«La Obediencia ya no es una Virtud». Carta a los Jueces. Milani.1965


«Tener el valor de decir a los jóvenes que todos son soberanos, que para ellos la obediencia ya no es una virtud, sino la más sutil de las tentaciones, que no crean que se pueden escudar con ella ni ante los hombres ni ante Dios».

Don Milani y la escuela de Barbiana potenciaron la noviolencia y defendieron públicamente la objeción de conciencia al ejército, no reconocida entonces por las leyes italianas. El motivo de la Carta a los Jueces que presentamos hoy fue una nota de los Capellanes Castrenses de la Toscana publicada en «La Nazione», periódico de derechas, el 12 de febrero de 1965, en la que insultaban a los objetores de conciencia, 30 de los cuales estaban en prisión. La nota se leyó en la escuela de Barbiana, abriéndose un proceso de discusión que concluyó con una carta al director del periódico, en la que trabajaron un mes, y que ningún periódico católico se atrevió a publicar. Es la «Carta a los Capellanes Castrenses: La obediencia ya no es una virtud», publicada aquí en Alternativas Noviolentas el 11.07.2023(.https://alternativasnoviolentas.org/2023/07/11/carta-a-los-capellanes-castrenses-lorenzo-milani-1965/) Solo la publicó, sin contar con Don Milani, la revista comunista «Renascita». Inmediatamente un grupo de excombatientes la denunció, siendo procesados el autor, Lorenzo Milani, y el director de «Rinascita», Luca Pavolini. Don Milani, enfermo ya, no pudo asistir al juicio, el 15 de febrero de 1966, pero escribió en su defensa la» «Carta a los Jueces», que fue leída por su abogado en el juicio, y en la que explicaba y confirmaba las razones expuestas en la Carta a los Capellanes Castrenses. Tras tres horas de deliberaciones fue absuelto. En Roma, el 15 de febrero de 1966.

Carta a Los Jueces

Barbiana,18 de octubre de 19651

  • Primera Parte: como maestro.
    1. Aunque fuera delito, tenía el deber moral de hablar.
      • 1.1.- El motivo ocasional: la imputación por la «Carta a los Capellanes castrenses».
      • 1.2.- El motivo profundo: ( el problema de fondo de toda escuela)
    2. Pero, ¿Es delito?
      • 2.1.-«Italia repudia la guerra».
      • 2.2.- También el soldado tiene conciencia:
      • 2.3.- La responsabilidad colectiva.
  • Segunda Parte: como sacerdote.
    1. Comencemos por la historia.
    2. La cuestión doctrinal.
  • Final.
  • (Notas)

Señores jueces: os pongo aquí por escrito lo que de buena gana hubiera dicho ante el tribunal. De hecho, no me será fácil ir a Roma, porque hace ya tiempo que estoy enfermo. Adjunto un certificado médico y os ruego que procedáis en mi ausencia. La enfermedad es el único motivo por el que no voy. Me interesa puntualizarlo porque desde los tiempos de Porta Pía2 los sacerdotes italianos son sospechosos de poco respeto hacia el Estado. Y de esto se me acusa precisamente en este proceso. Acusación sin fundamento respecto a muchísimos de mis compañeros y, desde luego, en cuanto a mí se refiere. Al contrario, os explicaré lo mucho que me importa imprimir en mis muchachos el sentido de la ley y el respeto por los tribunales de los hombres.

Una precisión a propósito del defensor. Las cosas que he querido decir con la carta incriminada me tocan de cerca en cuanto maestro y en cuanto sacerdote. En ambos papeles sé hablar por mí mismo. Por ello había pedido a mi abogado de oficio que no interviniera. Pero él me ha explicado que no me lo puede prometer, ni como abogado ni como hombre. He entendido sus razones y no he insistido.

Otra precisión a propósito de la revista que ha sido también inculpada por haberme acogido amablemente en sus páginas. Desde el 23 de febrero yo había difundido ya por mi cuenta la carta objeto del proceso. Sólo posteriormente (el 6 de marzo) volvió a publicarla «Rinascita»3, y después, otros periódicos. Así que es por motivos procesales, es decir casuales, por los que me veo procesado al lado de una revista comunista. No tendría aquí nada más que añadir si se tratara de otros asuntos. Pero, la verdad, en el caso presente, la revista citada no merece el honor de convertirse en abanderada de ideas que no le van, como la libertad de conciencia y la noviolencia. Involucrarla en este asunto no ayuda a la claridad, es decir, a la educación de los jóvenes que siguen este proceso.

Referiré seguidamente las razones por las que me creí en el deber de escribir la carta incriminada. Antes aclararé cómo es que, además de párroco, yo también soy maestro. La mía es una parroquia de montaña. Cuando llegué aquí sólo había una escuela elemental. Cinco cursos en una sola aula. Los muchachos salían del 5º curso medio analfabetos y se iban a trabajar. Tímidos y despreciados. Decidí entonces que gastaría mi vida de párroco en su educación cívica y no sólo en la religiosa. Así, desde hace once años la mayor parte de mi ministerio se centra en una escuela.

Quienes viven en la ciudad suelen maravillarse de su horario. 12 horas al día, 365 días al año. Antes de mi llegada los chicos hacían el mismo horario (y con mucho más trabajo) para procurar lana y queso a las gentes de la ciudad. Nadie tenía nada que reprochar. Ahora, cuando aquel horario se lo hago hacer en la escuela, dicen que los sacrifico.

Saco el tema de la escuela en este proceso sólo porque difícilmente entenderíais mi modo de razonar si antes no sabéis que los muchachos y yo vivimos prácticamente juntos. Recibimos juntos las visitas. Leemos juntos: libros, periódicos, el correo… Escribimos juntos.

PRIMERA PARTE: COMO MAESTRO.

1.- Aunque fuera delito, tenía el deber moral de hablar.

1.1.- El motivo ocasional.

Estábamos juntos como siempre, cuando un amigo nos trajo un recorte de periódico. En él se leía: «Comunicado de los capellanes militares licenciados de la Región Toscana». Más tarde hemos sabido que el título no respondía a la realidad. Sólo 20 de «los capellanes militares», de un total de 120, estuvieron presentes en la reunión. No he podido comprobar cuántos fueron avisados para esa reunión. Personalmente conozco el caso de uno de ellos, D. Vittorio Vacchiano, párroco de Viccio. Me ha confesado que no fue invitado y que está indignado por el contenido y la forma del comunicado. De hecho, el texto es gratuitamente provocativo. Baste pensar en la frase «expresión de vileza».

El profesor Giorgio Peyrot, de la Universidad de Roma, está recopilando todas las sentencias contra los objetores italianos. Me dice que desde la liberación4 hasta hoy, se han pronunciado más de 200. Tiene datos ciertos de 186 sentencias, y el texto de 100. Me asegura que en ninguna ha encontrado la palabra «vileza» u otras similares. Al contrario, en algunas ha encontrado expresiones de respeto hacia la moral del acusado. Por ejemplo: «De todo el comportamiento del encausado se debe concluir que ha incurrido en los rigores de la ley por amor a la fe» (dos sentencias del Tribunal Militar Territorial de Turín, 19.12.63, acusado: Scherillo; 3.06.64, acusado: Fiorenza). En tres sentencias del TMT de Verona ha encontrado que se reconocen de particular valor moral y social sus motivaciones (19.10.53, acusado: Valente; 11.01.57, acusado: Perotto; 7.05.57, acusado: Perotto). Adjunto el texto completo de los resultados de la investigación que el profesor Peyrot ha tenido la bondad de hacer por mí.

Pues bien, ahí estaba yo, sentado ante mis muchachos, en mi doble papel de maestro y de sacerdote, y ellos me miraban indignados y expectantes. Un sacerdote que injuria a un encarcelado es siempre culpable. Tanto más, si injuria a quien está en la cárcel por un ideal. No necesitaba advertir estas cosas a mis muchachos. Las habían intuido ya. Y habían intuido también que yo tenía el compromiso de darles una lección de vida. Debía enseñarles bien cómo debe reaccionar el ciudadano ante la injusticia, cómo todo ciudadano tiene libertad de palabra y de prensa, cómo el cristiano reacciona también ante el sacerdote e incluso ante el obispo que yerra, cómo cada uno debe sentirse responsable de todo.

En una pared de nuestra escuela está escrito con letras grandes: «I care». Es el lema intraducible de los mejores jóvenes americanos. «Me importa, es cosa mía, me preocupa». Es exactamente lo contrario del lema fascista: «Me ne frego» «Me importa una mierda»5

Aquel comunicado nos llegó con retraso, una semana después de ser publicado. Nos enteramos de que ni las autoridades civiles ni las religiosas habían reaccionado ante él. Entonces reaccionamos nosotros. Una escuela austera como la nuestra, que no conoce recreos ni vacaciones, tiene mucho tiempo disponible para pensar y estudiar. Tiene por ello el derecho y el deber de decir las cosas que otros no dicen. Es el único recreo que concedo a mis muchachos. Tomamos, por tanto, nuestros libros de historia, sencillos textos de escuela media, no monografías especializadas, y volvimos a repasar cien años de historia italiana en busca de una «guerra justa», guerra que estuviera de acuerdo con el Art. 11 de la Constitución. Si no la hemos encontrado, la culpa no es nuestra.

Desde aquel día hasta hoy hemos tenido muchos disgustos. Nos han llegado decenas de cartas anónimas, con insultos y amenazas, firmadas sólo con la esvástica o con símbolos fascistas. Algunos periodistas nos han hecho daño, con «entrevistas» llenas de mentiras, o con inverosímiles conclusiones sacadas de aquellas «entrevistas», sin cuidarse de hacerlo con seriedad. Nuestro propio arzobispo no ha sabido comprendernos. (Carta al clero, 14-04-1965). Nuestra carta ha sido procesada. Por el contrario, nos ha consolado mucho tener siempre ante los ojos aquellos 31 muchachos italianos que actualmente están en la cárcel por un ideal. Esos muchachos son muy distintos de los millones de jóvenes que llenan los estadios, los bares y pistas de baile, que viven para comprarse un coche, que siguen las modas, que leen los periódicos deportivos, que pasan de la política y de la religión.

Uno de mis chavales tiene como profesor de religión, en el Instituto Técnico, al capitán de aquellos capellanes militares que han escrito el comunicado. Me dice que, en clase, habla a menudo de deportes, que dice ser apasionado de la caza y del judo, y que tiene coche. Ciertamente no le correspondía a él llamar «viles» y «ajenos al mandamiento cristiano del amor» a aquellos 31 jóvenes. Quiero que mis muchachos se parezcan más a ellos que a él. Y, no obstante, no quiero que se hagan anarquistas.

 1.2.-El motivo profundo.

Ahora necesito explicar el problema de fondo de toda escuela. Así, llegaremos, creo, a la clave de este proceso, porque a mí, maestro, se me acusa de apología de un delito; en otras palabras, se me acusa de haber hecho una escuela mala. Será, pues, necesario que nos pongamos de acuerdo sobre lo que es una buena escuela.

La escuela es distinta de la sala de un tribunal. Para vosotros, magistrados, sólo vale lo que es ley establecida. La escuela, en cambio, se sitúa entre el pasado y el futuro, y debe tener presentes a ambos. La escuela es el difícil arte de guiar a los muchachos por un filo de navaja: por un lado, formarles en el sentido de la legalidad (y en esto se parece a vuestra función); por otro lado, formarles en la voluntad de mejorar las leyes, es decir, en un sentido político (y en esto se diferencia de vuestra función).

Lo trágico de vuestro oficio de jueces es que sabéis que debéis juzgar con leyes que todavía no son del todo justas. Viven en Italia magistrados que, en el pasado, han debido incluso condenar a muerte. Si todos nos horrorizamos hoy sobre el particular, debemos agradecérselo a aquellos maestros que nos ayudaron a progresar enseñándonos a criticar la ley que entonces estaba vigente.

He ahí por qué, en cierto sentido, la escuela está fuera de vuestro ordenamiento jurídico. El muchacho no es todavía plenamente imputable y no ejerce aún derechos soberanos. .Únicamente debe prepararse para ejercerlos mañana y por eso, por un lado, es nuestro inferior, porque debe obedecernos y nosotros respondemos por él. Pero por otro lado, es nuestro superior, porque mañana decretará leyes mejores que las nuestras. En estas circunstancias el maestro debe ser profeta en cuanto pueda, debe escrutar los «signos de los tiempos», debe adivinar en los ojos de los muchachos las cosas bellas que ellos verán claras mañana y que nosotros hoy vemos solo confusamente. También el maestro está en cierto modo fuera de vuestro ordenamiento jurídico y, sin embargo, a su servicio. Si lo condenáis atentaréis contra el mismo proceso legislativo.

En cuanto a su vida de jóvenes soberanos del mañana, no puedo decir a mis muchachos que el único modo de amar la ley sea obedeciéndola. Lo que puedo decirles es que deberán tener las leyes de los hombres en tal consideración que solo deberán respetarlas cuando sean justas (es decir, cuando sean la fuerza del débil). En cambio, cuando vean que no son justas (es decir, cuando apoyen el abuso del fuerte) deberán luchar para que sean cambiadas. La palanca oficial para cambiar la ley es el voto. La Constitución le añade también la palanca de la huelga. Pero la verdadera palanca de estas dos palancas del poder es influir con la palabra y con el ejemplo en los demás votantes y huelguistas. Y cuando llega el momento no hay lección más grande que pagar con la propia persona una objeción de conciencia, es decir, violar la ley de que se tiene conciencia que es mala y aceptar la pena que ella prevé. Nuestra carta en el banquillo del acusado, por ejemplo, es una buena lección, y lo es, así mismo, el testimonio de esos 31 jóvenes que están en la prisión militar de Gaeta.

Quien paga con su propia persona atestigua que quiere una ley mejor, es decir, que ama la ley más que los otros. No entiendo cómo hay quien pueda confundirlo con un ácrata. Pedimos a Dios que nos mande muchos jóvenes con tal capacidad.

Esta técnica de amor constructivo por la ley la he aprendido, junto con los muchachos, mientras leíamos «El Critón», la «Apología de Sócrates», la «Vida del Señor» en los cuatro evangelios, la «Autobiografía de Gandhi», las «Cartas del piloto de Hiroshima». Vidas de hombres que se han encontrado trágicamente enfrentados a la legalidad vigente de su tiempo, no para deshacerla, sino para mejorarla.

Semejante técnica de amor constructivo la he aplicado también yo, en un marco más reducido, a toda mi vida de cristiano en relación con las leyes y con las autoridades de la Iglesia. Severamente ortodoxo y disciplinado y, al mismo tiempo, apasionadamente atento al presente y al futuro. Nadie puede acusarme de herejía o de indisciplina; nadie, de haber hecho carrera: ¡tengo 42 años y soy párroco de 42 almas! 

Por lo demás, he sacado adelante ya admirables chavales. Óptimos ciudadanos y óptimos cristianos. Ninguno de ellos se ha hecho anarquista. Ninguno de ellos se ha hecho conformista. Informaros sobre el particular. Ellos testimonian en favor mío.

2.- Pero ¿Es delito?

Os he declarado hasta aquí que, aunque la carta procesada constituyera un delito, mi deber moral de maestro era escribirla igualmente. Os he hecho notar que quitándome esta libertad atentaríais contra la escuela, y también contra el progreso legislativo. .Pero, ¿realmente es delito?

La Asamblea Constituyente6 nos ha invitado a dar cabida en la escuela a la Carta Constitucional «con el fin de hacer consciente a la nueva generación de las conquistas morales y sociales alcanzadas». (Orden del día aprobado por unanimidad en la sesión del 11 de diciembre de 1947).

2.1.- «Italia repudia la guerra»

Una de estas conquistas morales y sociales es el Artículo 11: «Italia repudia la guerra como instrumento de ofensa contra la libertad de los demás pueblos». Vosotros los juristas, decís que las leyes se refieren sólo al futuro; pero nosotros, gente de la calle, decimos que la palabra «repudia» es mucho más rica de significado, y que abarca el pasado y el futuro. Es una invitación a hacer saltar todo por los aires: la historia como nos la enseñaban y el concepto de obediencia militar absoluta como todavía lo enseñan .

Excusarme si me alargo en la consideración de este punto, pero el Ministerio Público ha interpretado como apología de la desobediencia una carta que es un recorrido por 100 años de historia a la luz de la palabra «repudia». Es a partir de la premisa de cómo se juzguen aquellas guerras, de donde se sigue si se deberá o no obedecer en las guerras futuras.

Cuando íbamos a la escuela, nuestros maestros, Dios les perdone, nos tenían miserablemente engañados. Algunos, pobrecillos, creían de verdad lo que decían. Nos engañaban porque, a su vez, estaban engañados. Otros sabían que nos engañaban, pero tenían miedo. La mayoría, quizá, era sólo gente superficial. Según ellos todas las guerras eran «por la patria». Examinemos ahora cuatro tipos de guerra que ciertamente no fueron por la patria. Nuestros maestros olvidaban hacernos observar una verdad de perogrullo, a saber, que los ejércitos marchan a las órdenes de la clase dominante.

En Italia, hasta 1880, sólo el 2% de la población tenía derecho al voto. Hasta 1909, el7%. En 1913 tuvo derecho al voto el 23%, pero sólo la mitad lo supo o quiso usar .Desde 1922 a 1945 la papeleta electoral no le llegó a nadie, pero sí les llegó a todos la papeleta de movilización para tres guerras espantosas7. Hoy el sufragio es universal por derecho, pero la Constitución (artículo 3) nos advertía en el año 1947, con desconcertante sinceridad, que los obreros estaban de hecho excluidos de las riendas del poder. Como no ha sido pedida la revisión de aquel artículo es lícito pensar (y yo lo pienso) que describe una situación no superada todavía.

Por tanto, está oficialmente reconocido que los agricultores y los obreros, es decir, la gran masa del pueblo italiano, nunca ha estado en el poder. Por tanto, el ejército ha marchado sólo a las órdenes de una clase restringida .Por lo demás, lleva todavía su marca: el servicio militar está calculado en 93.000 liras al mes para los hijos de los ricos y en 4.500 liras para los hijos de los pobres. No comen el mismo rancho en la misma mesa. Los hijos de los ricos son servidos por un asistente, hijo de pobres. Por tanto, el ejército nunca o casi nunca ha representado a la patria ni en cuanto a la totalidad ni en cuanto a la igualdad.

Y además, ¿en cuántas guerras de la historia los ejércitos han representado a la patria? Tal vez el que defendió a Francia durante la revolución. Pero seguro que no el de Napoleón en Rusia. Tal vez el ejército inglés después de Dunkerque. Pero no el ejército inglés en Suez. Tal vez el ejército ruso en Stalingrado. Pero desde luego no el ejército ruso en Polonia. Tal vez el ejército italiano en el Piave. Pero en modo alguno el ejército italiano el 24 de mayo8.

En la escuela tengo exclusivamente hijos de agricultores y de obreros. La luz eléctrica se trajo a Barbiana hace 15 días, pero las papeletas de alistamiento se traen a domicilio desde 1861. No puedo dejar de advertir a mis muchachos que sus infelices padres han sufrido y hecho sufrir en la guerra, defendiendo los intereses de una clase reducida (¡de la que ni siquiera formaban parte!), no los intereses de la Patria.

También la Patria es una criatura, es decir, algo menor que Dios, un ídolo si se la adora. Pienso que no se puede dar la vida por algo inferior a Dios. Incluso si admitiéramos que se pueda dar la vida por un ídolo bueno (la patria), nunca podríamos admitir que se pueda dar la vida por un ídolo malo (la especulación de los industriales). Aún es peor dar la vida por nada. Nuestros maestros no nos dijeron que en 1866 Austria nos había ofrecido gratis el Véneto. No nos dijeron, por consiguiente, que los muertos por aquella causa habían muerto por nada9. Es monstruoso ir a morir y a matar sin objeto. Si nos hubieran dicho menos mentiras habríamos intuido lo compleja que es la verdad, y que aquella guerra, como toda guerra, era un mezcla del entusiasmo heroico de unos, del desdén heroico de otros, y finalmente, de la delincuencia de otros.

Digo todo esto porque algunos me acusan de haber faltado al respeto debido a los caídos. No es verdad. Tengo respeto por aquellas infelices víctimas. Precisamente por eso me parecería una ofensa alabar a quien les mandó a morir y después se puso a salvo. Por ejemplo, aquel rey que escapó a Brindisi con Badoglio10 y muchos generales y que, con las prisas, se olvidó de dejar órdenes. Por lo demás, el respeto por los muertos no puede hacerme olvidar a los muchachos vivos. No quiero que tengan aquel trágico fin. Si un día saben ofrecer su vida en sacrificio, estaré orgulloso de ellos, pero que sea por la causa de Dios y de los pobres, no por el señor Saboya o el señor Krupp11.

Habrá que recordar igualmente las guerras para llevar las fronteras más allá del territorio nacional. Todavía hay pobrecillos fascistas que me escriben cartas patéticas para decirme que antes de pronunciar el santo nombre de Battisti12 debo enjuagarme la boca. Y esto se debe a que nuestros maestros nos presentaron a Battisti como un héroe fascista. Se olvidaron de decirnos que era socialista y que si hubiera estado vivo el 4 de noviembre, cuando los italianos entraron en el Tirol Sur, habría objetado. No habría dado un paso más allá de Salorno por el mismísimo motivo por el que, cuatro años antes, había objetado, por la presencia de los austriacos más acá de Salorno y se había convertido en desertor, como digo en mi carta. » Nos parece una tontería alardear de derechos sobre Merano y Bolzano» (Scritti politici di Cesare Battisti, vol. II p. 96-97). «Algunos italianos confunden demasiado fácilmente el Tirol con el Trentino y, con poca lógica, quieren que los confines de Italia se extiendan hasta Brennero». (Ibidem).

Bajo el fascismo el engaño fue organizado científicamente. Y no sólo en los libros sino incluso en el paisaje. En el Alto Adige, donde ningún soldado italiano había muerto nunca, hubo tres cementerios de guerra fingidos (Colle Isarco, Passo Resia, S. Cándido) con auténticos caídos desenterrados de Caporetto.

Hablo de fronteras para quien todavía cree, como creía Battisti, que las fronteras deben separar con precisión unas naciones de otras. No, ciertamente, para satisfacer a aquellos nazis de museo que disparan contra policías de 20 años. Por lo que a mi respecta, enseño a mis muchachos que las fronteras son conceptos superados. Mientras escribíamos la carta procesada, hemos visto que nuestros postes fronterizos han estado siempre danzando de un lugar a otro. Y, la verdad, lo que continuamente cambia de lugar según el capricho de la suerte militar, no puede ser dogma de fe, ni civil ni religiosa.

Nos presentaban el imperio como una gloria de la patria! Tenía yo 13 años. Me parece hoy. Saltaba de alegría por el imperio. Nuestros maestros se habían olvidado de decirnos que los etíopes eran mejores que nosotros, que íbamos a quemar sus chozas, con sus mujeres e hijos dentro, mientras que ellos no nos habían hecho nada.

Aquella escuela vil, no sé si consciente o inconscientemente, preparaba los horrores de tres años después. Preparaba millones de soldados obedientes, obedientes a las órdenes de Mussolini. Para ser más exactos: obedientes a las órdenes de Hitler. Cincuenta millones de muertos. Y después de haber sido tan vulgarmente engañado por mis maestros cuando tenía 13 años, ahora que soy maestro yo y que tengo ante mí a estos muchachos de 13 años, a quienes amo, ¿queréis que no sienta la obligación, no sólo moral (como decía en la primera parte de esta carta) sino también cívica, de desenmascararlo todo, incluida la obediencia militar como nos la enseñaban años atrás? Perseguid a los maestros que dicen todavía las mentiras de entonces, a los que no han estudiado ni pensado desde entonces a hoy, no a mí.

2.2.- También el soldado tiene una conciencia.

Hemos querido escribir esta carta sin ayuda de ningún jurista. En la escuela, sin embargo, sí tenemos un ejemplar de los códigos. .En su texto, en el art. 40 del código penal militar y en la jurisprudencia del art. 51 del c. p., hemos leído que el soldado no debe obedecer cuando la acción ordenada es manifiestamente delictiva. Que la orden debe tener un mínimo de apariencia de legitimidad. Una sentencia del T.S.M. condena a un soldado que ha obedecido a una orden de matar civiles (13-XII-49, imputado: Strauch). Por tanto, también vuestro ordenamiento reconoce que incluso el soldado tiene una conciencia y que debe saber usarla oportunamente.

¿Cómo podría tener un mínimo de apariencia de legitimidad diezmar una población o la represalia sobre rehenes, la deportación de los judíos, la tortura o una guerra colonial? ¿O acaso puede tener un mínimo de apariencia de legitimidad un acto condenado por los acuerdos internacionales firmados por Italia?

 Nuestro arzobispo, cardenal Florit, ha escrito que «es prácticamente imposible, para el individuo valorar por sí mismo los múltiples aspectos relativos a la moralidad de las órdenes que recibe» (Carta al clero, 14-IV-65). Ciertamente no quería referirse a la orden que recibieron las enfermeras alemanas de matar a sus enfermos. Ni tampoco a la que recibió Badoglio, y trasmitió a sus soldados, de apuntar a los hospitales (telegrama de Mussolini, 28-III-1936). Ni tampoco al uso de gases. Es inútil querer cerrar los ojos sobre el hecho de que los italianos han usado gas en Etiopía. El Protocolo de Ginebra, del 17 de mayo de 1925, ratificado por Italia el 3 de abril de 1928, empezó a ser violado por nuestro país el 23 de diciembre de 1935, en Tacazzé. La Enciclopedia Británica lo da por seguro. Ahora ya hasta los periódicos católicos denuncian el hecho (L’Avenire d’Italia, artículos de Angelo del Boca, del 13-V-1965 al 15-VII-1965). Hemos leído los telegramas de Mussolini a Graziani13: «autorizo empleo gas» (telegrama número 12409, del 27-10-1935; los de Mussolini a Badoglio: «renuevo autorización empleo gas cualquier clase y en cualquier proporción» (29-03-1936). Haile Selassie lo ha confirmado con autoridad y detalles (entrevista para L’Espresso, 29-09-1965 y siguientes).

Aquellos oficiales y soldados obedientes, que arrojaban barriles de gas mostaza14 son criminales de guerra y todavía no han sido procesados. En cambio, soy procesado yo porque he escrito una carta que muchos consideran noble. ( Agradezco mucho, entre tantas otras, las cartas de afectuosa solidaridad de las Comisiones Internas de las principales fábricas florentinas, las de los dirigentes y activistas de la C.I.S.L. de Milán y de la C.I.S.L. de Florencia y la de los Valdeses)

¿Qué idea se podrán hacer los jóvenes de lo que es un delito? Hoy, además, los convenios internacionales están recogidos en la Constitución (art. 10). A mis montañeses les enseño a honrar más la Constitución y los pactos que su patria ha firmado, que las órdenes contrarias de un general. No les considero deficientes, incapaces de distinguir si es licito o no quemar vivo a un niño. Les considero ciudadanos soberanos y conscientes. Llenos del sentido común que caracteriza a los pobres. Libres de ciertas perversiones intelectuales de las que, tal vez, padecen los hijos de la burguesía, aquellos, por ejemplo, que leían a D’Annunzio y que nos han regalado el fascismo y sus guerras.

En Nuremberg y en Jerusalén fueron condenados hombres que habían obedecido. La humanidad entera está de acuerdo en que no debían haber obedecido, porque hay una ley que los hombres tal vez no tienen todavía bien registrada en sus códigos, pero que está inscrita en su corazón. Una gran parte de la humanidad la llama ley de Dios; la otra parte la llama ley de la Conciencia. Los que no creen ni en una ni en otra no son más que una ínfima minoría enferma. Son los adoradores de la obediencia ciega.

Condenar nuestra carta equivale a decir a los jóvenes soldados italianos que no deben tener conciencia, que deben obedecer como autómatas, que sus delitos los pagará quien se los haya ordenado. Por el contrario, lo que hay que decirles es que Claude Eatherly, el piloto de Hiroshima, que ve cada noche mujeres y niños que arden y se funden como velas, se niega a tomar tranquilizantes, no quiere dormir, no quiere olvidar lo que hizo cuando era un «buen muchacho», «un soldado disciplinado» (según la definición de sus superiores), «un pobre imbécil irresponsable» (según su propia autodefinición actual). (Cartas de Claude Eatherly y Günter Anders, Einaudi, 1962).

2.3.- La responsabilidad colectiva.

He estudiado en teología moral un viejo principio de derecho romano que también vosotros aceptáis: el principio de la responsabilidad» «in sólidum». El pueblo lo conoce en forma de proverbio: «tanto peca el que mata como el que tira de la pata». Cuando se trata de personas que cometen juntas un delito, por ejemplo, el instigador y el ejecutor, vosotros les dais cadena perpetua a los dos, y todos entienden que la responsabilidad no se divide por dos. Un delito como el de Hiroshima ha requerido un millar de corresponsables directos: políticos, científicos, técnicos, obreros, aviadores. Cada uno de ellos ha acallado su propia conciencia simulando creer que esa cifra del millar de responsables operaba como un divisor de su propia responsabilidad. Un remordimiento reducido a milésimas no quita el sueño al hombre de hoy.

Y así hemos llegado al absurdo de que, el hombre de las cavernas que daba un garrotazo sabía que hacía mal y se arrepentía. Pero el aviador de la era atómica, llena el depósito del aparato que, poco después, desintegrará 200.000 japoneses, y no se arrepiente. Si damos la razón a los teóricos de la obediencia y a ciertos tribunales alemanes, sólo Hitler debe responder del asesinato de seis millones de judíos. Pero Hitler no era responsable porque estaba loco. Por lo tanto aquel delito no ocurrió nunca porque no tiene autor.

Sólo hay un modo de salir de este macabro juego de palabras: tener el valor de decir a los jóvenes que todos son soberanos, que para ellos la obediencia ya no es una virtud, sino la más sutil de las tentaciones, que no crean que se pueden escudar con ella ni ante los hombres ni ante Dios, que es necesario que cada uno se sienta responsable de todo. De este modo la humanidad podrá decir que en este siglo ha tenido un progreso moral paralelo y proporcional a su progreso técnico.

SEGUNDA PARTE. COMO SACERDOTE

Hasta aquí he hablado como un ciudadano y un maestro que, con su escuela y con su carta, cree haber rendido un servicio a la sociedad civil y en modo alguno cree haber cometido un delito.

Pero supongamos de nuevo que vosotros lo consideráis un delito. Si me hacéis esta acusación a mi solo y no a todos mis colegas, ponéis en duda mi ortodoxia de católico y de sacerdote. Parecería que estaríais condenando las ideas personales de un sacerdote extraño. Pero yo soy parte viva de la Iglesia, e incluso ministro suyo. Sí hubiera dicho cosas extrañas a sus enseñanzas ella me habría condenado. No lo ha hecho porque mi carta dice cosas elementales de doctrina cristiana que todos los sacerdotes enseñan desde hace 2.000 años. Si he cometido un delito, perseguidnos a todos.

He evitado expresamente hablar como pacifista. Personalmente lo soy. He tratado de educar así a mis muchachos. Los he dirigido, en lo posible, hacía los sindicatos ( las únicas organizaciones que aplican a gran escala las técnicas noviolentas). Pero la noviolencia no es todavía la doctrina oficial de toda la Iglesia. Mientras que la doctrina del primado de la conciencia sobre la ley del Estado sí que lo es. Me será fácil demostrar que en mi carta he hablado como católico íntegro, e incluso como católico conservador.

1.- La historia. Comencemos por la historia.

La historia de Italia, en mi carta, hasta 1929, es idéntica a como la contaban los sacerdotes en el seminario antes de esa fecha. Mi viejo párroco me decía que la «Squilla», el periódico católico de Florencia, tenía como fondo en la parte superior una gran banda negra. ¡Era el luto por el «Risorgimento»!

En cuanto a la historia más reciente, es decir, a la opinión sobre las guerras fascistas, puede ocurrir incluso que alguno de mis colegas sea en su interior un nostálgico, pero es cosa sabida que la inmensa mayoría de los sacerdotes apoya hoy a un partido democrático,15 que fue precisamente el principal autor de la Constitución (autor, por tanto, de la palabra «repudia»).

2.- La doctrina. Entremos ahora en la cuestión doctrinal.

La doctrina de la primacía de la ley de Dios sobre la ley de los hombres es compartida, y hasta ensalzada, por toda la Iglesia. Para demostrarlo, no iré en busca de teólogos modernos y difíciles. Basta preguntárselo a un niño que se esté preparando para la primera comunión: «Si el padre o la madre mandan alguna cosa mala, ¿hay que obedecerles? Los mártires desobedecieron a las leyes del Estado ¿obraron bien o mal?»

Sobre esta cuestión hay quien cita inoportunamente el dicho de San Pedro: «obedeced a vuestros superiores incluso si son malos». En efecto, no tiene ninguna importancia si el que manda es bueno o malo como persona. De sus propias acciones tendrá que responder él solo ante Dios. Pero lo que sí tiene importancia es si nos manda cosas buenas o malas, porque de nuestras acciones nosotros mismos responderemos ante Dios. Tan cierto es lo anterior, que Pedro escribía aquellas sabias recomendaciones sobre la obediencia desde una cárcel, donde estaba preso por haber solemnemente desobedecido.

El concilio de Trento es explícito sobre este particular (Catecismo, 3ª parte, regla 4º, párrafo 16 ): «Si las autoridades políticas mandan algo inicuo, no hay por qué hacerles caso. A la hora de explicar esto al pueblo, el párroco deberá hacer notar que está reservado en el cielo un premio grande y proporcionado para los que obedezcan a semejante precepto divino», es decir, ¡al precepto de desobedecer al Estado!

Algunos católicos de extrema derecha (quizá los mismos que me han denunciado) admiran la Exposición de la Iglesia del Silencio. Esa exposición representa la exaltación de los ciudadanos que, por motivos de conciencia, se rebelan contra el Estado. En este caso también mis propios y superficialísimos acusadores piensan como yo. El único error que cometen es el de recordar esa ley eterna cuando el Estado es comunista y las víctimas católicas, y de olvidarla en esos casos, como España, en los que el Estado se declara católico y las víctimas son comunistas.

Son cosas lamentables, pero las he recordado para haceros ver que sobre este punto, el círculo de católicos que piensan como yo es total, sin excepciones.

Todos saben que la Iglesia honra a sus mártires. A poca distancia de vuestro tribunal la Iglesia ha erigido una basílica para honrar al pobre pescador que pagó con su vida la divergencia entre su propia conciencia y la legislación vigente. San Pedro era un «mal ciudadano». Vuestros predecesores en el tribunal de Roma tenían sus razones para condenarle. Sin embargo, no eran intolerantes respecto a las religiones. En Roma levantaron templos a todos los dioses y se preocuparon de ofrecerles sacrificios en cada uno de los altares. Sólo en una de las religiones, su profundo sentido del derecho advirtió un mortal peligro para sus instituciones. En aquella religión cuyo primer mandamiento dice: «Yo soy un Dios celoso. No tengáis otro Dios fuera de mí». En aquellos tiempos, por tanto, era inevitable que los buenos judíos y los buenos cristianos aparecieran como malos ciudadanos.

Más tarde las leyes del Estado progresaron. Dejadme decir, sin ánimo de ofender a los laicistas, que tales leyes fueron poco a poco aproximándose a las leyes de Dios. Así es como día a día va resultándonos más fácil ser reconocidos como buenos ciudadanos. Pero esto sucede por coincidencia, no por la misma naturaleza de los hechos. No os extrañéis, por tanto, si todavía no podemos obedecer todas las leyes de los hombres. Mejorémoslas aún más y llegará un día en que las obedeceremos todas. Ya os he dicho que yo mismo, como maestro civil, estoy colaborando en mejorarlas.

Esto obedece a mi confianza en las leyes de los hombres. En la corta experiencia de vida que tengo, me parece a simple vista, que las hemos hecho progresar. Hoy se condenan muchas cosas malas que antes se defendían. Hoy se condena la pena de muerte, el absolutismo, la monarquía, la censura, las colonias, el racismo, la inferioridad de la mujer, la prostitución, el trabajo de los niños. Hoy se apoya la huelga, los sindicatos, los partidos. Todo esto no es más que una irreversible aproximación a la ley de Dios. Ya hoy la coincidencia es tan grande que normalmente un buen cristiano puede pasarse la vida entera sin verse obligado por su conciencia a violar una ley del Estado.

Yo, por ejemplo, hasta el momento presente no he sido condenado . Y espero estar en la misma situación al final de este proceso. Es un deseo que formulo pensando en los patriotas. Sufrirían lo indecible si pudieran leer la cantidad de cartas que recibo del extranjero. Cartas enviadas de países que no han recurrido al reclutamiento militar y que reconocen la objeción de conciencia. Los que me escriben esas cartas están convencidos de que lo hacen a un país de salvajes. Alguno de ellos me pregunta hasta cuándo deberá permanecer aún en prisión el pobre padre Balducci.16

Decíamos que en nuestros días la ley de Dios y la ley de los hombres coinciden en casi todo. Sin embargo, se dan todavía casos excepcionales en los que sigue en pie la antigua divergencia y el antiguo mandamiento de la Iglesia de obedecer a Dios antes que a los hombres. En la carta procesada he hecho el recuento de alguno de esos casos. Puedo añadir también otras consideraciones.

Comencemos por la objeción de conciencia entendida en sentido estricto. La misma Iglesia vino a darme la razón en este punto concreto. El Concilio invita a los legisladores a respetar («respícere») a los que «por dar testimonio de la mansedumbre cristiana o por respeto a la vida, o por horror a cualquier tipo de violencia, rehúsan, por razones de conciencia, ya sea el servicio militar, o cualquiera de los actos de inhumana crueldad a que conduce la guerra». (Esquema 13, párrafo 101). Este es el texto propuesto por la Comisión correspondiente, en donde se reflejan todas las corrientes del Concilio. Tiene por tanto todas las probabilidades de ser materia definitiva)17

Los 20 capellanes militares de Florencia han afirmado que el objetor de conciencia es una persona vil. Yo he dicho solamente que acaso se trate de un profeta. Creo que los obispos van mucho más lejos que yo en este sentido.

Voy a recordar tres hechos significativos.

En 1918 los seminaristas que volvían ya de la guerra, si querían ordenarse de sacerdotes, debían pedir a la Santa Sede autorización especial: a causa de las irregularidades canónicas en que podían haber incurrido al obedecer a sus oficiales.

En 1929 la Iglesia pidió al Estado que dispensara a los seminaristas, a los sacerdotes, a los obispos, del servicio militar. El canon 141 prohíbe a los clérigos alistarse como voluntarios, a no ser que lo hagan para «librarse antes» («ut cítius liberi evadant»). Quien desobedece queda automáticamente reducido al estado laical.

La Iglesia, como se ve, considera como poco decorosa para un sacerdote la actividad militar tomada en su totalidad. Con todas sus sombras y sus luces. La misma actividad militar que el Estado honra con medallas y monumentos.

Por último vamos a considerar la cuestión más candente de las últimas guerras y de las guerras futuras: la muerte de civiles. La Iglesia nunca ha admitido que en la guerra sea lícito matar civiles, a no ser incidentalmente, tratando de atacar un objetivo militar. Hace poco hemos leído en la escuela un artículo del Premio Nobel Max Born, publicado en el «Bulletin of the Atomic Scientists», abril de 1964, y reproducido por «Il Giorno». Dice ahí Max Born que en la primera guerra mundial el 5% de los muertos eran civiles y el 95% militares (se podía en ese caso sostener que los civiles hubieran muerto «incidentalmente»). En la segunda guerra mundial el 48% de los muertos eran civiles y el 52% militares (ya no se podía sostener que los civiles hubieran muerto «incidentalmente») .En la guerra de Corea el 84% de los muertos eran civiles y el 16% militares (en este caso, se puede creer que los militares murieron» incidentalmente»).

Todos sabemos que los generales estudian la estrategia de hoy con la unidad de medida del «megadeath» (un millón de muertos), es decir, que las armas actuales apuntan directamente a los civiles y que acaso los militares serán los únicos que se salven. Que yo sepa, ningún teólogo admite que un soldado pueda apuntar a civiles directamente. Por lo tanto en estos casos el cristiano debe objetar incluso a costa de su propia vida. Yo añadiría que me parece coherente decir que en una guerra similar el cristiano no puede participar ni siquiera como cocinero. Gandhi lo había intuido ya cuando todavía no se hablaba de armas atómicas: «No hago ninguna distinción entre los que llevan consigo las armas destructoras y los que prestan servicios de Cruz Roja. Tanto unos como otros forman parte de la guerra y promueven la causa bélica. Todos ellos son culpables del crimen de la guerra». (Non-violence in peace and war. Ahmedabad 14 vol. 1).

Llegados a este punto, me pregunto si no será pura cuestión académica seguir hablando de guerra con términos ya anacrónicos para la segunda guerra mundial. Y sin embargo, tengo que hablar incluso de la guerra futura ya que, al acusarme de apología de un delito, se nos habla precisamente de la guerra que deberán hacer o no hacer mañana nuestros muchachos. Ahora bien, en el supuesto de una guerra futura, la inadaptación de los términos de nuestra teología y de vuestra legislación se hace aún más patente.

Es bien sabido que la única «defensa» posible en una guerra de misiles atómicos será el disparar 20 minutos antes de que lo haga el «agresor». Pero en lengua italiana, al disparar antes se le llama «agresión» y no «defensa». Imaginémonos un Estado muy honesto que, con vistas a su defensa, dispare 20 minutos después. En este caso dispararían tan solo sus submarinos, al ser los únicos supervivientes de un país ya borrado del mapa 20 minutos antes. En lengua italiana a esto se le llama «venganza» y no «defensa». No me agrada que mi razonamiento adopte un tono algo extravagante, pero Kennedy y Kruschov (los dos artífices de la llamada «distensión») se han lanzado uno a otro, y públicamente, amenazas semejantes: «Somos plenamente conscientes del hecho de que esta guerra, si la desencadenamos, se convertirá desde un principio en una guerra termonuclear y mundial. Esto para nosotros no ofrece ninguna duda». (Carta de Kruschov a B. Russell, el 23 de octubre de 1962).

Estamos pisando aquí un terreno muy real. La denominada guerra defensiva no existe ya en nuestros días. No hay ninguna guerra justa, ni para la Iglesia ni para la Constitución.

De vez en cuando los científicos nos advierten que la supervivencia de la especie humana no es más que un juego. (por ejemplo, Linus Pauling, premio Nobel de Química y de la Paz). Ante semejante situación, ¿ cómo se nos ocurre preguntar si a un soldado le es lícito o no destruir la especie humana?

FINAL.

Espero confiadamente que me absolveréis. No me gusta nada la idea de hacer el héroe en una prisión. Sin embargo, no puedo dejar de deciros claramente que continuaré enseñando a mis muchachos lo que he enseñado hasta ahora, esto es, que si llega el caso de que un oficial les de órdenes como las que da un paranoico, no tienen más deber que el de atarle con seguridad y llevarle a un manicomio.

Espero que por todo el mundo mis colegas sacerdotes y maestros de cualquier religión y de cualquier escuela enseñen como yo. Esto no quiere decir que no se de el caso de algún general que se encuentre con algún otro miserable como él, que esté dispuesto a obedecerle y que no logremos así nunca salvar la humanidad.

Esto anterior no puede convertirse en una razón para no llevar a cabo nuestro deber de maestros hasta las últimas consecuencias. No es motivo suficiente para no cumplir a fondo con nuestro deber de maestros. Si no podemos salvar a la humanidad, al menos dejaremos a salvo nuestras almas.

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Notas al texto:

(1) En este año 1965 estaba a punto de terminar el Concilio Vaticano II ( 8 de diciembre de 1965) El Papa Pablo VI acababa de dirigirse a la ONU en Nueva York el 4 de octubre. Y en el febrero anterior hubo un gran escándalo por la obra de teatro El Vicario, de Rolf Hochhuth, sobre la conducta de Pío XII ante el holocausto judío.

-(2) Lugar de la última resistencia de los soldados del Papa ante los bersaglieri del ejército italiano que tomaron Roma el 20.9.1870 para culminar la unificación italiana.

-(3) Revista teórica del Partido Comunista italiano (PCI) fundada por Palmiro Togliatti en julio de 1944.

-(4) El 25 de abril de 1945 se produjo la victoria final de la Resistencia italiana contra la dominación nazi-fascista.

-(5) «Me ne frego [della morte]» («como me río de la muerte» o el «viva la muerte» de los legionarios) fue una expresión de los arditi, miembros de una tropa especial de asalto durante la I Guerra Mundial, recuperada por el fascismo (ante la muerte y diversas realidades más).

-(6) El 2 de junio de 1946 con el referendum pro república o monarquía Italia emprendió la sustitución del viejo Estatuto Albertino por una nueva Constitución Republicana, en vigor desde 1948.

-(7) Durante el régimen fascista no hubo elecciones (1922-1945), pero sí tres guerras para Italia: la de Abisinia (1935-36), el apoyo italiano a la de España (1937-38) y la II Guerra Mundial (1940-45).

-(8) El 24 de mayo de 1915 Italia entró en la Primera Guerra Mundial. El Piave, rio del norte de Italia, es símbolo de la resistencia frente a los austriacos y alemanes en dicha guerra, tras una primera derrota sufrida en Caporetto en octubre de 1917, símbolo de todas las derrotas italianas. Una canción de la época, de E.A. Mario, atribuye al Piave este murmullo: «no pasa el extranjero».

-(9) El afán popular del resurgimiento y la unificación en aquella Italia garibaldina reclutó miles de voluntarios. Por otra parte, Cavour es apodado el tejedor por su habilidad para confeccionar la anexión incluso de los Estados Pontificios, y pactar con las naciones europeas enfrentadas en diversas contiendas.

-(10) Badoglio, mariscal de Italia, excombatiente en Abisinia, sustituyó a Mussolini al frente del gobierno, a la caída del fascismo el 25 de julio de 1943, por encargo del rey Víctor Manuel III, de la casa Saboya. Pero tras la firma del armisticio con los Aliados el 8 de septiembre de 1943, en vez de orientar a los soldados sobre la nueva posición bélica de Italia, huyeron juntos de Roma hacia el puerto de Brindis. Alberto Sordire trató en un filme (Tutti a casa) la angustia de toda Italia bajo la contraofensiva alemana.

-(11) Gran empresario del acero y el armamento en la Alemania nazi.

-(12) Césare Battisti (1875-1916), nacido en Trento y parlamentario austriaco, fue defensor de la nacionalidad italiana del Norte italiano, entonces en poder de Austria, que le ahorcó como desertor; pero los confines disputados posteriormente por Italia excedían sus pretensiones.

-(13) Rodolfo Graziani (1882-1955) militar en las campañas de Libia y Eritrea en la I Guerra Mundial y luego autor de atroces represiones en Abisinia como comandante de las tropas italianas. Fue condenado a 19 años de cárcel tras la II Guerra Mundial y luego amnistiado y nombrado presidente honorario del Movimiento Social Italiano (MSI).

-(14) Líquido usado como gas de combate por primera vez por los alemanes en los alrededores de Ypres en la guerra de 1914-1918.

-(15) El partido «Democrazia Italiana» (DC) fue fundado en Milán en octubre de 1942 por De Gasperiy otros, como transformación del viejo Partito Popolare fundado por el sacerdote don Sturzo en 1919.

-(16) Sacerdote escolapio (1922-1992) intelectual y predicador religioso, procesado en enero de 1963 y condenado, aunque no encarcelado, por defender al primer católico italiano objetor de conciencia.

-(17) El texto definitivo del Concilio sobre la objeción de conciencia al servicio militar resultó ser mucho más ambiguo: la Gaudium et Spes, n. 79, párrafo 3. dice: «Parece equitativo que las leyes provean con humanidad en el caso de los que por motivo de conciencia se niegan al servicio de las armas, aceptando en cambio otra forma de servicio a la comunidad humana»

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Texto y Fotos: El texto aquí presentado es una revisión de los publicados por la revista Oveja Negra, Nº6, de septiembre de 1980 y en las páginas http://www.noviolencia.org/publicaciones/milani.pdf. y https://www.bearzi.it/2018/02/22/perche-voglio-scuola-don-lorenzo-milani/. De estas han sido tomadas las fotos de Don Milani en Barbiana.

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