es la guerra, ante los conflictos bélicos y de cómo el arma más poderosa que pueden tener para luchar contra la guerra es la desobediencia a sus mandatos y particularmente al colaboracionismo con ella, con su preparación (las centrales sindicales y el movimiento internacional tanto comunista como anarquista ya contaban con resoluciones y acciones de oposición al militarismo y de rechazo al enrolamiento militar antes de que estallara el conflicto) y con su desarrollo.

Este tipo de compromiso es hoy actualizado en los múltiples conflictos bélicos, tanto los más mediáticos de Rusia y Ucrania, como los más silenciados de Congo, Centroáfrica, Cuerno de África, Palestina y así hasta las 61 guerras activas en la actualidad, donde una parte de la respuesta consciente de lucha por la paz pasa por la desafección y el desacato a la guerra, la deserción, la crítica a sus causas, el llamado a la objeción y la construcción de cuidados y solidaridad desde abajo.
Las guerras necesitan soldados y es precisamente la desobediencia a su lógica y a la participación en ellas, la más poderosa de las maneras de pararlas.

3) Y también una llamada a desacatar la paz calmosa que nos prometen los que designan con sus palabras engañosas lo que es paz, lo que es violencia, lo que es justicia. La paz se hace militando en su construcción, no lavándose las manos ni mirando hacia otro lado. La paz necesita ser construida de forma colectiva y necesita serlo en contraste con su antagonismo: el estado de violencia rectora que se despliega en nuestras sociedades como violencia directa y visible en todos los ámbitos, como violencia estructural y sistémica que cristaliza como desigualdad e injusticia en nuestras instituciones, aparatos legales, modelos económicos y sociales y un largo etcétera, en violencia cultural que impregna nuestras ideas, valores, creencias, metodologías de acción, afectos e imaginarios y que justifica el estado de guerra permanente y violencia “naturalizada” como objetivo y medio que caracteriza nuestro mundo, y en la interrelación, combinación, potenciación y multiplicación de efectos que supone la lógica de conjunta de las violencias y que las dota de un papel rector, en forma de dominación/violencia, paradigma efectivo de nuestro modelo de mundo.

La paz se construye frente a la violencia y lo hace en las dimensiones directa, estructural, cultural y sinérgica. Lo hace mediante la implicación y el compromiso, mediante el desacato y la desobediencia, mediante la negativa incondicional a colaborar con sus lógicas, mediante la apuesta insurgente de ir más allá de la paz como ausencia de guerra y de asimilar paz con tratados entre élites para garantizar un nuevo estatus quo igualmente atravesado por la ausencia de paz con contenido

4) Así las cosas, la experiencia de lucha por la paz contiene también un desmentido de la guerra como medio para la paz y de los ejércitos como garantes de la misma.

5) Y, con ello, la potencialidad de atravesar la puerta de lo performativo y aspirar a llenar de contenido una paz basada en un paradigma alternativo basado en las ideas fuerza de cooperación/noviolencia que aspire a desplegar su mayor eficacia en los aspectos directos de la convivencia, a cristalizar en estructuras de verdadera paz como igualdad, justicia y respeto a la vida (a toda la vida y a todo lo vivo), a fraguar una cultura de seguridad humana y global capaz de superar el paradigma violento.

Nos queda mucho camino por hacer, hacia adelante en la construcción de la paz y hacia atrás en el aprendizaje y actualización del legado de quienes antes que nosotros hicieron de su apuesta un ladrillo imprescindible y un tesoro del que tanto tenemos que aprender. Tal vez en este tiempo postnavideño convenga darle un par de vueltas a todo esto.

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