¡QUE VIENE LA GUERRA! HACIA UN PACIFISMO ACTIVISTA Y AMBICIOSO
Juan Carlos Rois
Hace unas semanas los propagandistas de la fe militarista, con sus acólitos Made in Spain en primera fila, nos ofrecieron la penúltima muestra de su descaro con el famoso anuncio del kit de guerra, esa burda descarga eléctrica destinada a condicionar las emociones sociales y a manipular el miedo atávico, dos de los mejores aliados de la servidumbre social con los que nos lleva a obediencia el artefacto del poder.
En ese clima, medio en broma medio en serio, me escribía en una red social que compartimos una amiga, activista social donde las haya y comprometida con la causa de los nadie hasta el tuétano:
- A ver si hago la compra para quince días que está la nevera ya pidiendo … Si viene la guerra no sé si llenarla mucho porque con 72 horas se va a poner todo malo… Un sinvivir.
Como estábamos medio en broma, medio en serio, y dada la propensión de desbocarnos en las redes sociales (otra servidumbre de la que no he logrado aún desertar) yo contesté de este modo:
- Si viene la guerra suficiente lío vamos a tener con esconder a todos los chavales para que no los recluten y con cartografiar dónde está la gente más tirada para intentar montar cadenas de cuidados y alimentos solidarios. Ni hambre vamos a tener…
Imaginemos de una forma un tanto distópica que en realidad la guerra que se anuncia a bombo y platillo acaba llegando (porque a la patulea de listos listísimos que nos gobiernan se les va de la mano la escenificación o porque los mercaderes de la muerte deciden que es más ventajosa). Si pensamos desde tal ficción y nos preguntamos ¿Qué haríamos entonces? tal vez podamos repensarnos y, quien sabe, hacernos preguntas y encontrar respuestas útiles para vitalizar el pacifismo languideciente de ahora.
Supongamos que muy a nuestro pesar, viene la guerra y las plagas que la acompañan. Se nos impone un régimen de control social más rígido, unas reglas de economía de guerra más explícitas, la militarización de la producción industrial, la reconversión hacia la fabricación de armas, diversos confinamientos, la orientación de las actividades funcionariales a los fines bélicos, recortes sociales y presupuestarios para sostener el esfuerzo militar, reclutamientos forzosos a los menores de determinada edad, servicios obligatorios a la población en general, racionamientos y restricciones de la cadena de bienes y servicios, suspensión o recorte de prestaciones y servicios básicos, control social rígido a la disidencia, censura y desinformación y el largo etcétera que acompaña a las guerras que hemos visto en otros lugares. Supongamos que comienza la destrucción, la muerte, el desabastecimiento, desplazamientos forzosos, violaciones, secuestros y desapariciones, la manipulación de la verdad y todo lo que acarrea una guerra, ¿qué haría el movimiento pacifista, si esto existe para entonces? ¿qué las variadas articulaciones antimilitaristas?
Se me ocurre que “soñar despiertos” lo que haríamos en tal caso, dando rienda suelta a nuestra imaginación, a nuestros deseos y preocupaciones, a nuestras sensibilidades y afectos y a todas nuestras capacidades (más allá de la pura racionalidad habitual) nos puede dar algunas claves para enfocar el activismo pacifista de ahora y para construir nuevas fortalezas por si llega el caso.
Por soñar que no quede. Yo aporto por mi cuenta mi acopio propio de aspectos a los que tal fantasmagoría me provocan. Los formulo en diez puntos, un formato muy predecible por otra parte:
1.- Pacifismo desobediente y de resistencia a la guerra
¿Qué pasaría si declaran la guerra y no va nadie? Parece un lema simplón, pero, por ejemplo, movilizó tal cantidad de energía política en EE. UU. que hizo inviable el coste de mantener la guerra de Vietnam y provocó la retirada de la tropa americana del teatro de operaciones y la paz de París. Y más cercanamente, recuerdo que durante el ciclo largo de la lucha contra la ley de objeción y la insumisión fue uno de los lemas motivadores de la estrategia de acción política que movilizó a la juventud insumisa y acabó con la mili.
Puede parecer, como nos acusan a diestra y siniestra con una complacencia ciertamente miope, una ingenuidad. Pero pone el dedo en la llaga de la esencia de la guerra que declaran los halcones en su beneficio, pero ejecutan los pueblos en su propio perjuicio: la servidumbre voluntaria a su lógica y la necesidad de nuestra colaboración para que el régimen de guerra (¡también su preparación!) tenga eficacia.
Desde luego, situarnos en tal hipótesis al menos nos obliga a incorporar a nuestra agenda de prioridades actuales una mejor preparación para la desobediencia, la deserción y la resistencia a la guerra. De modo que, a mi entender, el pacifismo de hoy debe ser nítida. estratégica y rabiosamente (rabioso de indignado quiero decir) desobediente, insumiso, desertor, abandonista, no colaborador, … como lo queramos llamar, en vez de pactista, colaborador, reformista, integrador, lobista, bueno, el término que prefiráis.
Los testimonios de las resistencias a la guerra y de los y las objetoras que se negaron a participar de cada una de las habidas hasta la fecha (ahora de nuevo denostado por los ideólogos de la guerra y hasta por la izquierda brahmánica, y complaciente que culpabiliza de la guerra al pacifismo “ingenuo” y “cobarde”) pueden darnos pistas orientadoras para la construcción de uno de los ejes que debe profundizar hoy el tipo de pacifismo consciente y agresivo que necesitamos.
Contamos con ejemplos de los que ilustrarnos y tomar ideas, como las organizaciones de mujeres de Liberia y su persistente lucha contra la guerra, o las mujeres de negro durante la guerra en la ex-Yugoslavia y después por todo el mundo con sus luchas noviolentas, o la desobediencia desencadenada en EE.UU contra el reclutamiento en la guerra de Vietnam, o de los miles de objetores ingleses durante la I guerra mundial que sentaron las bases para el reconocimiento de la resistencia a la guerra como una forma de ejercer el derecho a la paz, o de la insumisión en España, o el desconocido pero no despreciable papel de los resistentes a las actuales guerras en Israel, Ucrania o Rusia, entre otros muchos que podemos rastrear y de los que aprender o innovar.
Testimonios todo ellos que pueden orientar uno de los aspectos (que habremos de llenar de contenido actualizado para el hoy y el ahora), con el que organizar la resistencia desde abajo por si viene la guerra, pero, sobre todo, para ponerle pie en pared a la dinámica de los halcones y conseguir el número crítico de personas que la hagan inviable.
Un enfoque desobediente necesita orientar una gran parte de nuestra acción actual hacia la gente joven que ya participa de otros activismos (que la hay, como siempre la ha habido): ofrecerle protagonismo en la resistencia contra la guerra, dotar de contenido rejuvenecido al relato desobediente y a las prácticas de insumisión a la guerra, abrir nuestros espacios y nuestras agendas propias a sus luchas y metodologías hacerlas nuestras, ofrecer sinergias, promover el debate y aprendizaje de la noviolencia política y de los repertorios y prácticas de su caja de herramientas, organizar con ellos, como ya lo hicimos con la insumisión, la futura/presente respuesta desobediente y su colchón social de apoyo.
También necesita entrar en diálogo con la restante población joven susceptible de ser en un momento dado enrolada en alguna actividad militar: inquietarla, ofrecer acogida y redes para una futura insumisión, contagiarla la urgencia y la indignación, implicarla en un activismo de contacto físico y no sólo virtual. Y, cómo no, apelar a sus familias, a sus padres y madres para agitarles, incomodarles si llega el caso, y conmoverlos a la acción: ¿vais a consentir que los enrolen en una guerra sin hacer nada antes? ¿Vais a abdicar de los ideales que os movieron a participar, de un modo u otro, en la lucha insumisa, o en el no a la guerra de después de la desaparición de la mili? ¿Vais a delegar la responsabilidad hacia esos jóvenes sin hacer nada en los vomitorios de hiperventilación militarista en los que caen en las redes? ¿Vais a venderos al discurso fatalista o supremacista de quienes os prometen ideas hueras y os aseguran una vida de mierda y mayor inseguridad?
Nos obliga además a construir las redes y tramas de organizaciones sociales de todo pelaje y de articulaciones que puedan apoyar, protagonizar y organizar dicha respuesta desobediente y resistente frente a los desafíos del rearme y de la guerra: altermundistas, libertarios y anarquistas, movimientos sociales, luchas ciudadanas, internacionalistas, corrientes éticas y religiosas que no adoran al becerro de oro, sindicalismo de aspiración transformacional (del otro para qué hablar).
Sin duda todo esto llama a otros modos de comunicación, tanto en los contenidos como en los formatos, por nuestra parte, algo que supone un verdadero reto y un esfuerzo imponente visto a la distancia. La buena noticia, como siempre lo ha sido, es que no estamos solos y que, si volvemos la vista a nuestro alrededor, hay más gente en la brega y con la que apoyarnos.
Un enfoque este desobediente que tal vez nos traiga más de un sinsabor, pues supone un cambio de enfoque radical desde una reivindicación desiderativa y puramente idealista de no a la guerra hacia un no a la guerra más agresivamente resistente, desobediente y confrontacional y transformacional. Y … miles de trabajos exigentes que se derivan de este enfoque y que tenemos que consensuar y construir, que desafían nuestra ambición y constituyen todo un reto.
2.- Pacifismo de acción directa y disrupción: boicot a la guerra y a su preparación.
La guerra la hacen los ejércitos y sus armas y precisamente el boicot a toda la cadena de investigación, producción, comercio y utilización de armas, a toda la red de colaboración con la industria bélica, a toda la logística militar y de preparación de la guerra, a toda su financiación y a todos los centros de toma de decisiones sobre la guerra y su preparación, forma parte de la agenda que necesitamos ante la urgencia del clima bélico en construcción.
Por otra parte, y como afirma el antimilitarismo, la guerra se hace aquí en todo su ciclo de preparación-difusión y aquí tenemos un evidente campo de acción para pararla.
Ejemplos los hay y a puñados: trabajadores alemanes que boicoteaban la fabricación de armas durante la guerra civil española o en la II guerra mundial, objeciones laborales y a la investigación armamentística que ayudaron a desenmascarar sus maquinaciones, ocupaciones de bases militares como por ejemplo el campamento de mujeres de Greenhan Common (Berkshire, Inglaterra) entre los años 1981 y 2000, marchas a bases e instalaciones militares como las protagonizadas por el movimiento pacifista de Andalucía en Morón o Rota, o por el movimiento pacifista madrileño en Torrejón, o por el antimilitarista en Aitana ( Alicante), La Marañosa (Madrid), Pájara (en Fuerteventura), el Retín (Barbate) o Bardenas Reales (entre Navarra y Zaragoza), acciones directas en instalaciones militares, boicots en puertos de atraque de barcos con armas, ejemplos de conversión de la industria militar como el Plan Lucas en los años 70 que recoge en el reciente libro “Conversión de la industria militar en Euskal Herria” (por otra parte de muy recomendable lectura) y un largo etcétera.
Activismo como el protagonizado en España contra la llamada banca armada, penetrando en sus asambleas accionariales para denunciar sus prácticas militaristas o realizando acciones directas y performances a sus puertas, o en similar sentido en las ferias de armas o en los actos juveniles con presencia militar, desfiles, etcétera.
También el ejemplo del movimiento pacifista de Euskadi en la actualidad está siendo un verdadero ejemplo visible de esta lucha cuerpo a cuerpo por el boicot de la preparación de la guerra.
De igual modo la lucha de la objeción fiscal y cuantas propuestas de aflorar el gasto militar oculto o la deuda militar y de luchar contra el gasto militar.
Todos estos ejemplos, y otros muchos que pueden señalarse, nos ofrecen una indicación que permite reorientar una gran parte del enfoque global de esa cosa difusa que es el movimiento por la paz en España desde su actual presencia prioritariamente testimonial, su planteamiento principalmente desiderativo, su política comunicacional prioritariamente académica y de “expertos”, hacia una prioridad del activismo de boicot y visibilización del enfrentamiento.
Y si se permite la boutade, dado que guerra y capitalismo son dos caras de la misma moneda, podemos ampliar el foco a otros centros de agresión no necesariamente militares y a otras luchas atravesadas por el mismo entrecruzamiento de males.
Para ello debemos mejorar nuestros canales de acción y reorientar gran parte de nuestro esfuerzo, actividad presencial y visibilización hacia:
- Las propuestas de boicot laboral y sindical a la investigación y fabricación de armas, lo que implica también llamar a la coimplicación y a la responsabilidad de la “clase trabajadora” y los sindicatos “de clase”. Revertir el pactismo y la petición de carga de trabajo para las industrias bélicas y promover la toma democrática de decisiones de conversión de estas industrias y el boicot a esta producción.
- Las propuestas de señalamiento y boicot a las industrias militares y a sus accionariados, la banca que los financia, a los sindicatos y empresas “indirectas” colaboracionistas, las ferias de armas y demás actos de similar índole.
- Las propuestas de boicot de consumo, ahorro y cualquier otro tipo de colaboración con la preparación de la guerra y con las empresas que la facilitan o promueven.
- Las propuestas de acción dirigidas hacia las instalaciones industriales o militares, bases e instalaciones militares y terrenos afectos al interés de la defensa.
- La lucha contra la colaboración universitaria con la industria militar o con los ejércitos.
- La expansión de las propuestas de objeción fiscal, de lucha contra el gasto militar y de insumisión al pago o cualquier prestación a favor de la preparación de la guerra y en contra de los recortes y erosión de los derechos sociales y de las necesidades humanas.
- Las propuestas de acción contra el transporte de armas por nuestros territorios o contra el atraque de barcos con cargamento militar en puertos y aeropuertos.
- La lucha contra la utilización del territorio para la guerra: desde los campos de maniobras y entrenamiento militar hasta los espacios naturales, pasando por la resignificación pacifista de calles, celebraciones y simbologías y el rechazo al uso de nuestros pueblos y ciudades para ensalzar el militarismo, y el rechazo de cualquier colaboración con los ejércitos o las industrias militares deben ser objeto de nuestra reivindicación pacifista.
- La lucha, más allá de la opacidad, el descontrol o la reducción, contra el gasto militar y contra la deuda militar ilegítima y en favor del cambio radical de prioridades hacia la seguridad humana y la ecología.
- El señalamiento de los partidos políticos y de los medios que apuntalan con su acción y su práctica la preparación de la guerra, ya sea aprobando partidas militares.
3.- Pacifismo del común y de los cuerpos visibles.
Si llega el momento de la guerra, el pacifismo que quiera ser útil debe ser a la vez:
1) Activo, presencial, visible y activista, organizado y comprometido en su resistencia a la guerra y
2) Co-implicado en el apoyo a las necesidades de autoorganización, cuidados y apuesta por la vida de las poblaciones.
Importará la ética individual y los valores universales, el testimonio y los ideales, no digo que no, pero más importará la capacidad de actuar en el espacio físico concreto con solidaridad y de ayudar a la organización y el empoderamiento del procomún a fortalecer sus redes de apoyo, solidaridad y vinculación en la adversidad y ante el abandono por parte de nuestros supuestos defensores.
Para construir esta dinámica tan necesaria, el pacifismo, desde ya, deberá hacerse patente de forma visible:
- Priorizado la acción directa sobre la acción delegada,
- Haciendo obvia la visibilización cuerpo a cuerpo de nuestra presencia,
- Dando cuerpo a un activismo horizontal, inclusivo y de base,
- Facilitando dinámicas, espacios y propuestas de encuentro y construcción de prácticas de acción comunitaria compartidas con la gente del común.
- Buscando espacios (propios o de otros) de inclusividad y empoderamiento social como principales activos para ganar participación, creatividad, espontaneidad y diversidad táctica,
- Ensayando prácticas de un activismo colectivo, de base, horizontal y desde abajo por encima del academicismo, la especialización, la profesionalización, los notables y los liderazgos hiperventilados, competitivos o egocéntricos.
- Aprendiendo la interposición y los cuerpos actuantes en el ágora (ya sea concentrándose, escenificándose y realizando performances, oponiéndose, discutiendo y charlando, creando arte etc., con tal que permita la visibilidad de lo colectivo) por encima de las declaraciones, manifiestos, tabloides, admoniciones y la virtualidad.
- Priorizando en su visibilidad y acción comunicativa la expresividad de la concentración de personas visibles, los enfoques disruptivos, las escenificaciones tumultuarias, sorpresivas e incluso hilarantes y las metodologías de enfrentamiento con el fin de generar actos de comunicación cargados de significado y que apelen a la movilización de energías activistas.
- Cuidando los contenidos alternativos y de desacato contra la lógica militarista y la apuesta por la desmilitarización por encima de las propuestas de mantenimiento del statu quo y de paz jurídica.
- El desarrollo de inteligencia colectiva y de poder social para cimentar la multiplicidad de aspectos que debemos abarcar y desde los que aspiramos a desbordar a las lógicas de la guerra.
Debemos visibilizarnos como redes de personas y articulaciones en movimiento y en lucha, capaces de provocar capilaridad en la sociedad y animar tanto a la adhesión fácil a nuestras prácticas para cualquiera, como de provocar deserciones y cambio de lealtades entre quienes apuestan por un pacifismo retórico, ético o incluso de paz negativa.
Y ojalá, también capaz de organizarse como trama de relaciones, inteligencias colectivas, prácticas sociales y luchas y no tanto como sopa de siglas, suma de ortodoxias o baile de liderazgos y oportunismos.
4.- Pacifismo de la vida y de los cuidados.
Cuando llegue la guerra llegará el desastre para la vida, porque la guerra trae de la mano comunidades rotas, destrucción, desvertebración, agresión a la naturaleza, violencia global y negación de la vida de todo lo que no es de los nuestros.
Una guerra futura implicará, tal vez lejos o tal vez aquí, destrucción de la vida y de la naturaleza a escala masiva. Lo vemos a menudo en las imágenes que nos sirven los medios de comunicación de cualquiera de las más de cincuenta guerras vigentes.
La aspiración de los contendientes es desplazar el teatro de operaciones lejos de las fronteras propias, aunque en una futura guerra como la que nos anuncian con las capacidades de “proyección” de los ejércitos actuales, con el acopio de misiles, drones y otros ingenios, con la capacidad de ciberataques contra infraestructuras críticas tal vez esto no esté asegurado,
La destrucción en el territorio donde ese desencadena el teatro de operaciones no es la única destrucción de la vida y de la convivencia que provoca la guerra. Conocemos oleadas de personas desplazadas y refugiadas tanto internos como externos, familias y pueblos que huyen de la guerra. Devastación de ecosistemas o de pueblos. Víctimas internas como disidentes, minorías, connacionales del bando enemigo en suelo propio, …
Hay victimas más fragilizadas y peor tratadas que otras por el hecho de su propia condición, sea cual sea esta: las mujeres, principal víctima y por partida doble de todas las guerras, víctimas transgénero, jóvenes, personas ancianas o empobrecidas, disidentes, rehenes, animales, ecosistemas, patrimonios materiales o inmateriales, …
Si nos fijamos en el propio bando, y aun cuando el campo de batalla, a tenor de la experiencia de las operaciones actuales y pasadas de la OTAN y de la UE, pudiera no encontrarse entre nosotros, la guerra también victimizará y destruirá nuestras comunidades y modos de convivencia, reforzará los valores identitarios, nacionalistas, violentos, autoritarios, patriarcales; perjudicará a las mujeres y sus luchas y derechos; victimizará aún más a las personas y colectivos más empobrecidos, fragilizará nuestras redes de cuidados.
Llama la atención favorablemente a este respecto la enorme experiencia acumulada de autoorganización ciudadana y ayuda mutua en situaciones de catástrofe. Es un activo popular frente a la desconfianza y la violencia de la respuesta oficial y militarista.
SI miramos hacia nuestra propia historia, la participación del pacifismo en los cuidados en las guerras es variada y ejemplar. Podemos tomar memoria y ejemplo de ella para el futuro. Recordemos por ejemplo las implicaciones de los cuáqueros con hospitales y centros asistenciales en las guerras mundiales, o los ejemplos de cuidados en la guerra civil española de José Brocca, organizando comités de distribución de comida y ropa en Madrid o de la creación de colonias de niños junto con la médica anarquista Amparo Poch, entre otros activistas pacifistas de menor renombre en la guerra civil española; o los ejemplos del pacifismo feminista del siglo XIX como pueden ser la Hull House de Chicago, la Infirmary for indigent women and children de Nueva york y otros ejemplos de lucha contra la violencia estructural y cultural (otro modo de ejercer la guerra) contra las mujeres en barrios empobrecidos de EE.UU, , o el proyecto Srebrinca tras la guerra en la ex -Yugoslavia, o ejemplos de mediación y reconstrucción de comunidades rotas protagonizados por colectivos de mujeres pacifistas en Siria, o el activismo de apoyo a las comunidades rotas por la guerra en actuales escenarios bélicos tanto en Palestina, como en Ucrania y tantos otros lugares que en general son desconocidos para el gran público.
Por eso, un pacifismo que quiera ser responsable ante la hipótesis de una guerra debería enfocar también su futuro, pero también su actual trabajo a todo lo relacionado con la protección de la vida y los cuidados, ya sea para la hipótesis de que el territorio propio sea teatro de operaciones y haya que enfocarse más a los cuidados de comunidades rotas, principalmente hacia las víctimas por partida doble de las guerras (mujeres, jóvenes, mayores, vulnerables, etc.) ya sea que la guerra tenga lugar lejos y hayamos de ocuparnos de cuidar de los vínculos internos y cercanos y los impactos de la guerra sobre nuestras propias víctimas silenciadas y la capacidad de solidaridad y empatía de nuestras sociedades.
Incorporar la vida y los cuidados a nuestro pacifismo actual, con vistas a organizar respuestas en caso de que estalle la guerra, implica a su vez nuevos aspectos a trabajar ya y ahora como:
- La inclusión con relevancia en nuestro pacifismo actual de las articulaciones sociales de autoayuda, ayuda mutua y cuidados con relevancia y protagonismo en construir comunidades más empoderadas, empáticas, solidarias y capaces de autorregulación y resolución alternativa de conflictos.
- Un movimiento pacifista de la vida que quiera dar respuesta de cuidados debe reforzar su perfil feminista, ecologista y de lucha por la igualdad y contra la pobreza y vincularse de manera decisiva a sus luchas y agendas de apuesta por la vida y los cuidados.
- Debe apostar, como ya lo hizo el movimiento pacifista-feminista de los siglos XIX y principios del XX, por promover y dinamizar redes de cuidados y dispositivos de solidaridad: acogida, salud, apoyo a mujeres, educción, desarrollo comunitario, resolución de conflictos, etc.
- Debe promover la solidaridad con las víctimas de otros conflictos y el apoyo tanto aquí como en las zonas en que se encuentran.
- Debe dar respuesta específica y orientada desde la apuesta contra la violencia rectora a las diversas agresiones que las violencias directas, estructurales y culturales y su interrelación ya provoca en nuestras sociedades, como, por ejemplo, las provocadas por la violencia contra las mujeres, la aporofobia, el racismo y etnocentrismo, la explotación, las constantes agresiones ecológicas, …
5.- Pacifismo sabio y sensibilizador
Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Lo estamos viendo a diario.
Desde los distintos pacifismos hemos hecho un abrumador acopio de información, de conocimientos y análisis. Nunca antes hemos acumulado tanta información como ahora. Pero, por desgracia, más información no implica necesariamente mayor movilización, ni más compromiso ni mejores logros.
Nuestros conocimientos actuales, tanto los especializados como los generalistas e incluso los inespecíficos y procedentes de otras luchas cercanas, también deben ser puestos al servicio de la causa de la paz de una forma diferente, principalmente para tres grandes propósitos:
- el desenmascaramiento de la mentira de la guerra y su construcción
- la sensibilización y el despertar de la lucidez de la sociedad al respecto
- y la construcción colectiva del camino de la paz más allá de la paz negativa o de la ausencia de la guerra.
Necesitamos, sobre todo teniendo en cuenta la guerra que viene, un movimiento por la paz sabio y útil. Pero sabio no quiere decir, a mi modo de ver, que tenga mucha información ni que acopie mucho conocimiento tradicional, sino saber leer la realidad, interpretar el tiempo que vivimos, aplicarse en discernir lo importante de lo trivial y destinar estos saberes a la práctica y a las aspiraciones de respuesta o de cambio.
Un pacifismo sabio quiere decir sabiduría colectiva, no que contemos con “sabios” por libre.
Y sabiduría colectiva lo debe ser en saber elegir la acción, el momento, las estrategias, las opciones, las prácticas, en sacar lecciones de las prefiguraciones que anticipa nuestra acción, en saber sacar motivación de la esperanza, en saber vislumbrar la alternativa a la que apuntan nuestras apuestas y los caminos para acercarnos a ella… En saber soñar el camino, en aprender la resiliencia y la resistencia que necesitamos para no doblegarnos, en ensayar prácticas de vida y acción de contraste y prefigurativas, …
Los saberes que necesitamos no se deben confundir con los conocimientos teóricos, expertos, tradicionales y/o académicos al uso, legítimos y de innegable importancia para desarrollar nuestra sabiduría pero insuficientes, y se refieren también a otros tipos de conocimientos prácticos, experiencias de vida, confrontación de perspectivas, modos de analizar la realidad, prácticas de acción, inteligencias emocionales y otro sinfín de saberes tan legítimos (y tal vez más urgentes) como los primeros.
Por eso la sabiduría del movimiento debe construirse en colectivo aceptando todas las legitimidades y todas las sabidurías de los co-participantes en su construcción.
Para ello, en mi criterio el pacifismo actual necesita provocar, al servicio de la causa de una paz con contenidos y que aspire a algo más que a la preparación de la guerra o a la paz negativa:
- un verdadero cruce de saberes que aún no tenemos, los que cada cual y cada organización acumula,
- y una ortopráxis de acción política (por encima de cualquier ortodoxia)
Lo necesitamos porque el conocimiento compartido nos ofrece un verdadero antídoto para no caer en la mentira que propaga el discurso oficial y porque permite sensibilizar a la sociedad de forma capilar y significativa.
Necesitamos ese cruce de saberes para poder actuar de manera capilar en la sociedad en su conjunto, hacia la que debemos priorizar estrategias de diálogo paciente, sensibilización, debate, formación y apertura a la participación fácil e inclusivo en nuestro activismo.
Necesitamos generar una corriente de sensibilización abierta a otros mundos y a sus capacidades expresivas, tal como ocurrió en la experiencia insumisa, capaz de hacerse porosa a todo tipo de vínculos sociales, desde las familias a los grupos de barrios, desde los institutos e instituciones educativas a los medios de comunicación, desde las organizaciones religiosas y políticas a las culturales o de otra índole, con la participación y la expansión de creatividad que supuso logros tan insospechados como la implicación de canciones y cantantes, literaturas varias, teatro, expresiones lúdicas, fiestas y celebraciones, arte callejero, música, debates, mesas redondas, cine, tesis doctorales, valores compartidos y prácticas sociales, y todo tipo de actividad imaginable.
Lo necesitamos porque la sabiduría compartida genera energías nuevas, supone una verdadera escuela de formación y aprendizaje colectivo, ofrece perspectivas novedosas y nos ayuda a empoderarnos y a construir nuestro relato y nuestras aspiraciones en común, el patrimonio con el que podremos enfrentar el discurso de la guerra.
6.- Pacifismo internacionalista.
Si ocurre la guerra, el desafío del pacifismo resistente a la guerra deberá tener en cuenta su vocación doblemente internacionalista y poner en práctica sus capacidades de solidaridad.
- Hacia los pacifistas del otro lado del conflicto, que merecen igualmente nuestra colaboración y solidaridad recíproca.
- Los otros pueblos, victimas también del régimen de guerra.
Por eso nuestro pacifismo actual necesita volverse más intercomunicado con otros pacifismos y más internacionalista en la solidaridad y el empuje de propuestas de desarrollo justo con otros pueblos.
Necesitamos también concertar líneas de acción política más resistente a la guerra con otros pacifismos, tanto de los pueblos circundantes que en teoría forman parte de nuestro propio bloque, como de los que forman parte del teórico enemigo.
Necesitamos más conocimiento y encuentro, más intercambio, más colaboración con otros pueblos para desinventar la idea de enemigo y reenfocar nuestras luchas contra los verdaderos enemigos de la seguridad humana, el militarismo y sus apoyos entre ellos.
Asombra que la clase obrera consciente de su lugar en el conflicto de clases que impone nuestro orden capitalista no reconozcan la solidaridad de clase con las calases obreras de los pueblos hipotéticamente enemigos y no actúe de forma solidaria en favor de la paz de clase. Asombra más aún cuando los obreros y los sindicatos que en teoría construyen para llevar a cabo esa solidaridad internacionalista son, pongamos por caso, los que piden carga laboral para fabricar armas que agredirán a otras clases trabajadoras.
7.- Contra el presentismo, el oportunismo y la improvisación.
La séptima condición que debemos profundizar para fortalecer un movimiento pacifista capaz de resistirse a la guerra tiene que ver con varias tendencias que, en mi criterio, evidencian una de las mayores debilidades con las que se nos percibe.
La primera es el presentismo con el que algunas figuras u organizaciones entran y salen de la escena para hacerse ver en momentos de oportunidad y de cálculo. Sobran los ejemplos de presentismo oportunista que juega en contra de la solidez de un pacifismo en movimiento. Máxime cuando los mensajes y las escenificaciones de tal presentismo cogen, por lo general, el rábano por las hojas y no son coherentes con el núcleo fundamental de las propuestas pacifistas.
Este presentismo se aplica en ocasiones a organizaciones y personajes que calientan la silla o que aparecen en momentos oportunos sin verdadero contenido detrás y como mero reclamo.
Llama la atención la celeridad con la que se aprestan sedicentes líderes pacifistas sin contacto real con el pacifismo, para encabezar luchas pacifistas en momentos oportunos. Sobre todo, cuando tales liderazgos ad hoc se contrastan con trayectorias de trabajo que no acreditan precisamente la coherencia con el propio pasado.
Pero el presentismo se refiere también a modulaciones del pacifismo y organizaciones pacifistas que se presentan habitualmente priorizando la imagen sobre la sustancia, la apariencia y la puesta en escena vacía y con escaso contenido detrás o en abierta contradicción con el activismo pacifista más habitual.
El presentismo y el oportunismo, especialmente del que participan partidos políticos y sindicatos con gran aparato detrás, supone un lastre del que conviene desprendernos. Crea confusión, descrédito, desánimo y no genera sinergias en favor de la paz.
No cabe duda de que el oportunismo siempre será una tentación, incluso para las organizaciones más cabales, pues la ventana de oportunidad que nos provoca el azar permite en ocasiones buscar atajos en la lucha o acelerar procesos necesitados de un empujón. Pero deberíamos intentar en la medida de lo posible evitar el presentismo y guiarnos por la visión de largo plazo en vez de por el cortoplacismo, por la proposición y la iniciativa buscada por encima de la reacción y la opinión pública del momento, por provocar agendas y procesos en vez de responder al oportunismo y la improvisación.
Y, sobre todo, presentarnos con la significación comunicativa y con los contenidos propios, no prestados, de las propuestas pacifistas de paz positiva y no con las rebajas acomodaticias del momento.
Por ello también deberíamos saber, igual que antes propuse tejer alianzas, en el absoluto respeto y la franca colaboración con otras articulaciones e intereses legítimos, desembarazarnos de abrazos efectistas y de compañeros de viaje maleducados e irrespetuosos. Y a veces, incluso, denunciar sus maniobras. Aunque los sectarios nos llamen sectarios.
Un pacifismo que se precie debe defender su autonomía y su independencia. Ni es el hermano menor de ninguna ideología ni, menos aún, la correa de transmisión de las consignas de ningún partido político u organización sistémica. Cuando llegue la guerra, si esta no ha llegado ya, debe tener la capacidad de actuar sin mordazas ni préstamos que lo desvíen de su propia pretensión de resistencia a la guerra y construcción de la paz positiva.
8.- Pacifismo articulado y en busca de ciclos movilizadores.
Se necesita un pacifismo articulado y que pueda ser referencia patente para la gente del común que quiera movilizarse. Entiendo por articulado un pacifismo capaz de desarrollar simultáneamente:
- una actuación concreta y cotidiana en cada lugar donde organizaciones pacifistas tengan presencia,
- una de toma de decisiones común
- el desarrollo de una acción política coordinada y compartida
- capaz de provocar sus propias agendas y de hacer saltar a las ajenas sus reclamaciones y luchas
- capaz de gestionar sus disensos y desacuerdos para que no resten y de resolver sus conflictos cooperativamente
- dotada de mecanismos de apoyo mutuo, generador de sinergias y constructor de fortalezas compartidas
- enfocada a la interacción y el diálogo con la sociedad en su conjunto
- tejedor de redes y alianzas con otras articulaciones sociales.
Sería un error pensar en términos de organización o de estructura cerrada a la hora de concretar la articulación del pacifismo. Tanto por su diversidad de organizaciones e iniciativas, como por su pluralidad de enfoques, campos de acción, grado de relación, afinidades, sinergias y capacidades, la articulación deberá mantener suficiente plasticidad y porosidad para poder actuar donde y como se deba y se pueda en cada momento.
Debe huir de excesivas representaciones y sobrerrepresentaciones tanto grupales como personales y potenciar el carácter colectivo de su articulación, el carácter efímero y subordinado de sus portavocías y la existencia de mecanismos de control y de sujeción de estos portavoces más visibles a las directrices del común.
El modelo de articulación exige diversidad de grados de coordinación y de toma de decisiones estratégicas e incluso de campañas.
Sea como fuere, debe tener la suficiente visibilidad para ser identificado como tal de cara a la participación en sus iniciativas y en la construcción de sus propuestas, lineamientos y campañas.
9.- Ni lobbies ni estrategas.
En consecuencia, el movimiento pacifista que necesitamos no puede identificarse con pretensiones y experiencias superadas de formar una especie de club de notables con capacidad de influir o emboscarse en los círculos de poder para desplazar sus consensos o para convencerle de la bondad de sus propuestas.
No necesitamos notables que convenzan a los señores de la guerra ni podemos depender de lobbies, por bienintencionados que sean, para que en nuestro nombre negocien transacciones y cambios no asumidos ni decididos en común.
Sí necesitamos en cambio pacifismo de acción, de empoderamiento social, de cambio de mentalidades y prácticas sociales, de protagonismo colectivo y de enfoque más transformacional que transicional, más estructural y cultural que jurídico y de retoques, más profundo que pactista, inconformista, más de movilización y dinamización de la protesta que de pisar moquetas y salones.
Un pacifismo que pone al servicio de su causa los saberes y capacidades de sus activismos y activistas y que los supedita a sus necesidades, análisis, preocupaciones y prioridades y no al revés.
Frente al reproche de que no podemos aspirar a cambios si no llegamos a las instituciones, debemos afirmar que nuestra prioridad es el cambio de mentalidades y la activación del procomún, pero además, es que la experiencia desobediente de la insumisión o de las movilizaciones contra la guerra ya enseñan cómo para provocar cambios institucionales la vía de la lucha social puede obligar a efectuarlos y a provocar la quiebra de las agendas controladas por el poder al menos con la misma eficacia que el cabildeo.
10.- Pacifismo ambicioso y noviolento hacia la paz positiva.
El pacifismo resistente a la guerra tiene en cuenta el carácter esencial de la guerra y su preparación en la reproducción del sistema capitalista global. Como he explicado en otras ocasiones, la guerra es un ciclo repetitivo y espiral que se produce simultáneamente en el propio escenario (aquí) y en el escenario de confrontación (allí) y cuenta con un momento de preparación (antes) otro de ejecución (durante) y un tercero de reconstrucción/vuelta a empezar.
Dicha reproducción, en el contexto de interconexión de las distintas sociedades y estados del planeta, abre la puerta a una diversificación de guerras y a una convivencia de momentos, en distintos lugares, de los períodos del antes, durante y después.
En cierto modo la guerra es el estado natural de la política entre poderes capitalistas basados en la violencia rectora que subyace como razón, objetivo y medio de este sistema complejo y automatizado en el que nuestro poder de acción queda mediado y limitado. Modificando la propuesta de Clausewitz, no es que la guerra sea la continuación de la política por otros medios, sino que la política viene a ser la continuación de la violencia rectora por otros medios y la guerra el horizonte (como advertencia o como realización si llega el caso) de relación entre poderes capitalistas en pugna.
De este esquema pueden extraerse varios elementos para la construcción de la propuesta pacifista:
- Dado el carácter cíclico de la guerra y que la misma se construye con ladrillos específicos en el antes, durante y después tanto aquí como allí, la manera de luchar contra la guerra es cortocircuitar en el antes, durante y después esos ladrillos específicos. Esto permite identificar planos concretos e interconectados de lucha pacifista. Podemos emplear los que aparecen en el bocadillo del cuadro anteriormente aportado u otros que nos parezcan más idóneos, pero lo cierto es que el carácter cíclico de la guerra presenta escenarios y concreciones de lucha contra la guerra más allá de la repulsa genérica.
- Para quienes esperan luchar contra la guerra, una mala noticia. La guerra no va a llegar. La guerra ha llegado ya y la sufrimos, con distintas intensidades ya. No sólo me refiero a la guerra militar que se construye a nuestras espaldas, pero con nuestra silenciosa aquiescencia, sino a las otras guerras, las que se desencadenan cada día contra las mujeres, o contra la naturaleza, o contra los empobrecidos y vulnerables, o contra las familias sin casa, o la explotación o cualquier otro de los múltiples planos donde se despliega a diario la violencia directa, o la violencia cultural, o la violencia estructural. Y hay que dar respuesta ya, sin esperar más, también a estas guerras.
- Del carácter político de la guerra como metodología de reproducción del capitalismo y de la lógica de violencia rectora (dominación-violencia) que lo reproduce, se infiere que lo contrario a la paz no es la guerra, sino la violencia rectora, y la guerra, la expresión de esta en el ámbito de la seguridad. De esta manera de ver las cosas, se infiere que la lucha por la paz no se refiere a la paz negativa (lucha contra la guerra y pretensión de mera ausencia de guerra) sino a una paz positiva y ambiciosa, entendida como lucha contra la violencia rectora y contra sus lógicas de dominación-violencia en todos los ámbitos
- Del anterior punto podemos sacar consecuencias prácticas para nuestro pacifismo:
- Se debe dirigir contra todas las violencias (directas, estructurales, culturales, la sinergia de la interrelación y recombinación de estas)
- La paz por ello debe incorporar de forma simultánea, junto al componente antibelicista y antimilitarista, la lucha contra la violencia depredadora con la vida y el planeta, la lucha contra la violencia patriarcal, la lucha contra la violencia social y estructural y la desigualdad, la lucha contra la explotación, la lucha contra la violencia colonial, .a lucha contra la violencia etnocéntrica, racista y supremacista, la lucha contra la dominación del hombre sobre el hombre y sobre la naturaleza, etc.
- Su horizonte debe ser por consiguiente romper con el paradigma dominación-violencia (y consiguientemente debe tener un marcado enfoque anticapitalista) y desencadenar dinámicas y procesos de forma alternativa (es decir, no después, sino a la vez) basadas en las ideas fuerza antagónicas de cooperación-noviolencia que permitan cristalizar en la idea de paz rectora y de seguridad humana y ecológica.
- En lo que se refiere a nuestra propuesta hacia el régimen de guerra la propuesta pacifista debe tener un marcado carácter de resistencia radical a la guerra y no puede apostar por el desarme (quitar armas y elaborar pactos militares de paz fría) sino por la desmilitarización y el trans-arme entendido como provocación de procesos de construcción de alternativas de seguridad basadas en la cooperación-noviolencia. No basta con quitar poder a lo militar, si en paralelo no transformamos nuestras sociedades hacia la idea y la práctica de la paz positiva.
- Habida cuenta de la urgencia de un cambio de rumbo global y de la deserción del actual sistema/mundo insostenible, debemos pensar, junto con otras articulaciones que afirman igualmente esta necesidad, nuestras prácticas de cambio y nuestras luchas en términos de defensa social frente a la violencia rectora y organizar dicha defensa social de forma compartida, coordinada y conjunta,
Tal vez el papel y el desafío de las articulaciones pacifistas del presente es el de plantear abiertamente la idea (en construcción) de la paz positiva más allá del desarme, reforzar su perfil desobediente, desmilitarizador, activista y de lucha contra la violencia rectora, ambicionar y construir con la sociedad procesos creativos de trans-arme que quiten poder a la violencia rectora y al militarismo a la vez que construyen prácticas de empoderamiento social alternativo y de cooperación-noviolencia y, como no, visibilizarse, proponer y desencadenar, junto con otros aliados afines, ciclos de movilización social de amplias miras y visión sabia.
