Capítulos previos de resistencias civiles: Ghana, Zambia, Mozambique, Argelia, Egipto, Irán, Palestina, Birmania, Bangladés, Papúa Occidental, Hungría, Polonia, Kosovo y Estados Unidos.
Esta traducción proviene del capítulo titulado “Cuba: nonviolent strategies for autonomy and independence, 1810s–1902″ escrito por Alfonso W. Quiroz en el libro “Recuperación de la historia noviolenta. La resistencia civil en las luchas de liberación”, editado por Maciej J. Bartkowski en Lynne Rienner Publishers.
Alfonso Walter Quiroz Norris (Lima, 4 de octubre de 1956-Nueva York, 2 de enero de 2013) fue un historiador y profesor peruano. Especialista en temas de la historia económica e institucional peruana y latinoamericana. Realizó sus estudios escolares en el Markham College de Lima y cursó estudios superiores en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde obtuvo el bachillerato en Historia con una tesis sobre la deuda interna peruana (1980). En la Universidad de Columbia realizó una maestría (1981) y un doctorado (1986).
Cuba es un país insular asentado en las Antillas del Mar Caribe. Su capital es La Habana. Su superficie es algo mayor de 109.000 km2. Su población es de casi 11 millones de personas. Su Índice de Desarrollo Humano es de 0’764, considerado alto, y le sitúa en el puesto 83 de 191 países.
Visiones tradicionales de las luchas nacionalistas del siglo XIX en todo el mundo han enfatizado los medios violentos necesarios para lograr objetivos patrióticos. Se considera que las hazañas heroicas violentas confirman que las naciones se forjan con la sangre de los patriotas en la lucha armada contra la opresión extranjera. Las interpretaciones de los esfuerzos cubanos por lograr la independencia de España no son una excepción. De hecho, el culto a los héroes nacionales y luchadores por la libertad racial, como el mártir “Apóstol” José Martí y el “Titán de Bronce” General Antonio Maceo, muertos en combate durante la insurrección de 1895–1898, sigue siendo hoy un tema dominante en la praxis política, la educación, identidad, cultura y escritura histórica en Cuba.
Si por el contrario estudiamos más ampliamente el registro histórico de Cuba y luchas por la autodeterminación lideradas por movimientos políticos y cívicos de base civil durante el control español de la isla, se pueden encontrar innumerables esfuerzos noviolentos aún no reconocidos. Estas fueron luchas desafiantes para oponerse a las restricciones y abusos colonialistas, y para lograr plenos derechos constitucionales y autonomía política sin conflicto armado. Como reconoció el general insurreccional Máximo Gómez en 1891, los líderes civiles cubanos comprometidos en la resistencia noviolenta “no creen que sea necesario usar la fuerza bruta jamás. Tienen razón en parte porque cuando se logra el triunfo con esa fuerza el camino por delante está plagado de desastres”. Un colectivo civil nativo fortalecido firmemente arraigado en las realidades socioeconómicas restringidas de la isla tenía posibilidades prometedoras de liderar una transición noviolenta hacia la independencia y una democracia resistente después de la independencia en Cuba. Esta promesa se cumplió sustancialmente a pesar del ascenso de los grupos separatistas violentos y la intervención militar estadounidense.
Después de 1826, las únicas colonias hispanoamericanas que quedaban eran Cuba y Puerto Rico. La importancia estratégica de Cuba y los crecientes ingresos coloniales extraídos de una floreciente economía de exportación de azúcar, café y tabaco que dependía de la mano de obra esclava y campesina hicieron que la isla fuera indispensable para España. En consecuencia, los acontecimientos políticos y militares en Cuba y España se entrelazaron aún más íntimamente. La élite de Cuba siguió colaborando mientras el gobierno de Madrid otorgaba concesiones fiscales y aduaneras. Sin embargo, tras la muerte del rey Fernando VII en 1833, sucesivos capitanes generales españoles (gobernadores coloniales a cargo de la administración colonial española en Cuba) en La Habana reforzaron el despotismo militar y las políticas comerciales y fiscales nocivas. Madrid endureció la discriminación colonial contra aquellos nacidos en Cuba. Sucesivas oleadas de españoles llegaron a Cuba, particularmente después de la década de 1840, para reforzar el ejército regular, la burocracia colonial y el sector de servicios urbanos, desplazando así a los criollos (nacidos en Cuba de ascendencia europea) y a los habitantes negros libres de sus posiciones anteriores. Simultáneamente, la población esclava en Cuba aumentó dramáticamente y los grupos negros libres perdieron algunos de sus derechos tradicionales. El uso colonialista de la fuerza abusiva y una política de divide y vencerás para controlar la sociedad cubana y explotar las marcadas divisiones entre personas libres y esclavas, y criollos y nacidos en España, provocó la organización de los primeros movimientos reformistas y separatistas.
Dos estrategias históricas distintas se desarrollaron entre grupos divididos de reformistas y separatistas cubanos. Una estrategia se basó en tradiciones gradualistas noviolentas que presionaban por la reforma colonial, el logro de los derechos constitucionales y civiles ya reconocidos en España, una educación cubana distintiva y un autogobierno autónomo. La otra estrategia se basó en conspiraciones violentas, expediciones navales rebeldes e insurrección armada que finalmente desencadenó dos guerras destructivas por la independencia: la Guerra de los Diez Años (1868–1878) y la Guerra de 1895–1898. La acción y reacción militar violenta y, finalmente, la intervención militar estadounidense en 1898, debilitaron la posición política y el liderazgo de los estrategas noviolentos. Sin embargo, al construir un núcleo de base a través de la unificación de la identidad civil-nacional y una sociedad civil autónoma claramente diferenciada de los diseños sociales divisivos del estado colonialista, las contribuciones de la organización y acción noviolentas hacia una Cuba independiente fueron irreversibles.
Las posturas nacionalistas radicales —inspiradas en el líder insurreccional Martí y sus puntos de vista sobre la violencia revolucionaria— han considerado las acciones noviolentas cruciales como antipatrióticas y procoloniales porque no contribuyeron a la lucha armada por la independencia. Con una lógica política similar, la disidencia noviolenta en Cuba hoy se declara persistentemente reaccionaria y proimperialista. Lo notable es que, a pesar de la violenta reacción colonialista, las estrategias y objetivos noviolentos se mantuvieron constantes y recibieron un amplio apoyo y reconocimiento popular entre los cubanos a lo largo del siglo XIX. Es, por lo tanto, importante dejar las cosas claras con respecto a los movimientos noviolentos de base civil en Cuba a través de la evaluación de su alcance e influencia antes de la independencia, así como sus éxitos, fracasos, legados y funciones para futuras transiciones noviolentas.
Desarrollos socioeconómicos y políticos en la Cuba del siglo XIX
La importancia estratégica de Cuba en el Atlántico la colocó en el centro del escenario histórico de las disputas imperiales y de la geopolítica. Después de la invasión británica de La Habana en 1762, el imperio español reforzó sus defensas, fortaleciendo las fortificaciones, fortaleciendo la armada y militarizando la sociedad cubana mediante la reorganización del ejército regular y las milicias locales. Las élites empresariales y terratenientes cubanas vincularon el avance de sus intereses con las autoridades colonialistas españolas, las redes transatlánticas españolas de comercio de bienes y esclavos, y intereses monopolistas y proteccionistas en España.
La llegada masiva de esclavos a Cuba tras la rebelión de esclavos en Haití (1791–1804) y la prohibición británica del comercio de esclavos (1807) estuvo acompañada por la introducción de nueva maquinaria y reformas económicas que llevaron a un auge del azúcar. Inicialmente, los terratenientes criollos dominaron la producción de azúcar, a Francisco Arango y Parreño (1765–1837) se le atribuye su modernización, mientras que los comerciantes españoles controlaron el comercio. Los cambios demográficos y étnicos resultantes de la afluencia de esclavos intensificaron las divisiones que fueron reforzadas y manipuladas por los gobernantes españoles cada vez más despóticos y militaristas que reafirmaron el colonialismo en la isla. La isla enfrentó así una transformación que puso en peligro su condición de sociedad de colonos y reforzó elementos de una sociedad de plantación colonial y un mercado cautivo que beneficiaba principalmente a los intereses comerciales españoles.
La rápida independencia de la mayoría de las colonias hispanoamericanas había sido alcanzado en el período 1810-1826 en un momento de inestabilidad y crisis de poder en la propia España. Los criollos cubanos notaron la agitación en las repúblicas latinoamericanas recién independizadas y, en general, se mantuvieron leales a la corona española. En la década de 1820, miles de soldados españoles derrotados e inmigrantes leales de las antiguas colonias se reasentaron en Cuba, que cada vez más estaba dirigida por una burocracia oficial y militar centralizada que privilegiaba a los oficiales españoles y dejaba poco espacio para el autogobierno local o la autoridad municipal. Las crecientes clases media y profesional criolla fueron desplazadas de sus anteriores posiciones de influencia. Bajo la constitución española de 1812, los españoles “en ambos hemisferios” fueron reconocidos como ciudadanos, y los criollos de ascendencia española tenían derecho a votar y ser representados en las Cortes en España. Sin embargo, las revisiones posteriores los privaron de sus derechos. Bajo la creciente tiranía del capitán general, reforzada por el “partido” español envalentonado de la isla (intereses en el tráfico de esclavos) y la inmigración de soldados y funcionarios públicos españoles, Cuba se convirtió en la vaca lechera que proporcionó ingresos fiscales estratégicos a una monarquía española necesitada. En España, la regente María Cristina y su hija Isabel II, en alianza con el Partido Moderado colonialista, líderes militares ambiciosos e intereses agrícolas y manufactureros proteccionistas en España, utilizaron los ingresos coloniales para luchar contra Don Carlos, el archiconservador pretendiente al trono.
Resistencia noviolenta y formación de una identidad cubana
Dos estrategias básicas pronto se hicieron evidentes para los líderes civiles cubanos y movimientos de la década de 1830 a la de 1850, un período de reafirmación colonialista y gobierno militar autoritario en Cuba. La primera estrategia fue apoyar conspiraciones separatistas que organizaban levantamientos violentos en Cuba, así como expediciones “filibusteras”, principalmente de Estados Unidos, que desembarcaban en Cuba e incitaban a la insurrección armada. Las principales expediciones filibusteras fueron dirigidas por líderes militaristas insurreccionales y apoyadas por exiliados cubanos a favor de la esclavitud de élite, aliados con los intereses del sur de los EE. UU. que buscaban la anexión de Cuba por parte de los EE. UU. En 1851 la derrota y fusilamiento del filibustero anexionista Narciso López, ex militar descontento, fue una lección importante: la insurrección armada podría apaciguar el honor militar y patriótico lesionado, pero tenía pocas posibilidades de vencer al establecimiento militar español más fuerte fuera de España. Además, tales acciones violentas plantearon peligros de ambición de caudillo dictatorial, así como la intervención de otras potencias extranjeras, especialmente Estados Unidos. A pesar de estos escollos evidentes y las derrotas y represiones recurrentes que afectaron a toda la población de la isla, la violencia separatista estalló repetidamente en las décadas siguientes.
La segunda estrategia consistía en continuar y potenciar la política liberal, esfuerzos económicos y políticos noviolentos iniciados por los criollos de la generación de Arango. Esta estrategia eventualmente abarcó acciones para exigir y obtener derechos constitucionales, aumento de la autonomía institucional, libertad de prensa y asociación autónoma en sociedades y clubes voluntarios culturales, educativos, profesionales y de autoayuda.
Ya en la primera década del siglo XIX, los órganos de prensa vinculados a las sociedades patrióticas -asociaciones voluntarias formadas principalmente por élites y profesionales criollos- cultivaron un sentido de la identidad económica y cultural distintiva de la isla en las páginas de los diarios Papel Periódico y Aurora (Amanecer) de La Habana. Esto ocurrió a pesar de los límites a la libertad de prensa impuestos por capitanes generales y gobernadores provinciales. Durante el primer período constitucional de 1812-1814, folletos y periódicos privados e independientes, como el Diario Cívico de La Habana (Civic Daily) y El Patriota Americano (American Patriot) y La Sabatina de Santiago de Cuba (sábado), abogaron por la reforma administrativa y la plena extensión de los derechos constitucionales de libertad de prensa y asociación, a pesar de estar sujetos a la censura oficial y severa vigilancia. También se buscó más activamente la autonomía asociativa. En 1813, audaces miembros de La Sociedad Patriótica de La Habana cuestionaron la legalidad de la injerencia política del capitán general en los asuntos internos de la sociedad. Otras asociaciones culturales y étnicas tempranas incluyeron sociedades negras que preservaron las identidades afrocubanas y liceos literarios y sociedades filarmónicas, cultivando contribuciones artísticas y literarias a una cultura cubana distinta y una identidad colectiva. Los habitantes de la isla nacidos en Cuba podían así contar con un tejido social y una polis alternativos que contrastaban y competían con el rígido régimen establecimiento social colonial.
Un ciclo constitucional renovador en 1820-1823 consolidó el liberal carácter constitucionalista de una nueva generación de intelectuales civiles criollos que publicaron en los periódicos independientes Revisor Político y Literario y Observador Habanero. En estos periódicos, los artículos de los influyentes autores y educadores Félix Varela y José Agustín Caballero, los primeros defensores de la autonomía política y la independencia de Cuba, y sus discípulos más jóvenes instaban a cambios constitucionales que implicaban una profunda reforma colonial y una mayor autonomía administrativa. Este espíritu constitucionalista-reformista se extendió a sociedades patrióticas provinciales y asociaciones culturales que publicaron periódicos como La Aurora de Matanzas (Amanecer de Matanzas) entre 1828 y 1856 y la Revista Bimestre Cubana (Cuban Bimester Review) fundada en 1832. Otros periódicos culturales incluyen La Siempre Viva (Siempre vivo) y La Moda. Estas publicaciones reafirmaron la identidad literaria y cultural cubana al promover autores cubanos como el poeta afrocubano Plácido y Cirilo Villaverde, autor de Cecilia Valdés (1839).
En 1836, una revuelta palaciega en España condujo al restablecimiento de la Constitución de 1812, que fue adoptada de inmediato por el gobernador español de Santiago de Cuba, Manuel Lorenzo, quien convocó elecciones sin esperar autorización de Madrid ni del Capitán General Miguel Tacón en La Habana. Tacón envió tropas a Santiago y destacados partidarios de Lorenzo en la Sociedad Patriótica de Santiago, entre ellos el educador Juan Bautista Sagarra, fueron castigados con una pena de exilio. Otros líderes importantes con popularidad en toda la isla que abogaban por estrategias noviolentas en ese momento eran los constitucionalistas liberales y los abolicionistas gradualistas José Antonio Saco y Domingo del Monte, quien participó en la oposición oficial y no oficial activa en la prensa y las asociaciones, organizó redes de intelectuales criollos en tertulias (soirée) y alentó a los autores negros a publicar. Estas actividades también trajeron persecución por parte de las autoridades españolas y períodos en el exilio.
Detrás de los esfuerzos patriótico asociativos y de la prensa independiente, un énfasis consciente en la difusión de la educación de base desde principios del siglo XIX contribuyó a la formación de una identidad cubana más amplia. Las Sociedades Económicas en las ciudades y pueblos más importantes de la isla financiaron y establecieron cientos de escuelas primarias gratuitas y no religiosas para miles de estudiantes blancos y negros, hombres y mujeres. Prácticamente sin subsidio oficial, la Sociedad Económica de La Habana financió más de cuarenta escuelas gratuitas con casi 1,000 estudiantes en 1846. Se establecieron varias «escuelas modelo», incluidas escuelas secundarias privadas dirigidas por reverenciados educadores liberales como José de la Luz y Caballero, el desafiante director de Sociedad Económica en la década de 1840, y Juan Bautista Sagarra quien fundó el Colegio de Santiago de Cuba a su regreso del exilio. En la educación superior, también, se establecieron alternativas innovadoras y los profesores y médicos reformistas nacidos en Cuba formaron una mayoría entre la facultad de educación superior de la isla.
Generaciones de niños y jóvenes cubanos fueron educados en estas escuelas con libros de texto actualizados de autores cubanos críticos con los métodos tradicionales españoles de instrucción e interpretación histórica. Las autoridades educativas en España censuraron los libros de texto cubanos por sus puntos de vista irreverentes sobre el fanatismo religioso español y la conquista violenta. Además, las autoridades políticas españolas en la isla desconfiaban del desafío que representaba la educación primaria y superior cubana para el control colonial y, por lo tanto, redoblaron los esfuerzos para “asimilar” a la población de la isla a la cultura española. En 1847, el estado colonial español se hizo cargo de la administración de las escuelas primarias anteriormente financiadas por las Sociedades Económicas locales. La subsiguiente administración centralizada de la educación por parte del estado colonial español estuvo permanentemente subfinanciada. A pesar de las continuas políticas educativas anticubanas y el acoso burocrático, los maestros nacidos en Cuba en las escuelas públicas y en las escuelas privadas sobrevivientes contribuyeron a aumentar los niveles de alfabetización y, con ello, a elevar la conciencia política y nacional de la población cubana.
La primavera del reformismo colonial civil
En la década de 1860, el cambio político en España condujo a un interludio reformista en Cuba que los estrategas civiles noviolentos pudieron explotar para avanzar en el objetivo de la autonomía cubana. En España, una ola de ímpetu asociativo revigorizado barría las principales ciudades, dando vida a grupos de presión civiles, reformistas, económicos, sociales y culturales, liberales que se oponían a la protección arancelaria y defendían la abolición de la esclavitud en las colonias españolas.
En Cuba, un movimiento de reforma cada vez más amplio también presionó por una mayor autonomía fiscal y política, derechos constitucionales y electorales, el cumplimiento de los tratados internacionales que prohíben la trata de esclavos (prohibida formalmente en 1820), y prensa y asociación más libres. Una sociedad civil más autónoma surgió con la innovación de las asociaciones de ayuda mutua, parte de un creciente movimiento mutualista internacional. El mutualismo facilitó el autofinanciamiento de grupos populares como artesanos y trabajadores que ahora podían aunar recursos. Los primeros sindicatos de trabajadores urbanos del tabaco y otros artesanos y trabajadores de la industria y los servicios se formaron en Cuba sobre la base de asociaciones de ayuda mutua. La primera huelga exitosa de trabajadores del tabaco se organizó en agosto de 1865 para exigir el derecho a la negociación colectiva y salarios más altos. En marzo de 1866, los esclavos de los mayores ingenios azucareros de Matanzas se negaron a seguir trabajando como esclavos y exigieron el pago de su trabajo. Sin embargo, esta huelga de esclavos sin precedentes pronto fue sofocada por las tropas gubernamentales.
El establecimiento de logias masónicas secretas, previamente prohibidas por las autoridades españolas toleraron oficialmente el regreso de los emigrados cubanos. Las asociaciones de ocio y cultura dominadas por cubanos, como casinos, centros y círculos, albergaban una membresía animada por ideas de reforma política y autonomía. El liderazgo asociativo obrero, masónico y cultural estuvo estrechamente vinculado en este período a las actividades políticas, educativas y culturales reformistas. El periódico reformista El Siglo (Century) (1862–1868), y el pro-obrero Aurora (1865–1868), obtuvieron un creciente apoyo público para el club político (los partidos aún estaban prohibidos) conocido como Círculo Reformista. Las exitosas campañas electorales dieron como resultado la elección de líderes como José Antonio Saco para representar a Santiago de Cuba en un foro oficial de política colonial, la Junta de Información (1866–1867) establecida en Madrid. Representantes reformistas de Cuba y Puerto Rico aspiraban a utilizar esta asamblea oficial sobre asuntos coloniales para introducir reformas económicas y civiles.
Actuaciones públicas en teatros, asociaciones culturales y espacios públicos acentuaron las manifestaciones noviolentas cubanas de solidaridad y demandas cívicas. Las piezas críticas y satíricas del teatro Bufo cubano atrajeron a un público lleno de espectadores cubanos como los que colmaron el Teatro Villanueva de La Habana durante una trágica noche de 1869 cuando fanáticos colonialistas dispararon contra la multitud por vitorear la libertad de Cuba.
En 1862 y 1866, en los funerales primero del educador José de la Luz y Caballero y luego del ícono cultural y reformista-separatista Gaspar Betancourt Cisneros, miles de ciudadanos se reunieron en pacíficas procesiones públicas. Estas reuniones políticamente cargadas simbolizaron la realidad de la última década: que desde mediados de la década de 1850, la organización y movilización civil noviolenta había hecho avanzar la causa de obtener importantes derechos civiles para los cubanos, así como una fuerte reducción del tráfico ilícito de esclavos en Cuba. Una sociedad civil firmemente independiente se había convertido en un baluarte importante que desafiaba el despotismo colonial. Lo que vino después de 1867, sin embargo, suprimió violentamente avances acumulados a través de una lucha noviolenta abierta y ardua.
Reversiones de guerra, 1868-1878
El gobierno español en Madrid giró a la derecha y cerró la Junta de Información en 1867, asestando así un duro golpe a las aspiraciones cubanas de reforma colonial. Se nombró un nuevo capitán general para deshacer todas las reformas adelantadas durante los últimos años en Cuba y aumentar los impuestos. Españoles reaccionarios y leales en Cuba, organizados en las llamadas milicias de voluntarios, trabajaron para erradicar los espacios y asociaciones civiles reformistas. Sin embargo, cuando en España La Gloriosa Revolución derrocó a Isabel II en 1868, Carlos Manuel de Céspedes, un terrateniente en el este de Cuba, aprovechó la oportunidad para lanzar una insurrección armada por la independencia. Esto condujo a la Guerra de los Diez Años (1868-1878). La guerra brutal en las zonas rurales incluyó la forzada reubicación de poblaciones rurales, más tarde conocida como la reconcentración mortal.
La represión española sobre la población urbana prácticamente aniquiló a la sociedad civil. Casi todas las asociaciones de mayoría criolla, así como las sociedades negras fueron cerradas por la fuerza o no pudieron soportar la persecución política y las dificultades económicas. Miles de civiles fueron encarcelados u obligados a exiliarse. El número total de muertos por la guerra entre la población cubana se estimó en 200.000 personas, alrededor del 14 % de la población total. La mayoría de los civiles perseguidos no apoyaron activamente la insurrección separatista. Muchos de los encarcelados o exiliados eran reformistas noviolentos o civiles comunes. La guerra interna suplantó el compromiso cívico y el reformista movimiento noviolento disminuyó cuando quedó atrapado en medio de dos facciones violentas.
El movimiento insurreccional separatista en el centro y oriente de Cuba inicialmente enfatizó el liderazgo civil sobre el militar, nombrando a Céspedes jefe de un gobierno separatista sujeto al control parlamentario rebelde. Pronto, sin embargo, las facciones militares procaudillos prevalecieron y depusieron a Céspedes. El nuevo gobierno separatista emprendió campañas diplomáticas a través de sus representantes en Nueva York, quienes presionaron sin éxito a la gobierno de los Estados Unidos para el reconocimiento. A varias oleadas de exiliados cubanos a los Estados Unidos durante las décadas anteriores se unieron 30.000 o más emigrados debido a la persecución política posterior a 1869. Formaron una comunidad cubana militante, aunque dividida, en el exilio. Viejos líderes anexionistas y reformistas en el exilio se enfrentaron a revolucionarios intransigentes y radicales que rechazaron cualquier negociación con el gobierno de los Estados Unidos o la más mínima posibilidad de un arreglo diplomático con España a través de la mediación estadounidense o la “compra” de Cuba. En cambio, los revolucionarios favorecieron el apoyo a las expediciones filibusteras y la escalada de acciones militares insurreccionales en la rica región occidental de Cuba para aumentar los costes económicos de los esfuerzos bélicos españoles. Sin embargo, a pesar de los costes infligidos al gobierno español en Cuba, la insurrección nunca logró triunfar militarmente ni obtener un amplio apoyo en los principales centros urbanos. La lucha prolongó el conflicto y condujo a una contraofensiva española masiva que retrasó la reconstrucción noviolenta de la base cultural, política y civil para una Cuba independiente.
El contexto internacional y geopolítico más amplio no era favorable para insurrección armada. A pesar de las presiones expansionistas y anexionistas, el enfoque diplomático estadounidense a largo plazo prefería una Cuba estable bajo el gobierno español reformado a la guerra y la inestabilidad. A pesar de sus presiones abolicionistas, la política exterior británica y de otros países europeos también favoreció el dominio español sobre la toma del poder por parte de Estados Unidos. Una vez que España abandonó el intento de reimponerse militarmente en varias ex colonias, los gobiernos latinoamericanos se mostraron mayoritariamente indiferentes a la causa separatista cubana durante la Guerra de los Diez Años, carentes de peso geopolítico, o principalmente preocupados por una posible intervención estadounidense en Cuba.
La salida negociada del conflicto y la reforma en Cuba ganaron así impulso en 1876. En circunstancias de guerra, los movimientos noviolentos por la ampliación de los derechos y la autonomía habían fracasado. Algunas acciones clandestinas noviolentas terminaron en la más dura represión y represalia de los leales españoles. En 1871, bajo sospecha de haber profanado la tumba de un propagandista colonialista, ocho estudiantes de medicina fueron juzgados y ejecutados sumariamente y otros treinta y uno fueron encarcelados. Los estudiantes habían protestado previamente por la abolición del doctorado de la Universidad de La Habana por parte del capitán general. Muchos líderes reformistas noviolentos habían sido perseguidos, expropiados, exiliados, y encarcelados durante los primeros años de la guerra. Una vez liberado de prisión o regresados del exilio, sin embargo, estos líderes formaron movimientos para tratar de poner fin a la guerra. Para llegar a un compromiso político de transición con las facciones violentas derrotadas y noviolentas, las autoridades españolas prometieron importantes reformas constitucionales y abolicionistas que el movimiento reformista noviolento de principios de la década de 1860 había exigido y apoyado previamente durante la guerra.
Movimientos cívicos noviolentos renovados
La esclavitud era, por supuesto, un tema central. Con el tiempo, llegaron a Cuba más esclavos que al resto de Hispanoamérica juntos. A mediados del siglo XIX, alrededor de la mitad de ellos trabajaban en plantaciones de azúcar que suministraban un tercio o más de la caña de azúcar del mundo. Un poderoso grupo de presión apoyaba la esclavitud: traficantes de esclavos hispano-cubanos, hacendados, funcionarios coloniales e intereses colonialistas proteccionistas en España. Los abolicionistas criollos, como José Antonio Saco, generalmente adoptaron una postura gradualista, temerosos de la violencia que podría desencadenar la abolición. La trata de esclavos, ilegal desde 1820, terminó finalmente en 1867, poco después de la decisión de EE. UU. de abolir la esclavitud, pero la esclavitud en sí misma no se abolió hasta 1886.
Durante la Guerra de los Diez Años, ambos bandos prometieron abolir la esclavitud y liberar a los esclavos que se alistaban militarmente en sus filas. Al mismo tiempo, la propia España, el último país europeo en tolerar la esclavitud, comenzó a cambiar. La Ley Moret de España (1870) liberó a los niños nacidos de esclavos y esclavos mayores de sesenta años. En 1873, la esclavitud fue abolida por completo en Puerto Rico (con compensación a los dueños de esclavos). Cuando Alfonso XII nombró capitán general al reformista Arsenio Martínez Campos, Martínez Campos no sólo firmó el Tratado de Zanjón para poner fin a la guerra (y emancipar a los esclavos que habían combatido), sino que amplió la autonomía y los derechos civiles y políticos de Cuba, incluidos el derecho a organizar partidos políticos. Sin embargo, la ley antiesclavista aprobada en 1880, después del regreso de Martínez a España, se basó en un concepto de Patronato: los esclavos todavía tenían que cumplir un período de ocho años como esclavos trabajadores contratados antes de ser libres. El Partido Liberal Autonomista y el Partido Demócrata, fundado en 1881, hicieron campaña contra el sistema de Patronato, al igual que la Sociedad Abolicionista en España. Y finalmente, la esclavitud fue abolida por decreto real en 1886. En enero de 1887 se llevó a cabo en La Habana una gran manifestación noviolenta para celebrar el fin de la esclavitud, apoyada por una amplia gama de sociedades y sindicatos negros, lo que generó impulso para nuevas campañas contra la discriminación racial y la plena integración en una sociedad más libre.
Las grandes concesiones ofrecidas por Martínez Campos se lograron fundamentalmente por las luchas noviolentas de los reformistas liberales en décadas anteriores. Los rebeldes que no querían firmar el Tratado de Zanjón fueron completamente derrotados en la Guerra Chiquita (1879–1880). No obstante, los historiadores de Cuba generalmente siguen la tradición de exaltar la violencia patriótica y, por lo tanto, argumentan que tales leyes reformistas fueron principalmente el resultado de una presión sostenida por la lucha armada. Sin embargo, la historia muestra que los esfuerzos noviolentos a corto y largo plazo en busca de soluciones constitucionales liberales a la opresión colonial de Cuba desde la década de 1860 hasta las décadas de 1880 y 1890 deben entenderse como una estrategia alternativa a la lucha armada. Estos demostraron ser exitosos en lograr un progreso reformista y sentar una base institucional viable para la futura nación cubana.
Después de 1879 los súbditos cubanos disfrutaron —aunque con ciertas condiciones y excepciones— los derechos garantizados por la Constitución Española de 1876 y un sistema electoral restringido. Dentro de ese marco político, los reformistas liberales se organizaron en el Partido Liberal Autonomista. Dirigido por profesionales de clase media y media-baja, y con un amplio apoyo popular entre los sectores urbanos y rurales y los grupos criollos y negros, el partido presionó por la extensión de plenos derechos y autonomía política dentro de la monarquía constitucional española. A pesar de la oposición y la reacción violenta ocasional de las autoridades en La Habana y Madrid, los autonomistas lucharon persistentemente por un gobierno autónomo descentralizado y un parlamento similar al negociado por los británicos en Canadá. En el proceso político del período (1878–1895) los Autonomistas se convirtieron en un partido masivo, el representante político legal de los nacidos en Cuba que luchaban por un mayor autogobierno cubano.
Por iniciativa de los Autonomistas y sus aliados entre los empresarios, se formaron varios movimientos cívicos y grupos de presión, incluidos dos, la Junta Magna (1883–1884) y el Movimiento Económico (1890–1892), que exigieron la liberalización fiscal y la reducción de los impuestos a la exportación durante períodos de agudos problemas económicos exacerbados por las medidas proteccionistas españolas. Estos movimientos unieron a sectores importantes de las facciones liberales y conservadoras de los productores cubanos, anteriormente opuestas, para lograr objetivos económicos nacionales. A pesar de una campaña activa para promover sus demandas y una intensa negociación con las autoridades españolas, estos llamados movimientos económicos no lograron mantener un frente unificado para llevar a cabo el boicot económico y aumentar su influencia sobre las políticas económicas del gobierno. Las alarmadas autoridades militares españolas estaban convencidas de que tales movimientos noviolentos podrían provocar la pérdida total de Cuba por parte de España si se les permitía crecer. Bajo una mayor presión del gobierno de la isla que aprovechó las divisiones entre los miembros de la coalición de origen criollo y español, varias facciones se retiraron del movimiento, poniendo fin de hecho a sus actividades. Sin embargo, persistieron los movimientos noviolentos por otras reformas y derechos.
Hacia 1890 había más espacio para la sociedad civil cubana que antes y muchas asociaciones, en particular sindicatos y asociaciones culturales, se integraron cada vez más racialmente durante la década. Firmemente arraigados en esta floreciente sociedad civil, varios movimientos noviolentos de base civil liderados por reformistas y autonomistas intentaron unificarse en un movimiento más grande que buscaba la plena autonomía. Con ese fin, las logias masónicas ahora no proscritas, unificadas en la Gran Logia de la Isla de Cuba, reunieron a miles de miembros en cada ciudad. Muchos líderes masónicos también eran autonomistas. Asimismo, los sindicatos continuaron multiplicándose y formaron ligas que abarcaban toda la isla de grupos laborales con creciente poder de negociación y dirección política.
Los sindicatos continuaron exigiendo el derecho a organizarse, asociarse libremente y negociar salarios en tiempos económicos apremiantes. Las sociedades negras, impulsadas por la abolición de la esclavitud, organizaron un Directorio Central de las Sociedades de Color que encabezó importantes demandas y peticiones para erradicar la segregación y el racismo. Los abogados reformistas, organizados a través del Partido Liberal Autonomista e incluidos miembros de la Gran Logia, colaboraron con líderes y movimientos de sociedades negras y laborales para brindar asesoramiento legal en casos litigados para otorgar a los afrocubanos acceso a espacios públicos y a la educación municipal. Estas victorias legales reforzaron los derechos constitucionales y las disposiciones contra la discriminación racial en la isla.
Otras victorias de los movimientos noviolentos durante la década incluyen la exitosa huelga estudiantil de marzo de 1892, que finalmente restauró los títulos de doctorado en la universidad de La Habana. En otro caso, huelgas organizadas por sindicatos que tuvieron éxito en lograr salarios más altos para los trabajadores y organizaciones obreras y órganos de prensa más poderosos. Las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos noviolentos también utilizaron cada vez más el espacio político disponible para difundir su mensaje, como cuando los líderes del Directorio Central expresaron sus ideas políticas de independencia y separatismo pacíficamente a través de sus principales periódicos.
El Partido Liberal Autonomista exigió en reiteradas ocasiones la reforma electoral, especialmente la abolición de las calificaciones del impuesto a la propiedad. A mediados de la década de 1880, a partir de iniciativas noviolentas anteriores, el partido era el más grande de Cuba. Los autonomistas contaron con un apoyo masivo en todas las provincias y ciudades y representaron a las provincias cubanas en las Cortes de España. Sin embargo, una legislatura dominada por los conservadores en Madrid aumentó los requisitos de impuestos a la propiedad para los votantes, lo que benefició indebidamente a los candidatos españoles conservadores de mayores ingresos en Cuba. Esto condujo a un movimiento de retractación electoral en 1891 destinado a elevar la política de oposición y boicot electoral. Esta táctica noviolenta, al menos temporalmente, tuvo un impacto negativo en el Partido Liberal Autonomista, ya que el recurso al boicot electoral se tradujo en una disminución de su base popular.
Los movimientos noviolentos también enfrentaron otros desafíos. Uno de los problemas estructurales de los movimientos noviolentos encabezados por los autonomistas fue la falta de voluntad o la incapacidad para amplificar la lucha económica y política y convertirla en un conflicto abierto y noviolento con una desobediencia civil generalizada. A pesar de su creciente atractivo popular, los autonomistas liberales cubanos no ampliaron su lucha para incluir acciones más disruptivas. Mohandas Gandhi (Mahatma) aún no había demostrado la eficacia de la desobediencia masiva. Los líderes del Partido Liberal Autonomista habían aprendido, sin embargo, que la presión noviolenta popular y civil para la reforma podría conducir en última instancia a libertades civiles plenas para todos los cubanos. El régimen constitucional español probablemente habría producido mayores libertades y autonomía en Cuba si solo se hubiera ejercido más presión. Sin embargo, en una situación internacional volátil, las estrategias y métodos noviolentos durante la lucha por la independencia de Cuba aún estaban evolucionando y no habían alcanzado el nivel organizativo necesario para lanzar acciones noviolentas más unificadas, disciplinadas y efectivas. Huelgas generales y manifestaciones masivas en las calles para lograr los objetivos electorales y autonómicos requerían un aumento sin precedentes de la movilización social. También otros grupos legales más radicales, como el encabezado por el periodista y político Juan Gualberto Gómez, un activo organizador dentro de las sociedades negras y laborales y la prensa en La Habana, optaron por conspirar en apoyo del separatismo violento radical en lugar de la lucha noviolenta.
Los peligros de la insurrección violenta
La violenta insurrección de 1895 había sido preparada durante años por un número creciente de exiliados cubanos. Los líderes militares separatistas recolectaron fondos de comunidades militantes exiliadas en Estados Unidos, principalmente en Florida. Sin embargo, los trabajadores tabacaleros de Florida, de inclinación anarquista, comenzaron a cuestionar hasta qué punto el pensamiento nacionalista actual reflejaba su visión socioeconómica. Esto llevó a que Martí reconociera la necesidad de apelar a la unidad social y racial en una lucha donde la independencia nacional llevaría a la transformación social. Por lo tanto, Martí formó el Partido Revolucionario Cubano (PRC) en 1892, basándose en clubes políticos cubanos en Nueva York, Florida y México.
Desvinculados de las realidades cambiantes de Cuba, los grupos independentistas en el exilio estaban más entusiasmados con las soluciones revolucionarias que con el reformismo noviolento. Los grupos políticos independentistas cubanos fuera de Cuba siguieron una postura política diferente a la de las luchas reformistas noviolentas en la isla. Dos o tres generaciones de exiliados políticos y trabajadores insatisfechos habían gestado el apoyo a una solución violenta, republicana y revolucionaria a la búsqueda de la independencia cubana. Los principales líderes insurrectos se convirtieron en ídolos y héroes en la mente de esas comunidades exiliadas, a menudo desconectadas de los cambios en Cuba. El nivel de organización de los grupos de exiliados y su apoyo a la vía insurreccional complicó aún más una geopolítica ya problemática en torno a la cuestión de la independencia de Cuba.
Martí diseñó el PRC con un alto liderazgo altamente centralizado. Es política fue el rechazo total de la negociación, en cambio, se comprometió con una retórica nacionalista que lo abarcaba todo, orientada a unificar a los cubanos de diferentes orígenes sociales y raciales detrás del objetivo de una Cuba republicana. El medio para alcanzar este ideal fue la lucha armada, convirtiendo al PRC en heredero de los históricos levantamientos y caudillos militares surgidos durante la Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita.
Martí murió en acción poco después del comienzo de la insurrección en 1895. Posteriormente, los círculos civiles y militares compitieron para aplicar las lecciones militares aprendidas de la guerra insurreccional anterior en Cuba. Los generales militaristas Máximo Gómez y Maceo se hicieron cargo y extendieron la destrucción con fuego y dinamita a la región occidental más rica de Cuba, paralizando su producción y comercio de azúcar de manera temporal pero alarmante. La brutal contraofensiva española fue devastadora para la población en general, en su mayoría inocente y, en particular, para los habitantes rurales, ahora hambrientos y enfermos, que fueron reconcentrados por la fuerza en los centros urbanos para disminuir el apoyo popular a los insurrectos.
Al igual que en la Guerra de los Diez Años, la insurrección separatista no fue lo suficientemente poderosa para lograr la victoria militar. El Ejército español contuvo y luego revirtió la penetración insurreccional en la parte occidental de la isla. Maceo murió en acción y Gómez perdió apoyo. La insurrección no había logrado obtener el apoyo de la sociedad civil independiente en las ciudades: las asociaciones autonómicas estaban cansadas de los medios militaristas violentos. Sin embargo, ante el estancamiento, el Gobierno español decidió buscar una solución negociada.
Esta vez, una gran transformación política del estatus colonial de Cuba fue presentada. En 1898 se formó un gobierno autónomo dirigido por líderes autonomistas y noviolentos cubanos. Esto marcó el logro de un objetivo importante de los movimientos noviolentos del pasado: la autonomía política. Con la autonomía se extendió también a Cuba el sufragio universal masculino. El nuevo gobierno tomó medidas rápidas para restaurar los derechos y libertades y avanzar hacia el fin de la guerra, la reconstrucción y la recuperación económica. Sin embargo, esta transición política se produjo en el contexto de una guerra civil y de una inmensa presión interna y externa. Varios historiadores han sostenido que el cambio autonomista había llegado demasiado tarde para darle al nuevo gobierno la oportunidad de consolidarse e implementar las políticas propugnadas. Pero las medidas del gobierno autonomista resultaron inicialmente muy eficaces y los partidos noviolentos volvieron a ofrecer, como en 1879, soluciones viables a las espinosas cuestiones políticas de la guerra interna.
Los líderes insurrectos, incapaces de lograr una clara victoria militar, se opusieron rotundamente a cualquier solución negociada con el nuevo gobierno cubano. A pesar de los incesantes esfuerzos diplomáticos en Washington, DC y Ciudad de México, los líderes separatistas no pudieron obtener el reconocimiento oficial de su estatus beligerante contra España. Sus campañas públicas que abogaban por una solución a la cuestión cubana a través de una anexión negociada de la isla a México fracasaron cuando el gobierno mexicano reafirmó su neutralidad. México, al igual que otros países latinoamericanos, esperaba una intervención de Estados Unidos en Cuba y, por lo tanto, rehusó un apoyo rotundo a la insurrección separatista mientras esperaban un movimiento decisivo de EE.UU.
¿Qué hubiera pasado en Cuba si no hubiera ocurrido la explosión del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898 y la consiguiente guerra entre Estados Unidos y España? La Guerra de 1898 cambió por completo la evolución política interna de Cuba. El compromiso militar estadounidense en Cuba derrotó no solo a España, sino también a la alternativa noviolenta a la guerra civil en curso en Cuba. El gobierno autonomista fue reemplazado por un gobierno militar estadounidense. Los propios insurrectos se sintieron traicionados y tuvieron que desarmarse bajo la presión de Estados Unidos. La paz se impuso a un alto costo en términos de autonomía nacional y de orgullo patriótico herido. Por ejemplo, la Constitución Republicana Cubana de 1901, redactada por un grupo de ex estadistas autonomistas y separatistas, incluía la Enmienda Platt impuesta desde el extranjero que permitía la intervención de Estados Unidos en cualquier peligro futuro de inestabilidad en Cuba. Sin embargo, la Constitución también garantizaba los derechos civiles básicos, incluido el sufragio universal masculino y el establecimiento de otras instituciones nacionales de autogobierno cubano.
Después de la retirada de las tropas estadounidenses de Cuba en 1902, Cuba se convirtió en una república independiente. No se desarrolló una resistencia inmediata (violenta o noviolenta) a la presencia estadounidense en Cuba, ya que se mantuvieron las promesas de retirada militar y política y se realizaron importantes trabajos preliminares en infraestructura, saneamiento, y la educación se completó en 1898-1902. Sin embargo, el establecimiento político en Cuba después de 1902 estaba completamente dividido, incapaz de reconciliar facciones enfrentadas bajo una autoridad unificada y legítima, así como fuera de sintonía con una sociedad civil resiliente y autónoma. El recurso a la violencia en los asuntos políticos internos cubanos se arraigó en la política cubana a partir de entonces y evolucionó sobre la base de un culto a los héroes separatistas e intransigentes del siglo XIX. Los líderes noviolentos reformistas se mantuvieron activos en la oposición ante las transgresiones constitucionales y políticas posteriores a la independencia, pero quedaron marginados organizativa y políticamente. En las primeras décadas posteriores a la independencia, los partidos y grupos políticos parecían estar dominados por veteranos caudillos separatistas.
Conclusión
En la larga lucha por reformar y poner fin al sistema socioeconómico y político opresivo y divisivo del colonialismo en Cuba, se desarrolló una identidad cultural y nacional distinta en la isla. Los cimientos de esta creciente conciencia colectiva fueron establecidos por sucesivas oleadas de organizaciones noviolentas innovadoras y acciones que buscaban el reconocimiento de asociaciones autónomas y autosuficientes y la igualdad constitucional. Asociaciones y publicaciones culturales netamente cubanas, y campañas educativas y liberales autofinanciadas, proyectos de política, impulsaron la creciente resistencia civil contra la educación colonial anticuada y los monopolios rígidos y el proteccionismo. La oposición de larga data al comercio de esclavos y la esclavitud a través de campañas abolicionistas tenaces y noviolentas obtuvo una abolición tardía pero completa de la esclavitud. Junto con el impulso y la transformación de las asociaciones obreras y negras libres preexistentes, la resistencia noviolenta contribuyó en gran medida a la integración de antiguos esclavos a la emergente sociedad civil cubana en busca de una mayor igualdad racial y derechos democráticos ampliados.
Predeciblemente, los relatos históricos nacionalistas radicales han minimizado el importante papel de los esfuerzos reformistas noviolentos para construir un consenso nacional cubano y generar presión para el cambio para resolver los problemas coloniales de Cuba. Las tradiciones constitucionales liberales de Cuba y la organización y movilización noviolenta que las acompañaron representaron una postura racional y calculada contra la abrumadora opresión militar y las amenazantes ambiciones extranjeras. El crecimiento de la autonomía de la sociedad civil se logró en gran parte a través de luchas noviolentas constitucionalistas-reformistas por los derechos civiles básicos, la educación nacional, la representación electoral y las demandas de mayor autonomía socioeconómica e independencia política de España. El camino prometedor hacia la igualdad racial y étnica, un principio fundamental para derrotar el colonialismo y construir una nación cubana unida y más justa, también se había abierto a través de campañas y liderazgo noviolentos. Éstas eran todos los logros populares irreversibles que formaron la base del tejido social y político cubano posterior a la independencia.
¿Cuáles fueron las lecciones y los legados de los movimientos y la lucha civil noviolenta por lograr más autonomía democrática e independencia en Cuba? Si bien el curso estratégico noviolento fue notablemente consistente y fructífero a largo plazo, las tácticas noviolentas de conflicto desafiante, boicot y desobediencia civil no se desarrollaron al nivel necesario para finalmente reemplazar las audaces tácticas violentas radicales y la memoria populista de los revolucionarios radicales. La alternativa violenta a favor de la independencia se desarrolló principalmente fuera de la isla y capturó la narrativa nacionalista del heroísmo, el valiente sacrificio personal y el malestar racial y popular. El separatismo militarista violento pronto introdujo problemas antidemocráticos y dictatoriales y abrió las puertas a un tipo diferente de intervención extranjera.
El enfoque noviolento gradual, pero efectivo, de la autonomía nacional produjo una base democrática posterior a la independencia más fuerte. Reforzados por las estrategias noviolentas en evolución del siglo XX, el liderazgo civil podría haber disfrutado de mejores condiciones dentro de un sistema efectivo de frenos y contrapesos contra la influencia militar indebida, la militancia política violenta y la amenaza de la influencia extranjera. El separatismo radical y la intervención extranjera en 1898 impidieron que esto sucediera por completo. Sin embargo, el legado de la tradición noviolenta de base civil siguió viviendo a pesar de la violencia de fin de siglo y los reveses políticos posteriores.
Aunque el Partido Liberal Autonomista fue disuelto después de 1898, otras organizaciones políticas continuaron la lucha por la defensa de los derechos constitucionales contra las infracciones despóticas. La sociedad civil siguió disfrutando de derechos de libre asociación que facilitaron el uso de los espacios públicos para resistir la intervención política y gubernamental. Después de 1902, la sociedad civil en Cuba se desarrolló aún más a pesar de los esfuerzos ocasionales por ejercer presión militante o militar sobre su autonomía. La naturaleza inherentemente legítima y noviolenta de la sociedad civil la convirtió en un importante baluarte y base para un mayor desarrollo de una democracia pluralista de base amplia. Importantes movimientos cívicos noviolento se desarrollaron sobre la base de la sociedad civil y ejercieron una influencia considerable en el avance de las mejoras socioeconómicas y la oposición a dictaduras como las de los ex generales Gerardo Machado (1925-1933) y Fulgencio Batista (1952-1958). Sin embargo, poco después, en 1960-1961, la sociedad civil fue efectivamente prohibida con la imposición de imperativos políticos revolucionarios radicales. Este drástico recorte no dejó prácticamente ningún espacio civil para la disidencia legal y obstáculos aparentemente insuperables para la organización de protestas y desobediciencia noviolenta de base civil. No obstante, la resistencia noviolenta ha persistido y sus formas modernas, como las desarrolladas por el movimiento de reforma constitucional Proyecto Varela, y las recientes luchas por la liberación de los presos políticos a través de huelgas de hambre y manifestaciones públicas por el movimiento Damas de Blanco—son herederas de las estrategias noviolentas del siglo XIX y continúan la tradición cubana de organización cívica por la reforma, los derechos y una sociedad abierta.